Cada vez se refunfuña más cuando alguien repite la vieja tesis de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, puesto que es cierto que cada vez los gobiernos, a lo largo y ancho del mundo, son más mediocres y entregados a la corrupción. Pero resulta que dada la forma en que se maneja la política, las elecciones se han vuelto en todos lados un concurso para ver quien engaña mejor y los pueblos se encargan de participar en el juego sin recato ni pudor.
Si alguien va a un restaurante y pide un buen pedazo de carne, espera precisamente lo que ordenó. Si en cambio le pasan un plato de pollo o de pescado, el cliente tiene derecho a exigir que se lo cambien porque no le están dando lo que a él le llamó la atención en el menú. Eso nos pasa a los ciudadanos corrientemente, porque votamos por alguien esperando un resultado y ya en el poder no se produce absolutamente nada de lo que dijeron en campaña.
En el restaurante uno tiene derecho a exigir y reclamar, pero si el mesero le dice a uno que no habrá carne y que se tiene que conformar con lo que le están dando, baboso el cliente que no se levanta y se va sin pagar la cuenta. Nosotros, los ciudadanos, somos como el cliente al que le dicen que deje de alegar, que se harte lo que le pusieron enfrente y que pague la cuenta sin chistar porque así es como nos comportamos cuando los políticos que llegan al poder hacen lo que se les da la gana.
Pero lo peor de todo es que cada cierto tiempo volvemos al mismo restaurante para ver si ya cambió el servicio, aun sabiendo que sigue el mismo dueño y que el cocinero y los meseros no han cambiado. Pero, ilusos, volvemos cada cuatro años a ordenar otra vez el pedazo de carne que nos vuelven a presentar jugoso y muy atractivo en el menú. En el fondo sabemos que nos están agarrando de babosos, pero hasta volvemos a salivar imaginando que comeremos justamente lo que hemos ordenado para toparnos, como si fuera sorpresa, con los mismos huesos de pollo ya chupados por los dueños, cocineros y meseros.
Y como eso está pasando en todos lados, por eso hay inconformes que protestan. Cierto que la protesta es anárquica, sin claro objetivo definido aún, pero es el reflejo de que empieza a haber comensales que se resisten a pagar la cuenta y a comerse los huesos. Comensales que no irán jamás al mismo restaurante. Nosotros, en cambio, en ocho días haremos fila para sentarnos en la misma mesa.
Minutero:
Un pueblo que no protesta
no es que le falle la testa;
es que se ha vuelto deforme
a fuerza de ser tan conforme