REALIDARIO (DCXXVI)


JULIO FAUSTO AGUILERA. Hacia diciembre de 1980, en plena asiduidad, con Julio Fausto Aguilera perpetré algo parecido a unos versillos (13) provocados por la personalidad de nuestro poeta revolucionario y antifascista, que entonces me abstuve de entregar para la página literaria de El Imparcial, pero cuando le aludí­ algo al respecto recuerdo que expresó: «Ya me imagino…» En los 80 años de Julio Fausto (18 de septiembre 2008) incurro en compartir con el probable lector aquellas lí­neas hoy desversificadas:

René Leiva

Así­ habla y calla de lo terrible, de lo mezquino y lo oscuro. Así­ cavila y camina dejando atrás todos los insomnios sacrificados al buen proyecto de dar más por menos. Palpitar así­, delirante la maquinaria, frente a frente con los próximos sueños; alejarse así­ un poco del propio cociente exacto y fatal que diluyen los minutos; labrar así­ un aéreo documento para dar nuevo cauce al sufrimiento. Así­ habla y calla lo vivido a ras de mutilado infierno.

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Julio 1988. Con toda la naturalidad, dice Julio Fausto (Aguilera, por supuesto) que él no es un hombre normal. Y yo le respondo: ¿Quién es normal? Aplicada a cualquier ser humano, ¿qué significa dicha palabra? A partir de su conducta, ¿puede un hombre o una mujer servir de norma, modelo o tipo para medir el comportamiento de los demás? No sólo el arte, incluso la ciencia nos demuestra dí­a a dí­a que el hombre es un transgresor nato, en privado o en público, de toda suerte de normas. Lo normal es una cárcel deforme y estrecha. Claro que existen muchas formas de alienación que tientan a la gente para que se uniforme, es decir, para que forme rebaños, pero estos son pasajeros. Cada ser humano, ya está dicho, es único -al margen del trasnochado narcisismo freudiano–; todos lo sabemos o lo intuimos. Y nadie como Julio Fausto.

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Consagración literaria._ Es curioso y en ocasiones hasta simpático el fenómeno ese de la consagración literaria en un medio como en nuestro donde la obra, en última instancia, es lo de menos. (Lo de «consagración» no sé si, en ese contexto, es un término eufemí­stico o peyorativo.) En general, el camino del autor es contrariado y tiene sus escabrosidades autopromoción, relaciones públicas, roce o vida social, espí­ritu un tanto gregario, ciertas concesiones y complacencias, llamado a puertas herméticas y puentes levadizos, mucha publicidad -discreta o indiscreta, según soplen los vientos?, paulatina y no siempre consciente adherencia a la cultura oficial (no necesariamente tradicional o estatal), y otros vericuetos semejantes. Y sin hacer mención aquí­ de las rivalidades, la competencia desleal, la ley de la oferta y la demanda, el espí­ritu emprendedor y exitoso, los gastos de mercadeo espiritual… En dicha empresa muchos se quedan en el arranque, otros a medio camino, y sólo unos pocos escogidos alcanzan la ansiada consagración, casi siempre debida al inusitado espaldarazo de alguno de esos potentados literarios que andan por allí­, con falsa discreción, encarnaciones de la autoconsagración. (En el paí­s de la eterna ni siquiera el viejo Moyas conoce lo que podrí­a llamarse consagración popular, a pesar de… o debido precisamente a…)

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Sesenta segundos de silencio. Me disgustan los minutos de silencio tanto por parecer eternos como porque no lo son. Caras de circunstancias, ostensibles hipocresí­as, simuladas impaciencias. Un minuto, escaso, de silencio, en que el pensamiento se evade hacia otra parte y nada se ha rescatado del olvido. A la memoria, por la memoria, en memoria… Y en las congregadas memorias se sepulta el recuerdo. Un minuto de silencio, reloj en mano, ni un segundo más.