Recital de piano mientras lloví­a silicio


Grecia Aguilera

El maravilloso Bí¶sendorfer Imperial, esperaba a su pareja con impaciencia; su acabado de laca azabache refulgí­a como un manto nocturno en el escenario del Auditórium Juan Bautista Gutiérrez, de la Universidad Francisco Marroquí­n en la Ciudad de Guatemala. Era el jueves 27 de mayo de 2010. La clepsidra marcaba la hora: 7:30 de la noche. Con impaciencia esperaba junto a mi esposo Carlos-Rafael Pérez Dí­az que apareciera el solista. Llegó el momento y el piano sintió la presencia de su consorte. El maestro italiano Roberto Prosseda se unió al instrumento y de inmediato surgieron las notas. La primera parte fue dedicada al compositor alemán Robert Schumann. «Escenas de la Juventud, Opus 15» y «Fantasí­a, Opus 17» fueron las obras escogidas. Sin partitura y con los ojos cerrados por momentos, Roberto Prosseda dirigí­a sus manos con genial destreza y las teclas del piano fueron para él mágicas plumas de suntuosas aves del paraí­so, que dinámicamente se acoplaban a sus dedos con armoní­a natural. Tornasoles de notas nacaradas y vibrantes, arrebatadoras y apasionadas. Yo cavilaba entonces en mi poema titulado «Vergel»: «Sea el tiempo/ vergel de sabidurí­a/ templo amanecido/ en el inextricable/ camino de la existencia./ Sea el tiempo/ céfiro infinito/ canto sublime/ en el intrí­nseco/ destino del espí­ritu./ Sea el tiempo/ contenida dualidad/ reflejo, fulgor, inmensidad/ alma cósmica de Dios.» Tiempo continuo de Prosseda en musicalidad constante, resonante y magní­fica, hizo que recordara la dramática vida de Schumann por causa de sus desequilibrios mentales. Lograba recuperarse gracias al amor de su esposa Clara y el apoyo de su amigo y admirador Johannes Brahms. Conocedor de su vida y obra, el pianista de la noche narra con su temperamento la amargura existencial del compositor. Continuaba yo escuchando y meditando dentro de la seguridad del recinto con la grandeza del instrumento y las notas de tan magnas obras. Ajena al mundo exterior, nunca imaginé que afuera se iniciaba una persistente y fuerte lluvia de arena, que provení­a de una erupción del «Volcán de Pacaya». El intermedio llegó y fue aprovechado para informar que se cancelaba la segunda parte del concierto por razones de fuerza mayor y de seguridad para todos. Pensé entonces en el poema que escribí­ que manifiesta lo siguiente: «Anda errante un tiempo milenario/ engendrado de volcanes misteriosos/ tejido y marcado/ por raí­ces que retumban/ claman y gritan/ el dolor inmenso de la misma Tierra…/ Anda errante un tiempo milenario/ y se eleva poco a poco/ hacia ilimitados espacios/ y se eleva poco a poco/ hacia el imponderable éter/ y se esparce en mirí­adas partí­culas/ llevando en sí­ mismo/ el dolor del planeta/ llevando en sí­ mismo/ el grito de angustia/ buscando un santuario/ sagrado santuario/ aún más allá del Universo absoluto.» La segunda parte del concierto estaba dedicada al genio de la pasión, Frédéric Chopin. Aún sin haber escuchado al maestro Prosseda, imagino los versos que hubiera escrito a sus interpretaciones. Pero a mi bienamado Chopin, en el bicentenario de su nacimiento, le dedico mi poema titulado «La poeta y el músico» que expresa: «Liturgia alucinada/ dulcí­simo absintio/ entregas a mi alma/ tus cantares y ensueños/ suspiros de estremecimiento/ tejes en mi pensamiento./ Pulsada por el viento/ en besos suspendidos/ Calí­ope consagra/ sus dí­as infinitos/ pende en tu pecho/ mi obsidiana celestial./ Vasija desbordada/ de imaginación/ seres conjugados/ de lujuria y pasión/ música es tu ansia/ poesí­a es mi ilusión/ atados en el tiempo/ por mi creación./ Notas engarzadas/ versos hilvanados/ sonoras invenciones/ brotan las orquí­deas/ al amanecer/ enlazados nota y verso/ en la musicalidad de tu ser.»