Recordando a mis maestros


Ren-Arturo-Villegas-Lara

Se conmemora en este mes de junio, el “Día del Maestro”. He recibido mensajes de queridos alumnos de la ciudad y de los departamentos y me recordé de un alumno que me confesaba su costumbre de llamar cada año a quienes habían sido sus maestros en su vida. Esa costumbre se esfumó cuando ya no fue mi alumno. He tenido muchos maestros en mi vida y los recuerdo a cada instante en que, en mis soliloquios, vienen a mi mente sus enseñanzas. Mi primera gran maestra fue mi madre: Isabel Lara Monterroso, quien me inculcó el amor al trabajo y la obligación de cumplir con la formación de los hijos que uno trae a este controvertido mundo.

René Arturo Villegas Lara


Para aprender a leer y escribir, como andaba en los 5 o 6 años, no tenía oportunidad de entrar a la escuela, hasta tener 7; y como no se sabía eso de los párvulos, una pariente, maestra Dolores Corado, oriunda de Cuilapa, me aceptó como oyente en primer año, junto a Óscar González y Otoniel  Ordóñez, asistida por una muchacha morena que se llamaba Adela García, entonces maestra empírica, que luego el gobierno la becó para hacerse maestra titulada, en Belén. A ellas les debo haber aprendido a leer y escribir. Luego vino la primaria, en Chiquimulilla,  y entonces me educaron los maestros Ovidio Orozco, Tomás Gómez González, Abrahám Iscaparí, que hizo milagros para que aprendiera los tales quebrados, Ovidio Villegas Orantes, mi padre, quien era el Director de la escuela,  y  mi gran mentor, don Federico Morales Pivaral, que para que pudiéramos cursar el sexto año fundó el colegio privado “Simiente”, ya que no había en la escuela pública,  pagando Q5.OO por mes. Esto era un atraso educativo pues estábamos en el año de 1952. Don Lico era graduado en la Escuela Normal y por  sus orientaciones   dimos el salto a la Gloriosa Escuela, como decimos los normalistas  con veneración. Ya en la Escuela Normal, gracias a la beca que nos otorgó  el segundo gobierno de la Revolución, el del coronel Árbenz, tuvimos excelentes maestros, principiando por nuestro director, Francisco Herrarte Lemus, y mentores como don Amílcar Echeverría y su florido lenguaje, don David Arroyo en la Historia, la recordada bondad de don Salvador Búcaro y don Roberto Sosa Silva, los grandes conocimientos médicos que nos daba don Héctor Nuila, galeno de los de antes, las matemáticas y geometrías de don Carlos Gordillo Barrios y don Quique López Arriaza, el ejemplo democrático de don Cayo Madrid, los conocimientos químicos de don Chepe Valenzuela, las artes manuales de don González González, que en los vales de la carpintería firmaba “G.3, y don Paco Pérez con las prácticas agrícolas, don Óscar Murga Bruni en las didácticas, don Rubén Darío enseñando  literatura infantil , Pastor Gabriel Mencos, don Quique Morales, don Antonio Vidal, inolvidables maestros de canto y música, sin faltar nuestros profesores auxiliares que cuidaban que el internado fuera orden y disciplina: don Chema Dardón, don Julio Galicia, Jacinto Quiñónez, don Beto Chavarría. Luego vino la Facultad de Derecho de la Usac. Allí tuve maestros de renombre: Julio César Méndez Montenegro, Federico Ojeda Salazar, Vicente Rodríguez, Mario Aguirre Godoy. Y cómo olvidar a don Joaquín Pardo, a Salvador Aguado, al gran literato Flavio Herrera, a Julio Gómez Padilla,  a Carlos García Bauer, a Gilberto Chacón Pasos, a Rafael Cuevas del Cid, a Chico Luna, a Adolfo González Rodas, a Toledo Peñate, a Reyes Cardona, a Menéndez de la Riva, a Vásquez Martínez, a Kestler Farnés y ese gran maestro, todo corazón: Rafael Zea Ruano. Disculpas si omito a alguien. Después, ya graduado de abogado, tuve la osadía de entrar a la Facultad de Medicina, a realizar mi viejo sueño de ser médico, sin lograrlo. De eso, recuerdo con agrado al doctor Ochaita, al doctor Pierri, al doctor Aguilera, quienes me emocionaron en el estudio de la anatomía humana y disección del cuerpo; al doctor Sosa Galicia en Parasitología; al doctor Alarcón en neuroanatomía. Ese viejo sueño se quedó en eso, por otras responsabilidades de la vida. En la década de 1970, me inscribí en la Facultad de Humanidades de la Landívar, a estudiar Filosofía y Letras, obteniendo mi doctorado. Y de aquí recuerdo a grandes maestros como el padre Pérez, al doctor Gallo y a Francisco Albizures Palma, recientemente fallecido, mi asesor en la tesis doctoral, un gran maestro y recio intelectual. Si yo me preguntara por qué los de nuestra generación hemos tenido un desarrollo  equilibrado en la vida, no dudaría en responder que se debe a esos grandes maestros que nos formaron. Y por eso me agradó leer una columna de Ana María Hernández, en donde describe lo que debe ser un maestro y nos recuerda una estrofa del Himno al Maestro, compuesto por Luz Valle, en donde dice: “Ser maestro es llevar en las manos, una antorcha de luz encendida”. Gracias, infinitas gracias a todos mis maestros que hoy y siempre he recordado  con gratitud.