írabes en Centroamérica, una historia de inmigración exitosa


Sus antepasados llegaron sin dinero, semianalfabetos y sin hablar una palabra de español; sus descendientes han levantado imperios económicos: los árabes centroamericanos han sabido como pocos aprovechar las oportunidades a fuerza de trabajo y tesón.


Fueron miles de emigrantes de origen palestino, sirio o libanés que llegaron a América Latina, incluida Centroamérica, en varias oleadas desde finales del siglo XIX huyendo, la mayorí­a, de la miseria del campo del Levante mediterráneo, otros de persecución polí­tica o religiosa y cuyo pasado ha resucitado la Casa írabe de España en el libro «Los árabes en América Latina, historia de una emigración».

Gema Martí­n, directora de esta institución, nacida al socaire de la Alianza de Civilizaciones propuesta por el presidente del gobierno español, el socialista José Luis Rodrí­guez Zapatero, ha presentado en Costa Rica esta «realidad poco conocida y poco reconocida».

Tras la italiana y la española, la comunidad árabe es la más numerosa que llegó a hacer las «américas», en particular en Brasil, donde hay 12 millones de de brasileños de origen árabe.

Unas cuantas decenas -el número se desconoce- de estos emigrantes -mayoritariamente palestinos y libaneses- fijaron en Centroamérica la etapa final de un largo viaje, pero otros recalaron en el Istmo por casualidad.

En El Salvador, por ejemplo, por donde entró la mayorí­a de los palestinos que vinieron a la región, hay testimonios de que algunos viajeros bajaron del barco que les llevaba a Chile para otear el paisaje y cuando regresaron a puerto para proseguir viaje, el buque habí­a zarpado, dejándolos en tierra, recuerda Roberto Marí­n Guzmán, profesor de historia de Medio Oriente y lengua árabe de la Universidad de Costa Rica.

Muchos, la mayorí­a cristianos ortodoxos -aunque hubo entre un 15 y un 20% musulmanes-, fueron hasta Honduras, uno de los paí­ses con mayor inmigración en la región.

Apellidos como Kattán, Handal, Siman, Salume, Canahuati (Qanawaiti), Marcos, Frech, Hasbun, Samara, pueblan la élite económica y polí­tica más poderosa de la región.

Algunos, como Carlos Roberto Flores Facussé, en Honduras, o Antonio Saca en El Salvador, han llegado a ser presidentes de dichos paí­ses. Aunque la historia más exitosa haya sido la del magnate mexicano Carlos Slim.

A Nicaragua también llegaron palestinos y tanta influencia han tenido en la vida del paí­s que fue el primero y el único en abrir una representación diplomática de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de toda la región.

Otro tanto ocurrió en Panamá, Guatemala o Belice donde hay fuertes comunidades de origen palestino, que al igual que en el resto de Centroamérica, se han integrado y mezclado con el resto de la población.

En cambio, a Costa Rica llegaron a partir de 1887 sobre todo libaneses de forma aislada, y en sucesivas oleadas, y al igual que sus vecinos palestinos, se integraron plenamente en la vida económica, polí­tica y cultural del paí­s.

Fue precisamente un descendiente de libaneses, Miguel Barzuna, quien fundó en 1976, la Bolsa de Valores de Costa Rica.

El comercio, primero ambulante, y luego con tiendas en ciudades, fue la principal actividad de la mayorí­a de los primeros inmigrantes, dice Marí­n Guzmán. Otros participaron en actividades industriales, sobre todo, en el ramo textil.

«Ya no hablan el árabe, han adoptado nombres comunes españoles y se sienten plenamente identificados con los paí­ses de adopción», aunque no por ello han roto completamente con sus orí­genes, recuerda Marí­n Guzmán, autor del capí­tulo centroamericano del citado libro.

Estos los cultivan en clubes y asociaciones que mantienen vivas tradiciones como la música y las danzas. Y entre los más jóvenes -la tercera generación- hay un interés renovado por rescatar la cultura y aprender incluso la lengua de sus abuelos, asegura.