Cuarenta y tres años han pasado, cuarenta y tres años de vida han transcurrido para todos después de aquella mañana fría de enero cuando juntos en el enorme patio del Instituto Nacional Central para Varones, nos formaron para indicarnos la sección a la cual perteneceríamos, nunca imaginamos que ese evento y esa imagen imborrable significaría una amistad para siempre.
¿Cuántas cosas pasaron desde aquel momento?, resulta imposible enumerarlas, pues la memoria también tiene sus límites, pero cada vez que nos juntamos con este querido grupo de amigos, en donde las irreverencias constituyen el común denominador, nos dedicamos a reconstruir tantos pasajes, tantos momentos, tantas anécdotas, que la memoria vuelve a recrearlas como si acabaran de pasar. La capacidad de la mente y el recuerdo son impresionantes.
Con cada recuerdo, no sólo retorna la imagen, que va ¡¡¡, se suman detalles, olores, palabras, lugares y colores, que concurren presurosos a recrear ese pasaje, ese momento, esa anécdota y cuando la contamos –a pesar que la hemos repetido seguramente montones de veces-, nos volvemos a reír, a carcajear, como si estuviera pasando en ese momento, seguramente la comunión de mentes, el concurso de imágenes y la conjunción de recuerdos, nos une en ese espacio temporal y todos estamos ahí de nuevo, con nuestros trece o catorce años, unos patojos, unos guiros, pero igual de felices, de alegres, nos sentíamos grandes, la vida era eterna, la edad no era un límite, vivíamos a plenitud, de a huevo como decíamos.
Cuando tenemos la oportunidad de retornar al pasado, precisamente en estos espacios de convivencia directa como la que hoy nos permiten Giovanni, Sergio y el Choco Morales, la memoria constituye el medio de transporte al pasado más impresionante, no sólo es inmediata, sino además como en Túnel del Tiempo, nos pone de nuevo ahí y si no estuvimos en determinada anécdota, igual nos incluimos y la disfrutamos por participación directa o por shutes, pero igual nos disfrutamos ese momento y nuestros ojos brillan por la emoción del recuerdo, por la alegría que todos o muchos estemos ahí, haciendo eco de un pasado que fue muy nuestro y que uno no tiene siempre la oportunidad de converger, pero más allá de esa reunión, confluir en recuerdos comunes que hoy son parte de nuestras alforjas, mismas que llevamos todo el tiempo con nosotros, como un tesoro, como un activo intangible y que tiene un enorme valor.
Los seres humanos tienen la característica en común que discurren por la vida en diferentes ámbitos, pero aquellos seres humanos que transitan por la vida haciendo gala de su pasado, sintiéndose orgulloso de su vida pretérita, hablando maravillas de esas amistades de temprana juventud y compartiendo sus recuerdos en otros espacios, son personas que trascendieron su vida más allá de la vida misma; son seres humanos que retornan a su pasado para recrearlo, para revivirlo, pero aún más para saber y ratificar sus raíces, sus orígenes y sus amigos, que se fundieron en una amistad para siempre.
Cuando uno hace el esfuerzo de recordar, muchas cosas en la vida se han olvidado, pero aquellos momentos que nos marcaron para siempre, resultan imposibles de olvidar; cuando retrotraemos recuerdos de amigos que han estado con uno en las buenas y en las malas y prácticamente permanentemente al lado de uno, la memoria se abre plenamente y los recuerdos brotan fácilmente, las anécdotas fluyen sin problemas, las charadas se despiertan tranquilamente.
Los hombres sin pasado no existen, sólo existen aquellos hombres que su pasado es brillante, es soleado, es alegre, es luminoso, es de carcajadas. Nosotros sí tenemos pasado, nosotros sí nos sentimos orgullosos de aquellos días, nosotros sí existimos. Nuestra vida en común fue corta, si se resta con el resto de nuestra vida, pero fue tan intensa, que resulta imposible no retornar a ella; nuestra convivencia en común fue tan fraternal, que el reencuentro se hace fácil; nuestro paréntesis de vida fue tan agradable, que hoy estamos acá, como si fuera ayer, como si la vida no hubiera transcurrido, como si un botón detuvo el tiempo para nosotros y nos permite solazarnos de estar juntos, nos facilita la comunión de amigos, nos provee inspiración para seguir, nos regala entusiasmo para continuar viviendo; en una palabra nos regala vida para la vida.
Hoy, en este momento, estamos en el patio del glorioso y centenario Central para Varones, en nuestras mentes se retorna a esa nublada mañana de enero, a ese frío espacio en el patio esperando instrucciones, acá están las araucarias, acá está la cabina de radio, acá está Don Salomón Aldana diciendo: ponele llamada especial a este vos; a la par nuestra está don Chepe Castañeda sonriendo y gritando: ya tocaron don Chepe; riéndose de nuestras charadas está don Juan Arriola y pensará para sus adentros: estos siempre fueron unos cabrones; no faltará la seriedad de don Fernando Santos acariciando su navaja; seguramente don Manuel Oliva Paz, nos habría ofrecido su quezadilla de Zacapa; don Raúl García Salas, nos diría en su inglés de Inglaterra: good morning class; doña Vicky estuviera desesperada ante los gritos de “un agua doña Vicky; Don Chente Medinilla, hubiera venido, hubiera hecho sus dibujos y se hubiera ido calladito y diría: estos patojos no han cambiado nada; don Augusto Cuéllar, el inefable e inolvidable Talega: gritaría a todo pulmón, son una bola de talegas, mis huevudos instituteros; don Moy, pensaría: nunca creí que estos pisados fueran a convertirse en profesionales, sino en mareros; don Justo Rufino Barrios pensaría: habiendo yo sido el promotor de la Revolución Liberal del 71, mírenme ahora cargando cuántas mochilas, suéteres, camisas y cuánta mierda tuve que aguantar de esta bola de irreverentes, don César Iturbide con su sapiencia reflexionaría: qué putos genes tuvieron estos muchachos; don Eloy Amado Herrera, con su sabiduría e intelectualidad concluiría: jóvenes rebeldes, muchachos consecuentes, la vida es un suspiro, me alegro de su alegría y no resiento para nada su irreverencia.
