Reencuentro


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No, no hablo de los Menudo, ni de Timbiriche, New Kids on the Block, ni de ningún grupo musical venido a menos o desfondado que apela a la nostalgia de los, las fans, para ganar dinero.

Hablo de ese reencuentro con uno mismo -misma pues, escrito como se debe-, que se da en esas tardes grises salpicadas de recuerdos húmedos y consoladas con chocolate, amargo como la vida, negro como el cielo en la madrugada y a veces dulce y lechoso como ciertos instantes.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es


Hablo de ese mirarse al espejo y redescubrirse, notar que además de líneas de expresión y más cachete, tras la mirada, aún hay sueños, esperanzas y deseos. Hablo de esas manos que aún tiemblan cuando las aprietan otras más fuertes y quizá sí, más cálidas, digo, dicen que soy poco afectuosa, pero siento.

Hablo de las sonrisas, esas que no cambian nunca, que curan las penas, que alivian el miedo, que susurran afecto. De las carcajadas que a pesar de las miradas insisten en retumbar.

Hablo de ese reencuentro con el alma, que creía perdida y no entre las llamas, sino en la monotonía, el desgano y la redundancia.

Reencontrarse, verse, sentirse y quererse de nuevo, creer, por qué no, quien quita, cantar de nuevo bajo la regadera o tras el timón del carro, negarse a cortar una rosa amarilla para que no se desconecte del tallo.

Palpar de nuevo las cicatrices y comprobar que ya no duelen, pensar que hasta las habíamos olvidado Reencontrarse con gente, personas por las que han pasado más los años, lo cual gratifica -Dorian Grey tenía razón-, y sin embargo, notar en sus ojos aún brillos de antaño, perderse en los recuerdos vestidos con modas obsoletas, bailados a un ritmo más ligero que el reggaetón o el pasito duranguense.

Hablo de mí, de los que me rodean, de los que seguimos buscando, pretendiendo, improvisando, sin darnos cuenta de que a veces todo está ahí; es sólo cuestión de hurgar, de despertarnos.