Hoy, cuando se cumple un aniversario más de la muerte de Clemente Marroquín Rojas, recuerdo una intervención suya en la Constituyente de 1945 cuando se discutía el voto del analfabeto y varios de los miembros de la Asamblea exigían que se les negara porque con su ignorancia eran los que erigían las grandes dictaduras. El ignorante que votaba por el Tata Presidente, decían, era el creador de los tiranos que han gobernado a la Patria. Mi abuelo, sin embargo, sostuvo otra tesis, afirmando que todas y cada una de las dictaduras eran obra de los letrados, de los que rodean a los gobernantes llenándolos de elogios y lisonjas hasta endiosarlos para que crean que son una especie de Mesías, salvadores de la Patria.
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Viene a cuento lo anterior porque el fin de semana pasado el Presidente del Congreso de la República, el diputado Arístides Crespo, a quien considero uno de los políticos más centrados que hay en el Congreso, se dejó llevar por el entusiasmo ante los micrófonos y lamentó que nuestra legislación no permita la reelección porque, según dijo, la obra que han hecho los actuales gobernantes ameritaría que fueran reelegidos Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti para los cargos de Presidente y Vicepresidente. Me sorprendió Arístides en ese su arrebato porque siempre lo he considerado un hombre ponderado. Pero es obvio que un micrófono no sólo magnifica su voz, sino le enciende el entusiasmo hasta obnubilar la razón. Otra vez, queriendo exaltar las cualidades del entonces candidato general Otto Pérez, se dejó llevar por la costumbre y pidió a la multitud un aplauso para el general Efraín Ríos Montt, quien había sido su líder.
Por ello recordé la expresión de mi abuelo que está consignada en el Diario de Sesiones de la Asamblea Nacional Constituyente de 1945, cuando dijo que eran los letrados, los que rodeaban a los gobernantes, quienes les metían ideas para convertirse en dictadores reelectos una y otra vez mediante procedimientos electorales que no tenían nada que ver con la democracia, justamente como los que tenemos ahora en los que es más importante el dinero para la campaña que las tendencias del voto popular.
Carrera, Barrios, Estrada Cabrera y Ubico tenían entre su círculo más íntimo a quienes les repetían, una y otra vez, que eran la octava maravilla del mundo y que reelegirse. Cuando la reelección estaba prohibida, esas melosas palabras empezaban a horadar la mente del gobernante para imaginar fórmulas que le permitieran hacer lo que es tan fácil en este país, es decir, jugarle la vuelta a la ley.
El gusanito de la perpetuidad está en todo gobernante y en todo político que quiere eternizarse en su posición. Y va tomando forma cuando alguien le susurra al oído cuán grande es, cuántos méritos tiene como para reelegirse. No digamos cuando en plena plaza pública, micrófono en mano, es el mismo Presidente del Congreso quien, emocionado al extremo, proclama cuánto ganaría el país si el Presidente pudiera reelegirse dadas sus “enormes cualidades”.
Estoy seguro que el resbalón de Crespo ni es el primero ni será el último que endulce el oído de Otto Pérez quien, como sus antecesores, escucha halagos similares todo los días.