Las recientes declaraciones del profesor Christian Tomuschat en relación a la falta de implementación de las recomendaciones emanadas de la Comisión de Esclarecimiento Histórico C.E.H., Comisión que presentó su informe hace ya diez años forman parte de ese iceberg de impunidad y violencia que flota a la deriva echando a pique la posibilidad de establecer en Guatemala un sistema de justicia basado en la igualdad ante la Ley.
El informe del trabajo que la C.E.H. desarrolló entre 1997 y 1999 es una pieza trágica, pero absolutamente necesaria de conocer como parte de nuestra historia reciente que merece ser analizada reconociendo en ella un factor causal importante de la impunidad y la violencia en que se encuentra sumida Guatemala. En lo personal el análisis y la reflexión de lo que descubrí al leer el Informe de la Comisión me ocasionó una sacudida interna que hoy al releerlo se acentúa: perplejidad, confusión, incredulidad y porqué no decirlo cargo de conciencia por haber sido de una u otra forma en ese entretejido, un espectador pasivo de la tragedia que permitió crímenes sin nombre.
Hace unos días escribía sobre cómo fue posible que el pueblo alemán, una raza de artistas, filósofos, inventores geniales y místicos, hubiera podido ignorar las atrocidades que cometieron Adolfo Hitler y el Partido Nazi entre 1933 y 1945, cuando tuvieron el poder absoluto en Alemania. La misma reflexión y condena merecemos los guatemaltecos, que como yo, seguimos nuestra vida ordinaria y jamás creímos posible las atrocidades que se cometieron en Guatemala durante los más de 30 años del llamado Conflicto Armado Interno aun cuando nos llegaban rumores de ellas. Tengo que decir que desde los años de mi formación universitaria, en los que profesaba una ideología social cristiana, antagonicé a la izquierda universitaria ligada a la corriente del Marxismo Leninismo. Por varios años actué como dirigente universitario cruzando espadas con esa izquierda universitaria marxista en distintos encuentros de pensamiento a nivel nacional e internacional. Años más tarde me dolió la brutalidad y persecución de muchos de los que fueron compañeros en aquellas luchas estudiantiles con quienes compartimos en ocasiones la misma trinchera aunque en otras tantas estuvimos en bandos opuestos. Mas adelante, durante el transcurso de mi vida estuve ideológicamente ubicado en una posición opuesta a los movimientos guerrilleros de izquierda que surgieron en Guatemala creyendo encontrar la solución a nuestras grandes diferencias en otro cauce. Cuando me tocó hacer vida pública por casi 15 años entre 1981 y 1985 actué dentro del espectro de la derecha y luego en 1986 y 1987 me involucré en la guerra centroamericana en Nicaragua buscando impedir la penetración del comunismo en Centroamérica.
Con estos antecedentes durante los años que duró el conflicto armado interno mi simpatía estuvo al lado del Ejército, por combatir a quienes buscaban tomar el poder para instalar un gobierno de corte comunista. Como la mayoría de los guatemaltecos durante esos años escuché chocar las olas embravecidas del mar en aquella lucha pero nunca pasé de eso, mis justificaciones internas me decían que todas las guerras traen injusticias, dolor y muerte y todo aquello se comprende como un mal menor, necesario para evitar un mal mayor. Pasaron los años y en la quietud de mi retiro de la vida pública fui conociendo horrorizado cómo se descorría el velo de lo sucedido durante los años de la guerra interna y comprendí que ninguna razón podría ser válida ante los horrores y crímenes perpetrados. Un profundo sentimiento de dolor me inundó al haber ignorado la tragedia vivida, porque la ignorancia de un hecho criminal si bien no condena tampoco excusa, más cuando existen elementos que podrían haber permitido su conocimiento y por eso pienso que por ignorancia culposa muchos fuimos culpables de haber guardado silencio. He releído exhaustivamente y analizado cronológicamente con mis propias experiencias lo relatado en el Informe de La Comisión de Esclarecimiento Histórico y como un justo homenaje para quienes trabajaron en ella y para aquellos otros que fueron las víctimas, me propongo escribir una serie de artículos como una forma de expiación a lo sucedido.
Principiando con el capítulo de las Raíces Históricas del Enfrentamiento Armado el Informe de la Comisión concluye en algo que cualquier persona que pretende ser ecuánime no puede dejar de reconocer: desde la Independencia en 1821, una Independencia impulsada por las elites de Guatemala (Gobierno, Aristocracia e Iglesia) se conformó un Estado excluyente y racista, con el tiempo ese mismo Estado se fue convirtiendo progresivamente en un instrumento para mantener la estructura. Ese mismo Estado careció de una política social eficaz con excepción de algunos logros obtenidos después de la Revolución de Octubre que en mi opinión fueron los años del Gobierno del doctor Juan José Arévalo. También señala la Comisión que como contraste durante los años de mayor crecimiento económico en el país entre 1960 y 1980 el gasto social del Estado y la carga tributaria fueron las más bajas de Centroamérica, sin embargo agrego yo las condiciones de pobreza, el marco de hambre, enfermedad e ignorancia no se modificó. Las Constituciones promulgadas desde la Independencia en 1821 establecían derechos y garantías individuales y sociales que el Estado había ignorado y con esto había dejado de actuar como mediador entre los intereses de los diferentes sectores abriendo las puertas a la confrontación. (continuará)