A diferencia de muchos pintores, Mayro de León es un artista a quien sí le gusta quebrarse la cabeza a la hora de concebir y ejecutar su obra. Está de más decir que estas preocupaciones van más allá de lo puramente técnico y temático: su angustia de creador frente a su propia obra empieza con la duda sobre si, por ejemplo, tal forma con la que solucionó un cuadro en 1992 expresa con suficiencia sus convicciones sobre tal tema, y si esa suficiencia y esas convicciones mantienen su vigencia y pertinencia. Y dado que son muchos los temas que le han preocupado a lo largo de sus 15 años en el oficio y diversas las soluciones que ha encontrado en cada caso, la falta de unidad formal que observa en su evolución lo coloca prácticamente al borde de la depresión profunda y la renuncia total.
La preocupación de Mayro no es vana ni una simple manifestación de su neurosis de artista, aunque quizá esté sobredimensionada y, en el fondo, un tanto desenfocada del verdadero problema, todo ello como consecuencia de un exceso de apasionamiento. Ese mismo apasionamiento en la problematización de la obra y la angustia frente a ella, es no el del estilo, sobre todo si a éste se le confunde con la simple estilización o el mero amaneramiento. No. Su pintura surge en cada cuadro de una legítima preocupación por el contenido y sus connotaciones, con el cual entabla un diálogo profundo (que sí incluye lo técnico, lo formal y lo material), casi diríamos un interrogatorio exhaustivo sobre su esencia, del cual, al final, resulta registrando en el lienzo únicamente las declaraciones del objeto y no las dudas del pintor. En este peculiar proceso creativo, el artista puede empezar titubeante el diálogo con el tema, pero lo termina con la confianza, la fuerza (o la sutileza) y la determinación que el objeto demanda. Queda claro que en el cuadro terminado siempre estará presente el autor como estilo de interrogar, de interpretar y de formar, pero el ideal es que sea el tema, el contenido, el objeto el que hable por sí mismo y que deje al autor como el portavoz o el intérprete de ese algo que exige nuestra atención.
Y es que el estilo (el estilo artístico individual, no de época), cuando es legítimo, tiene un origen genético y biológico y un determinante anatómico en el núcleo de todos los condicionamientos culturales y psicológicos que motivan su manifestación. Se trata siempre de un ?estilo de formar? o de un ?estilo de pensar? que es característico de cada artista. Sin embargo, a pesar de que el estilo es el propio artista, llegar a un estilo propio exige un proceso de despojamiento de todo aquello que es ajeno a uno pero que tenemos adherido al espíritu por el simple hecho de habernos formado (o deformado) en un medio social, una familia, una escuela, una iglesia, un partido, una sociedad, un país, etc. Por esa misma razón de que el estilo es el artista es que podemos decir que toda obra es, en última instancia, autobiográfica, no en el sentido de lo vivido anecdóticamente por el artista, sino en el sentido de su base biológica y de acumulación histórica de experiencias que determinan el estilo de un artista y sus variantes circunstanciales.
Estas reflexiones sobre el estilo y la unidad de la obra de un artista surgieron en torno a la exposición retrospectiva que Mayro de León montó principalmente para sus amigos en su taller de escenografía, en celebración de sus quince años como pintor profesional. La muestra estaba compuesta por los cuadros que nunca se vendieron, por otros que nunca fueron mostrados (precisamente porque en su momento quebraban una supuesta unidad) y, los más, de reciente producción. Para mí, la unidad estilística de la obra de Mayro estaba ya presente desde sus primeros cuadros hasta sus últimas creaciones. Presente, aunque no de manera obvia, su ?estilo de formar?, su ?estilo de pensar?, su ?estilo de problematizr? y su ?estilo de solucionar?, dando prioridad a las exigencias del tema por encima de las ?necedades? formales y unitarias del artista. En fin, es notable que la principal característica de su estilo es la problematización del tema, la forma, la técnica, la ejecución, estilo del cual surge siempre una obra bien pensada, marcada, a veces excesivamente por su carácter de solución apasionada, no cartesiana, a una problemática bastante compleja. Por mi parte, concluí que las preocupaciones sobre el estilo que tanto abruman a Mayro deberían ser retomadas por aquellos artistas que doblegan y falsean el contenido en aras de un simple y vacío amaneramiento en la estilización, seguramente estimulados por la aceptación de un mercado que favorece las expresiones vacuas que puede absorber sin indigestarse.
Aquí habría que aclarar que la de Mayro es siempre una obra de un contenido impactante y significativo, así se trate de un simple retrato, de un paisaje, de un bodegón, de una escena realista, de una estilización poética o geométrica o de una abstracción informal. Se trata de una diversidad problemática, muy al estilo de Mayro de León. En todos los casos se trata de una pintura que tiene algo que decir, algo que quizá algunos no quieren ver ni oír, pero que está allí, en su obra, esperando pacientemente soltar sus golpes a las conciencias desprevenidas.