Realidario (DCCXXII)


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PERDONAR CO/LECTIVA/MENTE. Hay una psicología del perdón, una sociología, una teología y mucha poesía del perdón. Entre la ofensa y el perdón existen escalas, grados, matices. Caminos cortos o interminables. De un pueblo estoico a sus verdugos irredimibles. Péndulos que oscilan de corazón a corazón. Hay perdones inmensos y chiquitos, claros y sombríos, plurales y singulares, callados y gritados, que se van o se quedan, eternos o pasajeros. El perdón purifica a quien lo otorga y fecunda su memoria.

René Leiva


El perdón condena a quien lo despilfarra. El perdón barato hunde más la astilla en la carne. ¿Se puede perdonar a quienes saben lo que hacen y nunca sienten remordimiento ni arrepentimiento, más bien niegan sus desmanes? La vida, en todo caso, es una enfermedad que no perdona.

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LA SOMBRA. A propósito de cómo está la situación y que ya no puede confiarse en nadie, un amigo me contaba que fue asaltado por su propia sombra. Dice que una noche de estas iba hacia su casa, a pie, allá por el barrio San Antonio, zona 6, cuando a la luz de la luna y de uno que otro foco del alumbrado público, notó que su sombra suya de él no sólo le perseguía sino que intentaba abalanzarse sobre su humanidad. Intentó correr, pero en una esquina traicionera su sombra le dio alcance, le metió zancadilla y una vez en el suelo se le echó encima y procedió a vaciarle los bolsillos, dejándolo todo aturdido, sin cartera, sin reloj, sin celular, sin chumpa y sin zapatos. No obstante, en cuanto  mi amigo se incorporó, dice que su sombra volvió a aparecerse justo a la par de él, como siempre y como si nada hubiera pasado.

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PARAGUAS CERRADO. A veces mis detractores particulares me ha  criticado porque soy de los que ven llover y no abren el paraguas, en el entendido tácito de que poseo uno, pero en mi caso personal debo aclarar que la mayoría de las veces no abro el paraguas porque cuando veo llover estoy en la casa que habito, en mi oficina metafísica, en alguna cafetería o cantina de mala muerte que suelo frecuentar, o simplemente bajo un alero cualquiera, y así sería no solo inútil sino totalmente disparatado que me afanara en abrir el paraguas, y en cambio más bien lo dejo en su lugar preferido, parado allí o sobre una mesa, digamos, y me conformo con ver llover, observar la manera en que cae la lluvia sobre la calle, los árboles, los tejados, y también sobre la gente que veo correr… “y no estabas tú”.

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“Hay mujeres tan suculentas y exuberantes que uno desearía ser multilingüe y plurimanual.” (Giovanni Casanova en sus buenos tiempos.)