Ya han pasado 40 años, pero Frank Rochelle no olvidó al conejo albino de dos metros de altura que lo persiguió en sus alucinaciones. Este ex soldado del ejército estadounidense, sometido a sustancias experimentales durante la Guerra Fría, ahora reclama justicia.
«Inocularon en nuestras venas productos cuyos laboratorios farmacéuticos no querían. Usaron nuestros cuerpos. í‰ramos como conejillos de Indias», explica Rochelle desde su domicilio en Carolina del Norte (sureste).
Este sexagenario es uno de los miles de soldados sometidos a pruebas químicas, biológicas y farmacéuticas durante la Guerra Fría. En su nombre y en el de otros cinco veteranos, una asociación de excombatientes de Vietnam demandó al ejército y a la CIA ante un tribunal federal en Oakland (California, oeste).
«El país debe responsabilizarse y ocuparse de nosotros», agrega.
La demanda denuncia «una espantosa historia de experimentos sobre humanos, actividades militares secretas y abusos de poder sin límites de parte de nuestro propio gobierno».
Los soldados afectados fueron usados «como ratas de laboratorio», según afirma la demanda preparada por abogados de San Francisco.
Estos experimentos fueron efectuados entre 1950 y 1975, la mayoría en el arsenal de Edgewood, en Maryland (este), con el fin de evaluar su efecto sobre las tropas en caso de su posible uso por un ejército enemigo.
El gobierno reconoció haber llevado a cabo estos experimentos en audiencias ante el Congreso en los años 1970. En 2003, el ministerio de excombatientes recomendó que se asignara una ayuda médica a los afectados, precisando que 6.720 soldados fueron sometidos a 254 tipos de sustancias, entre ellas LSD, gas mostaza y lacrimógenos.
En los años 1980, un estudio oficial aseguró que estos experimentos sólo presentaban un riesgo «mínimo» de efectos a largo plazo. Pero esta conclusión fue impugnada ulteriormente por otro estudio.
En la Agencia Central de Inteligencia (CIA, en inglés), la portavoz Marie Harf aseguró que la institución no conduce más este tipo de experimentos y que ya dijo todo lo que tenía que decir en aquellas audiencias ante el Senado.
Rochelle era un joven soldado de 20 años en 1968 cuando se presentó como voluntario para participar en un programa de ensayos «de equipos militares», antes de descubrir que se trataban de pruebas farmacéuticas.
Firmó luego de haber recibido la garantía de que «aquello no era nocivo».
«Yo no era más que un pequeño campesino salido del campo», cuenta. «El único medicamento que conocía era el jarabe para la tos».
El joven soldado debió inhalar un humo que le provocó alucinaciones durante tres días. Intentó arrancarse las pecas con una máquina de afeitar pensando que eran cucarachas que corrían por su piel. Después de dos meses recibiendo este tratamiento, el ejército lo envió a Vietnam.
Rochelle afirma que los voluntarios no sabían a qué sustancias serían sometidos. Y como el gobierno se negó durante años a reconocer la existencia misma del programa, las víctimas no pudieron ser tratadas en hospitales militares.
Ahora retirado, Rochelle sufre pesadillas, trastornos de sueño, problemas respiratorios, ansiedad y pérdida de memoria; y recurre a la justicia para obtener ayuda médica y psicológica para todas las víctimas.
«No es una cuestión de dinero. Queremos las medallas que nos prometieron por ayudar a nuestro país. Y que esto no se repita jamás».