Reflexiones acerca del amor


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En ocasiones damos por sentado que el amor y las personas que amamos siempre van a estar allí en nuestro diario vivir. Podemos considerar que no contamos con suficiente tiempo o que existen situaciones de mayor importancia que nos impiden compartir su compañía. Pero, a veces la vida corre más rápido de lo que pensamos y nos damos cuenta que quizás no nos acompañamos lo suficiente. Que las personas crecieron, se fueron a otros lugares o tal vez, fallecieron.

Dra. Ana Cristina Morales Modenesi


Al no contar con ellas, nos hace falta oír sus voces, escuchar sus palabras, su interpretación de las cosas, sentir aunque sea, que se encuentran allí, tal vez, en espera de una atención de nuestra parte. Existe un peligro en todas las clases de relaciones amorosas y es el de considerarlas expeditas, siempre dispuestas e incondicionales. Que se dan semejantemente a la teoría de la generación espontánea. Y ante este peligro nos situamos en la creencia de que el amor no necesita cultivo ni atención; que incluso debe ser de obligatoriedad en correspondencia ante la nominación de determinados lazos. Ser madre, padre, hijo, hija, hermano, hermana, primo, prima, amigo, amiga, tío… Pero la realidad es otra, si el amor no se cultiva los nexos filiales o de amistad no serán suficientes para que el amor subsista.

En el amor nadie puede obligar a nadie a amar, es la expresión de una libre decisión el hacerlo. No todas las personas que amemos corresponderán a nuestros afectos. La deslealtad, la desconfianza y el irrespeto pueden socavar hasta la más perdurable relación afectuosa. Las personas que nos quieren requieren correspondencia en tanto que necesitan que expresemos en nuestros actos el valor que tienen para nuestra existencia. Nuestros amores también desean escuchar caricias verbales, en donde un elogio nunca estará de sobra y la cortesía tampoco, desear un buen día, una buena noche, agradecer, saludar con afecto y de manera honesta. Que las palabras últimas en una conversación no hieran ni ofendan, porque puede ser nuestro último contacto con esa persona que amamos.

Al amar se necesita de corazón pero también de la razón, Porque al solo sentir podemos obrar de manera impulsiva y esos actos sin restricción o control de nuestra razón pueden llegar a herir penosamente a quién amamos. No importa de quién nos refiramos. Puede ser un hijo, una esposa, un amigo… y cuando herimos provocamos dolor y entonces si amamos ¿Por qué herir a quienes amamos?

De manera definitiva no es cierto que quien nos quiere nos aporrea, ya que quien nos quiere manifiesta su cariño, nos trata con ternura, afecto, respeto y es capaz de aceptarnos tal como somos. Nos permite abrir lazos de confianza para mostrar nuestras fortalezas y debilidades, le agrada observar nuestra felicidad, la comparte empáticamente, adquiere un gusto refinado por observar con agrado nuestro bien, nuestros progresos y alcances. Está en presenciar la luz que pueda acompañarnos no se siente impelida a apagarla. Nos ofrece su compañía, su solidaridad, su aprecio, respeto, cariño, amistad, interés, preocupación y nos impulsa a ser mejores personas y a vivir con más plenitud la vida.

Alguien que ama no se siente en pertenencia de la otra persona, como determinante de su propia existencia, se ama a sí misma/mismo. No podemos esperar amor de quien no se ama. Por lo cual para la realización del amor se hace necesario la madurez de cada persona lo que involucra un paso exitoso por diferentes etapas de crecimiento personal.