Reducciones, encomiendas y repartimientos son tres términos que repiquetean en nuestros oídos como ecos lejanos de campanazos que tañeron en los viejos templos de la Colonia. A veces son conceptos que se confunden y, en todo caso, no se analizan en su justa dimensión y conforme a las circunstancias en que se desarrollaron. Cada institución tuvo sus finalidades y especiales características aunque guardan relación entre sí.
La primera tiene una connotación urbanística, poblacional, la segunda es una expresión tributaria y la última se refiere a un sistema de trabajo. REDUCCIÓN. Al llegar los conquistadores encontraron a la población esparcida en el campo o en ciudades que, obviamente, eran ciudades indígenas. Para ejercer control y para facilitar los procesos de culturización y adoctrinamiento era necesario “reducir” el espacio donde se encontraban. Se fundaron los pueblos, lugar donde se “juntaron” a todos los que antes vivían en las montañas; de allí el proceso de creación de nuevas poblaciones; había que ponerles nombre a cada una y al nombre local se le anteponía el de un santo entre los que destacan san Juan, san Miguel y san José (algunos pueblos mantienen su nombre original completo, otros prescinden del nombre del santo patrono). En cada asentamiento se repitió el esquema urbano de construir una iglesia en la plaza central y enfrente el área de mercado. De esta manera, reduciendo a la población a pueblos hispanizados, era más fácil dar cumplimiento a las otras dos instituciones que adelante siguen. ENCOMIENDA. La encomienda tiene características de un avasallamiento puramente feudatario. Los españoles arribaron a las costas de América y por virtud de la espada, los caballos y los arcabuces, pasaron a ser los dueños de los territorios que antes pertenecían a los señoríos indígenas. Desde que llegaron tomaban posesión en nombre del rey de España. Por eso, tras la Conquista, las tierras pertenecían a sus Majestades y los que las ocupaban se convertían en vasallos, por ese mismo hecho debían pagar un tributo a los señores. Algo así como una renta. Siendo que la población ya estaba reducida en los nuevos pueblos era más fácil llevar control de las tributaciones fijadas a cada uno. Como virtualmente no circulaban metales preciosos (no había), las cargas se fijaban básicamente en determinadas fanegas de maíz o trigo, cuentas de cacao, gallinas, otros animales. Todos los pueblos debían tributar a la corona, pero por graciosa concesión del rey en algunos pueblos se renunciaba a ese derecho y se entregaban como premio a destacados conquistadores o funcionarios reales a quien se le “encomendaba” la educación religiosa y cultural de los indios de su respectivo pueblo. Los encomenderos tenían derecho a percibir para sí los tributos. Era un privilegio personal, pero que en algunos casos podía heredarse. Es claro que los encomenderos vivían muy bien sin necesidad alguna de trabajar o de organizar trabajo alguno; solamente recibían y para no descuidar el encargo o encomienda pagaban a determinados religiosos para que predicaran. Por eso había pueblos realengos y pueblos de encomienda. REPARTIMIENTO. Era un régimen de desarrollar las tareas, un sistema que comprendía el trabajo forzado. Los indígenas de un pueblo se dividían en cuatro grupos, cada uno debía trabajar forzosamente una semana para determinado propietario que les pagaba un salario nominal fijo. El resto del tiempo podían dedicarlo a actividades personales o libre contratación. El salario que se fijaba venía a ser una tercera parte de los que podría ganar por su cuenta. Figuradamente existía una esclavitud del 25% del tiempo. Cabe ahora preguntarnos si esas instituciones quedaron sepultadas en los lodos de la historia o han mutado con nuevas presentaciones.