REALIDARIO (DCI)


Portación ilegal de cara. El analista Luis Ramí­rez ha aludido a un probable nuevo delito que inspira a las llamadas fuerzas de seguridad: «portación ilegal de cara». De hecho, transportar una cara de calibre prohibido, sobre todo si va acompañada de una forma sospechosa de conducirse a los sagaces y experimentados ojos de las autoridades, puede significarle al individuo que transita la ví­a pública algo más que un simple cacheo. Una cara de grueso calibre únicamente pueden portarla los señores agentes de la policí­a nacional, fiscales y miembros del ejército; aunque se podrí­a legislar al respecto y elaborar un reglamento mediante el cual se autorice permisos para portación de cara que, por desgracia, no se ajusta a los estándares internacionales, o sea que la persona acostumbre llevarla así­ por herencia biológica, de nacimiento, como algo natural o innato. El mismo reglamento contemplarí­a tanto los tipos de cara permitidos -previo estudio fisonómico? como aquellos que atentan contra el ambiente, el ornato del municipio, la seguridad ciudadana, los cánones apolí­neos, la moral y urbanidad, las buenas costumbres, en fin. Mientras se discute a profundidad este asunto legal, a la portación prohibida o clandestina de cara tendrí­a que imponérsele alguna forma de sanción económica, impuesto o gravamen, con el fin especí­fico de evitarle mayores dificultades al grueso de la población honrada y trabajadora.

René Leiva

Pacto de damas. Cabalmente, en vista de que casi siempre los pactos de caballeros entre los así­ llamados no son tales y apenas duran unas horas, en adelante se denominarán pactos de damas, sin importar que los signen o firmen presuntos caballeros, en vista de que cuando son damas quienes pactan existe una garantí­a implí­cita y asegurada de su observancia y cumplimiento puntual. O sea que en el futuro no debe extrañar que cuando dos o más grupos de varones firmen un acuerdo o convenio, a tal hecho le llamen un pacto de damas, pues tal designación, y no la acostumbrada, avalará su indudable realización. Quedan abolidos, pues, los desacreditados pactos de caballeros, hasta nueva orden.

¿Jí­lari o Barack? Si las elecciones presidenciales en mi querida Gringolandia fueran o fuesen hoy mismo, yo no estoy muy seguro de por quién depositarí­a mi sagrado voto, si por Jí­lari o por Barack (me considero del ala dura demócrata, ofcors), en el entendido de que todos los súbditos – y en buena medida los contribuyentes- del glorioso imperio tenemos sobrado derecho de votar, desde Irak a Venezuela, de Afganistán a Guatemala, de Pakistán a Nicaragua, etcétera; por no mencionar a Israel, los demás territorios palestinos ocupados, Cuba… En un mundo globalizado, marcado a sangre y fuego por la democracy yanqui, hasta el más tercermundista campesino de Ixcán tiene ganada de sobra, incluso desde antes de 1954, la facultad de decidir mediante democrático sufragio quién será el próximo usufructuario del trono imperial situado en la Casa Blanqueada.

Sospechoso silencio. Pregunta ociosa, retórica, por deporte y amor al arte: ¿por qué los columnistas internacionales proyanquis y filoimperialistas Mario Vargas Llosa, Carlos Alberto Montaner y Andrés Oppenheimer, encarnizados enemigos ideológicos y despiadados crí­ticos de Hugo Rafael Chávez Frí­as, no dijeron ni pí­o acerca de la publicitada liberación de dos prominentes mujeres secuestradas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC? Y otra interrogante, de ganancia: ¿qué tan generales son las nociones contenidas en el éxito editorial «Manual del perfecto idiota latinoamericano»?