Este Primero de Mayo se celebró el Día Internacional de las y los Trabajadores, cuando nos encontramos en las vísperas del 70 aniversario de la Revolución de Octubre de 1944, que le dio pleno sentido a nuestra clase trabajadora. Debió producirse una masiva manifestación, caracterizada por el espíritu unitario y la determinación revolucionaria; pero, debemos aceptar, con pena, que las organizaciones de los trabajadores del campo y la ciudad no lograron un acuerdo mínimo para conmemorar la fecha y tampoco lo han hecho los partidos políticos de izquierda, que son los llamados a representar los intereses de la clase trabajadora.
En sus comunicados, tanto los de fuerzas políticas como los del movimiento social, se dice muy poco de la alianza obrera y campesina, menos una alianza de la clase trabajadora como tal y todavía menos de un movimiento de unidad progresista y popular, que nuestro país necesita, para sumar también a sectores transformadores de las capas medias.
Veamos autocríticamente la situación actual, sin dejar por ello de reconocer los grandes desafíos que las y los trabajadores del campo y la ciudad hemos debido enfrentar en estos 70 años de luchas, con sus éxitos y fracasos. Se perdieron tres generaciones de líderes en el enfrentamiento contra los sectores reaccionarios, particularmente en los 60 años que hemos sido regidos por “regímenes anticomunistas, vendidos al capitalismo a ultranza y al imperialismo yanqui”. No es esto una consigna “comunista”, sino que un hecho histórico. Todos los regímenes desde Castillo Armas hasta Otto Pérez han sido financiados por intereses estadounidenses, el CACIF y capitales extranjeros; apoyados militarmente por Estados Unidos y otros regímenes anticomunistas (por ejemplo, Israel y Taiwán) y sostenidos en contra de los sectores mayoritarios del país en función de los intereses geopolíticos de Washington. Estos regímenes han sido represivos y contrarios a los intereses de los trabajadores del campo y la ciudad.
La CIA, con el apoyo de la jerarquía de la Iglesia Católica y la oligarquía criolla, contribuyó a separar a las capas medias de los gobiernos de Arévalo y Árbenz, así como a organizar conspiraciones militares al estilo franquista. Las organizaciones de los trabajadores, pese a su activa militancia y disposición combativa, no pudieron defender la Revolución de Octubre, y la contrarrevolución se adueñó del país a partir de 1954. Fueron muchísimos los trabajadores del campo y la ciudad que pagaron con su vida su fervor por el cambio democrático; y una primera gran oleada de dirigentes y activistas fue forzada a sumergirse o salir al exilio. Los movimientos sindical y campesino fueron duramente castigados, al igual que maestros, estudiantes, universitarios, artistas e intelectuales, la avanzada de las capas medias. Se puso en vigor “la muerte a la inteligencia” pregonada por el fascismo. Pese a la contrarrevolución y la represión selectiva desatadas por los liberacionistas, trabajadores del campo y la ciudad, junto a sectores importantes de las capas medias, continuaron sus gloriosas luchas. (continuará).