EXORCIZAR LA CORRUPCIÓN. Nada menos. Erradicar esa mala yerba que crece no solo en viejos y sombríos rincones sino también en los salones mejor iluminados con luz artificial, claro. ¿Pero es posible podar todas las ramas infectadas del árbol social para que nuevos brotes den los frutos deseados? ¿Se puede curar o por lo menos aliviar un enfermo del terrible morbo genético cuando el mal es, literalmente, una peste colectiva?
¿No es disparatado separar el mal olor de la cosa apestada, ahuyentar a los gusanos del cuerpo descompuesto previa una supuesta exhumación? ¿Se podría hacer el haraquiri la corrupción, autoexorcismo en el escenario de cierto hemiciclo? Imposible esperar el milagro y que Guatemala entera sea un enorme exvoto dentro de sí misma.
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RETÓRICA. Es una palabra, y algo más, de capa caída, bajo perfil, mala prensa, venida a menos, desprestigiada y desprestigiante. Desde hace algún tiempo, al contrario del rey Midas, todo lo que toca lo convierte en escoria y hojarasca. Ya no embellece el diálogo y el discurso sino que lo llena de afectación y falacias, en vez de persuadir mueve a desconfianza; busca conmover y solo alcanza el aburrimiento. De una flor exquisita cultivada en umbrosos jardines, la retórica mudose en ortiga brotada entre guijarros; de pilar de los estudios humanísticos devino en talanquera de condominio “exclusivo”; de grácil mariposa sobrevino en torpe zanate; de cristalino riachuelo resultó fétido charco. Y etcétera.
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HACE VEINTE AÑOS. ¿Que veinte años no es nada?, el 29 de septiembre de 1992, este Realidario, iniciado en abril de 1988, obtuvo el Premio Opus, Columna Literaria (?), del desaparecido y olvidado Patronato de Bellas Artes. ¿Y? Pues quién más sino yo mismo el sentenciado a recordarlo. (Y sí, en dos ocasiones, frustradas, se me propuso la edición de una “selección” de estos fragmentos que han tenido sus prolongadas ausencias, una de ellas emprendida por el meticuloso Roberto Paz y Paz. Las llamaradas de tusa editorial.)