Realidad o ficción


Eduardo_Villatoro

Con la embestida de la extrema derecha, otros grupos conservadores y hasta exquisitos guardianes de la paz, calificados de intelectuales centroizquierdistas que sirvieron a gobiernos de derecha, y cuando nuevamente se publican panfletos en los que mencionan a organizaciones católicas, sacerdotes, monjas y laicos de la misma filiación religiosa señalándolos de haber sido guerrilleros o colaboradores de la insurgencia que persisten en desestabilizar el sistema democrático, y aun llegan a negar que se cometieron asesinatos y masacres contra niños, mujeres y ancianos indígenas, tengo la vaga sensación de que familiares y amigos míos nunca existieron realmente sino que sólo figuran en mi imaginación.

Eduardo Villatoro


Sin embargo, te recuerdo, querido Zacarías, especialmente aquel mediodía que llegaste a almorzar a nuestro hogar. Nos contaste del avance de tus estudios en la universidad de San Carlos, de tu actividad docente en una escuela primaria, de las travesuras de tu pequeño niño y del amor con tu compañera de vida.
 
Sería la última vez que nos vimos. Te despediste, tomaste tus libros y  marchaste hacia tu casa. Al día siguiente me llamaron por teléfono para informarme que cuando caminabas a inmediaciones de la vivienda que alquilabas, varios hombres armados descendieron de un vehículo, te dispararon y arrastraron tu cuerpo aún con vida hacia el automotor sin placas de circulación, en presencia de tu chico a quien llevabas de la mano y de personas que posiblemente tampoco existieron porque no se identificaron, pero que avisaron a tu esposa de lo ocurrido. Gobernaba el general Romeo Lucas, durante cuyo régimen asesinaron a dirigentes socialdemócratas, como Manuel Colom Argueta y Alberto Fuentes Mohr, además de miles de guatemaltecos que no eran combatientes en la guerra interna.
 
Infructuosamente, Zacarías, te buscamos durante semanas en hospitales, cárceles, cuarteles y en la morgue. Tu madre, mi hermana Marta Josefina, falleció en diciembre del año pasado y siempre guardó la lejana esperanza que algún día sabríamos de tu paradero.

También tengo mis dudas si fuiste un hombre real que trabajas de taxista en Malacatán, vos Mario Chávez Calderón, porque un sábado cualquiera tuviste el descaro de abandonar por un rato el vehículo que conducías, te acercaste al  salón de una finca de aquel municipio de San Marcos donde una marimba amenizaba la festividad rural e invitaste a bailar a una fresca joven con olor a azucenas en su ondulante cabellera, ignorando que a esa muchacha la acosaba un suboficial de las fuerzas de seguridad del Estado.
 
Esa noche ya no regresaste a tu casa. Mi tío Güicho, tu papá, me llamó angustiado e iniciamos tu búsqueda, pero nadie supo qué paso después de que unos hombres uniformados te condujeron por la fuerza sin rumbo conocido. Tus padres y tu mujer fallecieron hace tiempo y tus hijos emigraron a Estados Unidos. Vos, Mario, ni siquiera sabías de la existencia de la URSS y jamás en tu vida oíste el nombre de Marx, ni tenías simpatías políticas. Simplemente fuiste un taxista que en mala hora te dieron ganas de bailar una par de piezas de marimba con la hija de un campesino. Era presidente otro general, en cuyo período yo me vi obligado a salir del país por primera vez, aunque ahora dudo si realmente esto ocurrió.
 
Dudo, asimismo, que sea cierto que compañeros periodistas hayan sido ametrallados por el simple hecho de transmitir noticias o de expresar sus opiniones que fastidiaban a funcionarios de los gobiernos autoritarios. Llego a pensar que nunca existieron mis compañeros y amigos Mario Monterroso Armas, Marco Antonio Cacao, Jesús Marroquín, Irma Flaquer, Enrique Salazar Solórzano y algunos más que se han olvidado, como tampoco vivieron Isidoro Zarco, Mario Ribas Montes y otros asesinados por la insurgencia.
 
A lo mejor todo lo relatado es mera ficción. ¡Quien sabe!…