Reelecciones: El ejemplo de Arzú, Medrano y compañía


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Sinceramente colocar el tema de la reelección en la mesa de debates, con el ejemplo que tenemos de los alcaldes que se eternizan en los puestos gracias al uso de los recursos públicos para volverse inamovibles, es un verdadero cinismo. El argumento que se da es que cuatro años son muy pocos para hacer algo, pero cuando vemos ejemplos como el de la administración municipal de la ciudad de Guatemala, uno podría concluir que ni siquiera una vida entera es suficiente porque la continuidad o continuismo no han significado desarrollo urbano.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt


En Guatemala si algo debe hablarse sobre las reelecciones es para eliminarlas también para alcaldes y diputados, a fin de que podamos librarnos de quienes se han convertido en caciques de sus pueblos mediante la utilización de los recursos públicos. El listado geográfico de obras garantiza a los diputados el manejo clientelar del presupuesto, mientras que los alcaldes disponen del aporte constitucional para ese clientelismo que los vuelve eternos a pesar de situaciones tan evidentes como las que se han dado en Chinautla o el manejo de oscuros fideicomisos en grandes municipios como el capitalino.

Si un alcalde, tan sólo uno, fuera ejemplo de que gracias a la continuidad ha logrado impulsar el desarrollo integral y serio de su municipio, tal vez se podría hablar de reelecciones. Pero, ¿dónde hay un sistema eficiente de abastecimiento de agua, de tratamiento de las aguas servidas, un metro para movilizar a cientos de miles de pasajeros y descongestionar las vías? La visión del desarrollo urbano no existe en ningún municipio del país porque allí, como en el gobierno central, el poder sirve para hacer negocios sin el menor interés por los grandes problemas del país.

Sin tuviéramos un diputado cuya constante reelección fuera motivo de alivio porque disponemos de una voz en ese inútil Congreso, tal vez podríamos discutir si vale la pena la reelección; pero cuando nuestros diputados están en venta y subastados al mejor postor, eficientes sólo para aprobar al instante los deseos de su verdadero jefe, que no es el pueblo desde luego, cómo jocotes quiere el Presidente que se ponga en el tapete el tema de la reelección.

Sin un oscuro alcalde puede asegurarse la eternidad en la alcaldía simplemente con el manejo astuto de los recursos para salpicar ocasionalmente a la masa electoral con el fin de asegurarse el resultado, cuánto más podría hacer un Presidente con el presupuesto a su disposición, además del dinero producto de los contantes y masivos negocios que se hacen en el ejercicio del poder. Tendría que ser un verdadero idiota el presidente que no se asegurara la presidencia vitalicia en las condiciones actuales de nuestro “modelo democrático” que se basa en el control eficiente mediante el pisto de toda la maquinaria electoral. Por eso es que aquí vivimos una pistocracia en vez de la cacareada democracia.

Guatemala tiene muestras abrumadoras de que la continuidad no es sinónimo de más obra y mejor planificación. Cuatro años podrían ser suficientes si los gobernantes llegaran preparados para gobernar y, sobre todo, decididos a gobernar en vez de ir entregados en cuerpo y alma a hacer negocios. Y lo que vale para el Congreso y el municipio, vale también para el gobierno.