Seguramente otros instituteros estarían carcajeándose de vernos más jóvenes y felices, ahí tendríamos la presencia de Meme Colom; pensaría estos hubieran sido los herederos de la revolución e hijos de a huevo de mi legado; el Macho Efraín Recinos diría: si yo sólo soy un pobre infeliz aprendiz de la vida, éstos se la pasan de parranda como debe ser; Manuel Galich sonreiría asintiendo: no se ha terminado, los del Central siempre estaremos listos y aún dentro del pánico, saldremos al ataque; el Gran Moyas, Miguel Ángel Asturias, volvería a escribir la Chalana, volvería a recrear el Señor Presidente; volvería a volcar nuevas cosas para El Viernes de Dolores y concluiría diciendo: éstos se tomaron en serio de que en Guatemala solo se puede vivir chupando, pero qué bueno; El Sordo Barnoya, volvería a recrear sus charadas, sus chistes y con palabrotas altisonantes y a todo pulmón gritaría: Viva El Central.
Y en algún lugar de nuestra memoria, luego de repasar estas anécdotas, todos entrarán por la puerta enrejada, recorrerán los pasillos del viejo y querido instituto, se meterán en el laboratorio, oirán las chingaderas de los de tercero “C” del año 72; pasarán y escucharán las jodederas de los de cuarto B en el 73, pasarán por el pasaje para llegar al gallinero, en donde al evocar un espacio tan querido, aspirarán el aire esperando mayor inspiración, levantarán la hoja de metal que nos llevaba al túnel de Belén; entrarán en trencito a primero D en 1970, a la hora de la clase de Chicharrón; se llenarán los pulmones de oxígeno y mota en los baños del gallinero y cuando salgan gritarán en la puerta del taller de industriales: Ya tocaron don Chepe.
Al salir, se enfilarán directo a las canchas de basket, pues son las 7 de la mañana y empezarán a jugar veintiunos con el Ganso, con Briones, con Danilo Flores, con el Gatío, con Papaya, con Chiri, Giovanni, Molina, el Choco Rosas y el Choco Morales y entre los retadores estarán Sancho, El Caballo, El Zopilote, El Gato Rodas, Sisi, Robinson, Medusa, Chara y el Chiqui.
Luego entraremos a la cancha de Volly y ahí a los gritos de ¡Ya estamos, ya estamos!, jugaremos en diez minutos, dos o tres chamuscas de 5 puntos cada una, nuevamente se integrarán: Sergio El Muñeco Mejía; Carlos El Tilico Monroy; Víctor Manuel El Pato Mejía; Catarino Tono Lepe; Víctor Hugo Culius Parius Monzón y Juan José Chicho Narciso, equipazo aquel de segundo B.
Luego pasará don Beto Amézquita y nos llamará para que nos demos de trompadas con los guantes de box, nos obligará a dar cuatro vueltas al patio del instituto, empezaremos todos y la mayoría nos quedaremos detrás de la araucaria del lado sur oriente, haciendo una enorme cola y moviéndonos en el sentido contrario de don Beto, para finalmente integrarnos a la última vuelta.
Tanta vida, tanta gente, tanta dicha, no podemos negar que nuestro pasado es un gran tesoro y por ello reafirmo: sí existimos porque tenemos pasado. Al salir de acá y por toda nuestra vida, este paréntesis de existencia seguirá con nosotros, como nuestra sombra, e incluso como nuestra alma y ese espíritu, esa chispa, ese montón de recuerdos, le inyectarán más sabor a nuestras vidas y desde ahí con toda la fuerza de nuestra voz y nuestro pecho gritaremos con orgullo nuevamente: ¡Frente Altiva y Corazón Rebelde¡ y ¡A lo más alto por lo más difícil!
Muchas gracias.
Y en algún lugar de nuestra memoria, luego de repasar estas anécdotas, todos entrarán por la puerta enrejada, recorrerán los pasillos del viejo y querido instituto, se meterán en el laboratorio, oirán las chingaderas de los de tercero “C” del año 72; pasarán y escucharán las jodederas de los de cuarto B en el 73, pasarán por el pasaje para llegar al gallinero, en donde al evocar un espacio tan querido, aspirarán el aire esperando mayor inspiración, levantarán la hoja de metal que nos llevaba al túnel de Belén; entrarán en trencito a primero D en 1970, a la hora de la clase de Chicharrón; se llenarán los pulmones de oxígeno y mota en los baños del gallinero y cuando salgan gritarán en la puerta del taller de industriales: Ya tocaron Don Chepe.