Radiografí­a del artista


Roberto González Goyri

Hablar de Roberto González Goyri, es más, rendirle homenaje, es imperativo en esta sociedad guatemalteca (pese a que ésta no estimula el arte), pues es el último gran artista que queda de la Revolución guatemalteca.

Mario Cordero

Hablar de Roberto González Goyri, es más, rendirle homenaje, es imperativo en esta sociedad guatemalteca (pese a que ésta no estimula el arte), pues es el último gran artista que queda de la Revolución guatemalteca.

Más que eso, González Goyri forma parte de esa generación de artistas que revolucionaron el arte en Guatemala, que hasta el momento de aparición, en la década de los 40, apenas se asemejaba a un arte de tendencia oficialista, tradicional, aburrido y sin complejidades.

Su generación habí­a sido introducida por artistas como Carlos Valenti y Carlos Mérida. Sin embargo, las condiciones polí­ticas no permití­an que un artista se expresara con libertad.

El gobierno de Jorge Ubico impulsaba las artes, pero sólo las de carácter oficial; por ejemplo, se preocupó por la decoración del ahora Palacio Nacional de la Cultura, y que encargó, por ejemplo, a Julio Urruela la elaboración de sus vitrales; ahí­, ya estaba presente el joven González Goyri.

La Revolución de octubre despertó, además, una revolución artí­stica. La mayorí­a de artistas que se encontraron en este perí­odo, buscan universalizarse en otros paí­ses. Así­, González Goyri viaja a Nueva York, donde entra en contacto con las vanguardias, con los proyectos ambiciosos de arte, con la pasión.

Al regresar, participa en la gloriosa reunión de genios de la plástica, que se dieron a la tarea de crear el Centro Cí­vico, ese museo callejero que ha reunido las obras de los mejores artistas de la época.

Pese a los problemas económicos y pese a que tanto González Goyri, así­ como otros artistas, pasan inadvertidos, debido a que los habitantes de esta ciudad no miran murales o bajorrelieves maravillosos, sino que observan edificios en donde tienen que realizar tediosos trámites.

Pero González Goyri ya no puede pasar desapercibido; su obra monumental, como los bajorrelieves del Centro Cí­vico o el Tecún Umán del Bulevar Liberación, son parte de la ciudad.

Su obra

Roberto González Goyri es un artista multifacético. Escultor y pintor; es difí­cil definirlo en un párrafo, pues su obra no admite simplificaciones conceptuales.

Por un lado, inició siendo escultor; la figura humana siempre fue su pasión; el movimiento, las formas. En sus esculturas menores (por tamaño, no por calidad), obligatoriamente hay que recordar a «El prisionero polí­tico desconocido», que le dio reconocimiento internacional.

Su obra mayor o monumental es tan grande que ya forma parte del inconsciente colectivo del guatemalteco, como los mencionados Tecún Umán o los relieves del IGSS y el Banco de Guatemala.

Su obra pictórica, más prolí­fica en sus últimos años, se caracterizan por el intenso color, las visiones como si se estuviera dentro de un sueño, las formas, las constantes alusiones a los pájaros (que son, según este artista, alusiones al deseo de libertad), las mariposas, el mundo prehispánico maya, la realidad actual, y toda la polisemia que le imprime a sus obras, hace de González Goyri como el mejor artista plástico vivo de la actualidad guatemalteca.

La apariencia real de un sueño*

Bélgica Rodrí­guez

«El camino del arte es ciertamente muy hermoso, pero al mismo tiempo está cuajado de espinas y sinsabores y… además, es una carrera en la cual uno nunca llega a doctorarse. Cada dí­a es un comienzo.»

Con esta máxima se enfrenta cada dí­a a su quehacer. La tela en blanco lo recibe y se le entrega. Sin ideas preconcebidas las imágenes que reposan en la imaginación van aflorando en acto de alquimia para hacerse presente ante sus ojos y aparecer transmutadas en otra realidad, la de la pintura; son metáforas visuales de un canto lí­rico vertidas en lenguaje de pintor.

González Goyri, el romántico y el racional, nos descubre varias facetas de su personalidad artí­stica en el bello texto que escribe a su hija Dulce Marí­a a propósito de la primera exposición personal que ella realizó. En esa carta se refiere a la necesidad de mantener la «capacidad de asombro ante las cosas mismas de la vida» como «virtud esencial para todo artista» y que aun cuando la técnica sea importante no debe ser «principio y fin en sí­ misma». Como mantra creativo el Maestro lo repite una y otra vez. No para convencerse, pues ya lo está, sino para saber que la pintura es un asunto emocional y racional al mismo tiempo. Por cumplir 80 años, Roberto González Goyri tiene la certeza de que «cada dí­a es un aprendizaje nuevo. Cada dí­a es un comienzo».

* Tomado de VV.AA. Roberto González Goyri. Guatemala: Antigua, 2003.