Realidario (DCXXXVII)


René Leiva

El siglo que no será, Se atribuye a André Malraux la sentencia sostenida en plena guerra frí­a de que el siglo XXI serí­a religioso o no serí­a. «Será religioso o no será». Lo cual en su momento se interpretó de varias maneras y hoy casi se ha olvidado, aunque cada dí­a cobra mayor vigencia y realidad. Religioso, religión, religiosidad. Pero no en los templos ni en los conventos ni en los monasterios ni en la liturgia ni en el colegio de teólogos ni en el mostrador del predicador o el tramitador de licencias celestiales, no en la tradición, los dogmas enlatados o las alucinadas sectas. El mundano autor de La condición humana seguramente intuyó el peligro de que el siglo XXI fuese una réplica, corregida y aumentada, apocalí­ptica y suicida, del siglo XX; guerras, imperialismos, fanatismos polí­ticos y económicos, terrorismo de Estado, individualismo egoí­sta, explotación del hombre por el hombre, consumismo irracional, homogeneización cultural, tortura y asesinato de la naturaleza, ecoterrorismo, racismo, xenofobia, nacionalismos a ultranza, entronización del dios dinero y su profeta el mercado, globalización de todas las alienaciones, manipulación genética aberrante, mundialización del crimen organizado, envilecimiento de la sexualidad y consumo de drogas como ejes existenciales… Vivimos una era de acopio electrónico de información y conocimientos, de comunicación a distancia, de realidad virtual, pero privada de cordura y de sabidurí­a. Desarrollo sin progreso. «Seréis como dioses».

A estas alturas, ¿qué podemos entender como religioso para ponerlo en práctica? ¿Acaso no todo ha sido profanado? ¿Todaví­a queda algo en la sociedad humana que sea sagrado para todos? ¿Es la religiosidad como un ataúd relleno de palabras y conceptos vacuos: hermandad, paz, concordia, justicia social, tolerancia, trabajo digno, respeto al derecho ajeno, fe en el ser humano…? ¿Nos salvamos todos o no se salva nadie? Sin esfuerzo, y sin tristeza ni amargura, se tocan los sí­ntomas de un siglo no religioso o irreligioso; más bien con la vieja marca del temor y el odio. Es un fracaso sostenido de la humanidad. Lástima. (Todaví­a faltan 92 años, aunque tal vez en el siglo XXII o XXIII se nos haga el milagro).

Jodido pero contento. Es raro que en ninguna historia de la filosofí­a occidental se consigne la existencia de cierta secta postsocrática emparentada con los estoicos, los escépticos, los cí­nicos, los epicureí­stas, los neoplatónicos y los sofistas, que floreciera en el ítica hacia el siglo II a. C., y cuya máxima era «jodido pero contento», atribuida por algunos especialistas al mismí­simo Sócrates cuando estaba en prisión y a pocos dí­as de beber la cicuta, anécdota que Platón, quién sabe por qué, omite en sus Diálogos. Se especula que algunos discí­pulos del filósofo hicieron de tales palabras todo un cuerpo de doctrina y forma orgánica de existencia, parecida en alguna medida al «sufre y abstente» de la moral estoica (Epicteto). Ahora bien, ¿cómo una escuela filosófica ateniense que declinó hace 22 centurias retoño) en el paí­s de la eterna haciendo de sus habitantes conspicuos acatadores del «Jodido pero contento? ¿Cómo llegó aquí­ y quién la trajo? ¿De qué manera se instaló y aposentó en los genes del guatemalteco pobre pero honrado? ¿Acaso es simple coincidencia? A veces, la solución del misterio debe ser parte del misterio.