Desde mayo en el Musac, en homenaje al escultor Óscar Barrientos (San Agustín Acasaguastlán, 1924-ciudad de Guatemala, 2000) se encuentra abierta una exposición que reúne pinturas y esculturas de un gran número de artistas de la plástica que conocieron y admiraron al maestro y a su obra.
Y entre tantas muestras de afecto se echa de menos no sólo la presencia de sus esculturas más representativas, dispersas en la geografía del país y en diversas colecciones privadas, sino también un estudio serio sobre su obra y sus aportes al arte guatemalteco, aunque un conversatorio programado para el jueves 17 de julio con la participación de destacados artistas parece subsanar en parte el aspecto documental del homenaje.
Con realizaciones menos espectaculares que, por ejemplo, Roberto González Goyri, nacido también en 1924, la obra de Óscar Barrientos comparte el espíritu libertario y moderno de los artistas revolucionarios. Centrada en el ser humano y en la experimentación formal y en la investigación de materiales, su escultura resulta una inmejorable referencia a la hora de determinar el arraigo popular que el arte moderno tuvo en Guatemala, sobre todo cuando la modernización no era una cuestión de modas sino una postura revolucionaria. Sin embargo, Óscar Barrientos mantuvo la especificidad de su trabajo artístico, buscando soluciones formales rigurosas a inquietudes que le planteaba y le permitía su época, guardando, sin embargo, una prudente distancia con relación a los contenidos ideológicos y librando a su obra de todo sesgo panfletario.
A la par de su obra creativa, habría que destacar también la obra docente realizada en la Escuela Nacional de Artes Plásticas y las universidades de San Carlos y Mariano Gálvez, en virtud de la cual la Facultad de Humanidades lo declaró Emeritíssimum en 1965. O sus años dedicados al Museo Nacional de Arte Moderno y sus esfuerzos por fundar el Musac.
Rescato ahora lo dicho por la crítica de arte Edith Recourat a propósito de la obra de Barrientos que ganó un “modesto” segundo lugar en un certamen de escultura de los años 60: “En cuanto a la «cabecita» de Óscar, ha constituido una revelación de distinta índole. Hecha de lámina de hierro y de insospechados resortes, es una demostración de maestría sobre los materiales y el estilo. Recuerda las cabezas asirías de hace veinticinco siglos. Soldada sin un error que perjudique sus líneas, es de estas obras que nacen clásicas. Que traen reminiscencias del ayer y presciencias del mañana, afirmando, una vez más, la supremacía y unidad del factor «hombre» sobre el tiempo y el espacio que lo amenazan perpetuamente. El hombre como tema y sujeto, la representación que de la frágil entidad humana se hace el artista guiado por su sola sensibilidad que dominará siempre la presión convulsiva de los elementos materiales”.