Reflexión para el 8 de marzo


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Las mujeres deseamos ser mujeres, deseamos nuestra feminidad; y también nos sentimos orgullosas de serlo. Lo que nos disgusta es ser discriminadas, tratadas mal y objeto de agresión dentro de la sociedad. Tampoco quiero plantear una idea de que “somos pobrecitas” o tal vez perennes víctimas.

Dra. Ana Cristina Morales


Me suele quedar un sabor amargo, cuando algunas mujeres explotan y  exhiben a su conveniencia sus historias de dolor.  Pienso, que si bien es cierto lo que ha sucedido siempre se ha de mantener una postura de dignidad y esto ayudará al fortalecimiento de las otras mujeres que encaran situaciones difíciles por su condición y situación de género.
Cuando una nace no sabe muchas veces lo que le espera en la vida, con mucha frecuencia los padres no han deseado una hija, sino un hijo.  Como en el cuento que describí la semana pasada.  El cual decía los hijos hombres traen bendiciones consigo mismos, en cambio a las hijas mujeres, pues bueno hay que aceptarlas porque ese ha sido el destino o la voluntad de Dios.
Al escuchar  discursos de quienes trabajan en contra de la violencia contra las mujeres y en pro de los derechos humanos; y se excluyen de dicho discurso, pienso que de alguna manera no nos encontramos conscientes de que el trabajo que realizamos va dirigido para otras mujeres, pero también para nosotras mismas.  Mi idea se basa en lo siguiente: Mientras una mujer continúe siendo explotada, humillada y maltratada por su pertenencia de género, a mí también me están tratando de la misma manera.  Y aunque habrá mujeres con mayores mecanismos de enfrentamiento a estas adversidades.  En general todas los enfrentamos de una u otra manera.
El empoderamiento femenino va ligado a nuestro sentido de comunión con otras mujeres.  Porque nuestra identidad de género se conforma dentro de  los lazos existentes entre nosotras y de la misma manera se fortalece nuestra autoestima.  Las mujeres podríamos trabajar en tener una voz conjunta que nos ayudara a perseguir nuestros fines en común, como una estrategia para abordar los problemas y la violencia que enfrentamos; así como crecer y desarrollarnos con plenitud.
Lo cierto es que en el mundo patriarcal nos han enseñado a ser rivales en lugar de amigas. En donde cabría bien el dicho “dividir para vencer”, lo cual resulta en una realidad hasta ahora.  Reflexiono que si nos esforzáramos más en ser más unidas y tolerantes ante nuestras diferencias la situación cambiaría a nuestro favor.
Pero la pregunta es ¿Cómo lograr esto? Si estamos tan afanadas en competir  y en no reconocer las fortalezas y cualidades en otras mujeres.  También concibo que existen pequeños adelantos a lo que se refiere a visualizar la conflictiva social que se deriva del hecho de ser mujer.
A las mujeres nos cuesta creer y crecer para nosotras, nos es más fácil hacerlo en función de alguien más.  Quizás, de un hijo de una hermana, una madre o una amistad.  En nuestro interior muchas veces quisiéramos ser las niñas que de repente no fuimos y permitirnos este derecho.  Pero la realidad es que, en cada momento, la vida nos pide que crezcamos y con ello desarrollemos nuestra voz interna; que nos dice que somos dignas, que merecemos respeto y tenemos derecho a un lugar salvo de agresión dentro de nuestro interactuar social.
En este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, encamino la reflexión ante lo expresado con anterioridad.