Raúl de la Horra: El espejo irreverente


Raúl de la Horra no es un escritor que necesite mayor presentación. Ha ganado varios premios literarios, es un columnista conocido, un ensayista de ocasión y además un personaje de humanidad excepcional. Raúl ha acumulado como fruto de la experiencia de vida no sólo conocimientos, que son de utilidad sin duda cuando ofrece terapia, sino también una madurez fuera de serie con la cual enriquece y hace interesante el mundo cultural.

Eduardo Blandón

¿Qué nos ofrece Raúl en «El espejo irreverente»? Varias cosas. En primer lugar es un trabajo producto de reflexiones sobre temas actuales y nacionales. Cada «follarismo» es el resultado de un esfuerzo intelectual intenso, pero condensado en un espacio breve. Doble mérito para él: racionalización y brevedad. Raúl saca lo mejor de sí­ para proyectar sus ideas y provocar al lector para una toma de posición alejada de convencionalismos y ficciones.

Sin embargo esto no es sólo una fumada frí­a y cerebral. Cada artí­culo presentado en la obra destila la pasión y el sentimiento de un escritor cuya realidad hiere y lastima. Raúl propone ideas nacidas de una afectividad madura, no sensiblera ni tierna ni rosa, sino la propia de un mí­stico que expresa su afecto con una estatura poco común. Esta fusión entre intelección y sentimiento es un valor que ofrece dignidad al texto.

La intelección y el sentimiento, con todo, quedarí­an cortos si no fueran acompañadas de una visión amplia y una capacidad de distanciarse del mundo al mismo tiempo. Raúl descubre la realidad nacional y la revela encarnado en la vida, con los pies en el suelo, pero separado de ella. Esta virtud le permite ver más allá de lo que los ojos habituales ven y permite hacer evidente una realidad que trasciende el mundo sensible.

La obra de Raúl, entonces, es una especie de ejercicio metafí­sico y terreno a la vez, un trabajo de fusión entre lo trascendente y lo inmanente. Es decir, aunque sus textos despegan de la realidad fí­sica, trata de encontrar esos elementos que se esconden en las cosas y así­ se eleva por encima de lo que parecen ser las caracterí­sticas fenoménicas intuidas por la mayorí­a. Todo, sin las complicaciones que tenemos algunos para escribir, con un lenguaje accesible, amable y fluido para los lectores.

Pero si bien sus artí­culos son reveladores serí­a ingenuo pensar que su contenido es «light» y un manjar para el paladar vulgar. Raúl es un columnista irreverente desde todos los ángulos que se quiera ver. Se trata de esos escritores a quienes ser iconoclasta les viene bien y disfrutan con fruición la ironí­a y la burla. Para el autor no hay nada sagrado y por eso se conduce en sus páginas con una irreverencia que al piadoso irrita y al tonto produce rencor.

Su estilo recuerda a Diógenes, pero en todo caso con una voluntad de hacer crecer al lector, no de humillarlo ni burlarse gratuitamente de él. Su esfuerzo es compartir una lectura y someterla al juicio de sus lectores. No con la pretensión de quien dogmatiza e impone sino con la humildad del que se aproxima y tí­midamente enuncia lo que ve y lo testimonia.

¿Qué lo vuelve irreverente? La estupidez vital. La inmadurez de quien no reconoce sus limitaciones y se toma muy en serio. La incapacidad de reí­rse de sí­ mismo. La arrogancia de creerse en lo í­ntimo el «non plus ultra», el autoengaño al considerarse el mejor cuando no se es sino uno más entre otros. El fundamentalismo religioso, la vida inauténtica de algunos cristianos, la mentira, la hipocresí­a y la falsedad. Y, finalmente, entre otras cosas, la falta de inteligencia en general.

Esa irreverencia lo conduce a la burla piadosa (casi caritativa a veces), a la ironí­a y al desprecio. Pero no se ensaña contra las personas, sino contra las actitudes. Reconoce lo enfermizo y lejos de buscar su cura pone dinamita casi insinuando que los males no tienen solución y es mejor empezar de cero. Así­, para el lector hipersensible y poco acostumbrado a la escritura que provoca, esto termina en desasosiego y nerviosismo.

Examinemos tres de sus textos y crí­ticas.

Sobre los escritores. «Hoy traigo una queja y una petición. Primero, la queda: es contra los escritores. Sobre todo contra los poetas, que gustan de leer sus textos en voz alta en los actos públicos organizados para celebrar su ingenio. Considero que en más del 95 por ciento de los casos, lo que consiguen es destruir su obra al no estar capacitados para ejercer el difí­cil arte de la interpretación».

Sobre la indolencia juvenil (y no tan juvenil). «Hablábamos la semana pasada de la «huevonitis crónica» que afecta a muchos chicos de las capas altas y medias (las mujeres suelen ser más despabiladas, pero corren el riesgo de criar mañana a sus hijos como lo fueron sus hermanos), y que los va transformando poco a poco en parásitos. Los que sufren de este sí­ndrome se muestran abúlicos, ni siquiera leen periódicos, su vocabulario es cada vez más limitado y soez, y sólo piensan en su ombligo. Desperdician horas enteras delante del televisor, la computadora, hipnotizados por los espejitos de la sociedad de consumo, convencidos de que el mundo es una inmensa teta destinada a satisfacer deseos y fantasí­as. En suma, son jóvenes envejecidos prematuramente, con la sola diferencia de que en lugar de estar en un asilo de ancianos, viven todaví­a con sus padres».

Sobre la Iglesia y los anticonceptivos. «Los iluminados están alborotados. Ahora Quezada Toruño compara el efecto de las pí­ldoras anticonceptivas con las balas (supongo que se refiere a cuando las pí­ldoras son disparadas contra un ser humano, y no cuando se tragan), pues ambas -dice- son instrumentos que pueden ocasionar la muerte. Uno se interroga entonces sobre el grado de instrucción que tiene el jerarca de la Iglesia guatemalteca, o sobre el estado de sus funciones cognitivas, visto que las pí­ldoras anticonceptivas, lo que hacen es impedir la ovulación y, por consecuencia, la fecundación, y en ningún momento matan a nadie, a no ser que se considere a los óvulos como auténticos seres humanos, en cuyo caso nuestro Cardenal estarí­a proponiendo una nueva tesis cientí­fica que bien valdrí­a la pena desarrollar y dar a conocer al mundo».

«El espejo irreverente» es publicado por Editorial Cultura y bien valdrí­a la pena comprarlo para enriquecer nuestra propia visión de las cosas.