Ramón Iglesia: El hombre Colón y otros ensayos


Quizá no haya ningún otro paí­s que se haya beneficiado tanto de la intelectualidad española como México. Este paí­s tuvo la suerte de recibir en los años de la guerra civil española a cuanto ciudadano escapaba de una situación que se pintaba represora y consecuentemente intolerable. Nació así­, para la suerte de México, una intelectualidad renovada, vigorosa y con brí­os.

Eduardo Blandón

Las editoriales, las universidades, el mundo intelectual en general supieron aprovechar aquel momento para abrirse a los nuevos conocimientos enseñados por académicos de primer orden europeo. Por eso no fue extraño encontrarlos como profesores universitarios, ensayistas, crí­ticos literarios o simples traductores. El Fondo de Cultura Económica, por ejemplo, empleó a algunos de esos intelectuales (Ramón Iglesia y José Gaos son sólo algunos de esos nombres) para darle lustre a sus publicaciones y para diversificarlas.

Esta obra, «El hombre Colón y otros ensayos», corresponde precisamente a esa producción de Ramón Iglesia de la mano del Fondo de Cultura Económica de México. Se trata de un escrito en donde queda reunida la ensayí­stica fundamental del autor producto de muchos años de estudios, reflexión y labor intelectual. Aquí­ se puede encontrar desde pequeños comentarios a libros ?que sin lugar a dudas publicaba en alguna revista o para algún servicio editorial? hasta reflexiones que el autor proponí­a en congresos para la consideración de un público (se supone) más perspicaz y crí­tico.

Se nota en el trabajo de Iglesia dos cosas: En primer lugar, la evidencia de que se está frente a un pensador habituado a la reflexión, a la lectura y a la escritura. El ensayista español (eso era, si uno lo quisiera definir a través de esta obra) era generoso en escribir, se explaya en su crí­tica, explica, argumenta, defiende, pero nunca para hacer gala de su saber o exponer gratuitamente su erudición sino para abarcar ?en la medida de lo posible? sus ideas. En segundo lugar, Iglesia era un crí­tico que no regalaba fácilmente el elogio. Si la obra era buena la felicitaba sin más y recomendaba su lectura, pero si tení­a defectos exponí­a sus manchas y en ocasiones incluso podí­a no tener piedad con ella.

Así­, en su conjunto, esta obra no tiene un solo hilo conductor o un mismo argumento desarrollado, sino un «melange» ensayí­stico en donde se abordan temas que quizá sólo los une el interés por la historia, como el de Colón, la generación del 98, Bernal Dí­az del Castillo, Hernán Cortés, la democracia estadounidense o la historia de Inglaterra. De modo que puede ser leí­da en el orden que se desee, según el estado de ánimo que el lector tenga para cada momento. Algunos de estos ensayos son sólo de tres o cuatro páginas, pero se pueden hallar también de doce o quince.

Uno de esos ensayos largos y más interesantes es el de Cristóbal Colón. En éste, Iglesia, expone no sólo lo relativo a su vida, la cual, según sus propias palabras se encuentra llena de cierto misterio, mito e invención, sino también singularidades como su carácter, su espí­ritu proactivo, tenacidad y sobre todo perseverancia y deseos de gloria. Todo lo expone basado en libros que cita e interpreta tratando de rescatar al sujeto real, lejano de todo misticismo gratuito. En cuanto a su origen, por ejemplo, dice «aunque los genoveses emigraban con frecuencia para dedicarse al comercio; Colón, no tení­a dinero».

«Su padre era un tejedor de lana; toda su familia gente humilde; si viajó fue después de los veinte años, en barcos mercantes, llegando por el Mediterráneo hasta la isla de Chí­o y por el Atlántico hasta Inglaterra. Naturalmente, ha costado enorme trabajo saber noticias de estos primeros años de su vida».

Hay otras expresiones que sitúan al «descubridor de América» como un hombre perteneciente al común de los mortales, tales como cuando se dice que Colón no era ni sabio ni iluminado. Colón nada tení­a, salvo cortas cantidades que los reyes le daban y que llegaron a faltarle. «Y sin embargo, insiste con testarudez admirable, durante siete años lentos, aburridos, vací­os de sucesos para él y de datos para nosotros». Tampoco era un hombre romántico o dado a los amores, tuvo una mujer con la que procreó a Fernando Colón (su hijo) y basta, luego de esta noticia se desconoce el interés del navegante por las faldas.

Por otro lado, Iglesia muestra a un Colón ambicioso que lo único que le interesa y lo anima es el oro, no hay deseos evangelizadores ni ánimos de llevar la religión cristiana. «No hay que descubrir tierras. No hay que convertir indios. Hacen falta minas, la mina, hay que encontrarla. Lo demás nada importa». Colón mismo cita en su diario:

«Nuestro Señor me aderece por su piedad que halle este oro, digo su mina, que hartos tengo aquí­ que dicen que la saben. (?) Verdad es que, fallando adonde haya oro o especerí­a en cantidad, me deterné fasta que yo haya dello cuanto pudiere y por esto no fago sino andar para ver de topar en ello».

¿Cómo ve Colón a los indios? Justo como es él: temperamento simple, nada emotivo, duro, egoí­sta. Ve a los indios como objetos, como cosas que pueden producir rendimiento. Iglesia dice que Colón no es con el indio ni bondadoso ni cruel. Su actitud cambia con las circunstancias. Su fondo es muy enérgico, muy duro. Lo retratan las palabras que dirigió a su gente cuando le amenazaba en el viaje de ida:

«El dicho Almirante les dixo que no hiciesen aquello que querí­an hacer, porque en matallo a él e sus criados, que eran pocos, no harí­an mucho, pero que tuviesen por cierto que su muerte les serí­a muy bien demandada por el Rey e la Reina nuestro señores».

El ensayista incluso escribe sobre Colón como escritor al que considera exagerado en sus crónicas, casi como un publicista o un empleado de agencia turí­stica que trata de vender boletos a un destino imaginario y paradisí­aco. Al mismo tiempo cita a autores que elogian al navegante como Humboldt que dice que «Le vieux marin déploie quelquefois un talent de style que sauront apprécier ceux que sont initiés aux secrets de la langue espagnole (?)». Igual de entusiasta fue Menéndez Pelayo que reconoce en Colón a un consagrado como escritor y entrando a formar parte de las antologí­as clásicas castellanas. Otros como Wilson Young, crí­tico literario inglés, fue más negativo al afirmar que Colón «was not a very lucid o exact writer».

En este tema, Iglesia da su propio veredicto.

«Las descripciones de Colón son ingenuas sólo en la forma; pero su intención es interesada. Son el primer ejemplo de una literatura hoy abundantí­sima: los folletos de propaganda publicados por las sociedades de turismo y agencias de viaje».

Invito a los lectores a leer la presente obra que, estoy seguro, los entusiasmará y ampliará los conocimientos propios. Puede adquirirse en el Fondo de Cultura Económica y librerí­as del paí­s.