Entre ellos, se incluían muchos profesionales e intelectuales, y perteneciendo al ámbito de lo jurídico, se encontraba un joven e intrépido jurista, quien ansioso como permanentemente vivía por aportar su humilde pensamiento y trabajo a la solución de los males que asechaban a su querida patria, creyó haber encontrado la fórmula legal mágica para modificar el sistema legal vigente para la selección de los jueces, que permitiera hacer de la elección de éstos y de los magistrados de la República un verdadero acontecimiento cívico para la vida nacional, logrando así que a las más altas magistraturas accedieran solamente aquellos abogados y juristas con los más distinguidos méritos y calificaciones profesionales, pero por sobre todo, con una solvencia moral y amor a la Patria a prueba de fuego.
Convencido como estaba, emprendió con ahínco y pasión desmedida la delicada labor de preparación escrita del documento académico contentivo de su tesis, lo que le llevó largas y fatigosas jornadas de estudio, las que, dada su necesidad de trabajar para llevar el pan a los suyos, implicó lógicamente verse obligado a robarle las horas al sueño para poder cumplir su cometido.
Tras varios meses de ardua labor culminó felizmente su propósito, y presentó entonces al cuerpo docente de su Alma Máter su trabajo de tesis profesional, con el afán de que el mismo representara un modesto pero sano aporte al sistema de justicia de su hermoso país, la República de «Pasadetodo Peronopasanada», sistema que por ese entonces -como ya se dijo- lloraba sangre, pues desde hacía ya mucho tiempo atrás, las sentencias se vendían al mejor postor, y los poderes ocultos, el narcotráfico y los delincuentes de cuello blanco tenían incrustadas a sus huestes en todo el sistema, el cual, prácticamente, estaba copado por esas tenebrosas fuerzas del mal. Era así como la impunidad reinaba campante; los más viles y atroces crímenes inimaginables quedaban impunes; los antejuicios dormían el sueño de los justos en el Supremo Tribunal de Justicia, mientras que sus magistrados integrantes no atinaban a ponerse de acuerdo para nombrar a su propio Presidente en una vergonzosa y antipatriótica pugna de poder; sin embargo, paradójicamente, esos mismos personajes sí estaban unánimemente de acuerdo en una desenfrenada carrera por saquear el erario nacional y la Tesorería de Fondos de Justicia, gastándose así en forma estrepitosa millonarias cantidades de pesos (moneda de curso legal en esa hermosa República) en las más banales y abyectas cosas que pueda uno imaginar, entre las que nunca faltaban constantes e innecesarios viajes al extranjero a cuerpo de rey.