REALIDARIO (DCLXXIV)


Leyes dentadas. La amarga experiencia, concreta, demuestra que no basta con decir que una ley tiene dientes, incluidos filosos colmillos del tipo tigre dientes de sable. También debe tener quijada o mandí­bulas, por supuesto (acordaos, hermanos, del dicho aquel: «Dios le da dientes a quien no tiene quijadas».) Una verdadera ley, con capacidad para morder jamás puede confeccionarse desdentada o sholca, ni mucho menos dotarla de una dentadura postiza, de esas que se colocan solo para comer, reí­r a carcajadas, cantar, silbar, y que se guardan por las noches en un vaso con agua, lo cual serí­a terrible en un Estado de derecho e inclusive torcido. Una ley con dientes, a la vez, debe poseer voluntad y fuerza polí­tica para morder y de preferencia arrancar el pedazo en distintas partes del cuerpo. No puede tener frenillos, rellenos, empastes ni prótesis. Que tampoco le pongan bozal.

René Leiva

Y por aparte, una comisión técnica, ad hoc, jurí­dica y odontológica, debe realizar una revisión periódica de esos dientes legales. También se recomienda que las leyes en general, para mantener su salud dentaria, se abstengan de comer chicharrones, tostadas con salsa, caramelos de miel o quiebradientes, champurradas, elotes no muy bien cocidos, etc.

En la justa aplicación de leyes con dientes, por favor, olvidarse de ponerlas tras las rejas, colocarles cadenas y cabestros. Y otra cosa: a una ley castrada y estéril de nada le sirve tener dientes. (¿Y las trampas, inherentes a toda ley?)

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Amarrado con longanizas. En declaraciones exclusivas, mi amigo el chucho asegura ser el primer sorprendido (sic) ante la manida aseveración de que antes, hace ya mucho tiempo, a él lo amarraban con una sarta de longanizas, o sea lo que harí­an unas veinte (20) unidades, por lo menos, y eso sí­, se supone que de primera calidad, de puro marrano (dicho sea con todo respeto), sin gordo ni pellejo, con su chile verde, cebolla, ajo, vinagre y demás ingredientes seleccionados. Que él recuerde, ratifica mi amigo el chucho, nunca jamás, nadie, en parte alguna y por ninguna circunstancia, llegó a amarrarlo, o sea a ponerle una especie de collar de longanizas, más una cuerda del mismo material atada a un palo, un árbol o cualquier tipo de poste que estuviese por allí­. Mi amigo el chucho dice ignorar el origen de dicha especie tendenciosa y malintencionada, con la que se pretenda desprestigiarlo de manera alevosa, sobre todo a sus antepasados. ¿Y por qué no haberlo amarrado con chorizos, butifarras o salchichas? ¿Por qué las tales longanizas? ¿Acaso entonces no habí­a lazos, cuerdas o pitas?

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Arzubico. Obviemos por un momento los impedimentos o vedas legales-constitucionales.

Existen prohibiciones elementales, de orden moral, ético, histórico, polí­tico (en el buen sentido) ; de dignidad nacional, memoria colectiva, inteligencia cí­vica.

(De cuando en cuando, del ubicuo basurero de la historia -no precisamente clandestino- se desprendan amenazantes, derechistas emanaciones de engusanados redentores reincidentes que quieren regurgitarse en el siglo XIX. ¿Basta con taparse las narices y contener la náusea mientras regresan a su pudridero?)