R E A L I D A R I O (DXLIX)


Canchinflines. Tení­an que sucederse varias décadas de incendios, muerte, tragedias familiares, luto, para que a alguien, desde su individualidad y ego mesurado, se le cumpliera un deseo imposible también con varios lustros de antigí¼edad: la abolición o cuando menos prohibición de quemar canchinflines (en la ví­a pública, desde luego), esos ubicuos, omnipresentes, inevitables, ruidosos, atemorizantes artefactos pirotécnicos de trayectoria caprichosa y destino imprevisible, pequeñas armas perniciosas de venta libre, remedos de obuses o misiles sin destino pero con carga letal, detonados en vecindades o asentamientos, en guerras infantiles de mentiras y muertes verdaderas. Gracias, Procurador de los Derechos Humanos. Más vale tarde que el dí­a del Juicio.

René Leiva

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Basuracarreadores. Ante la probable posibilidad de que por estar ya, de hecho, plenamente, en un año electorero se incrementen los casos de muertos que acarrean basura, o sea más de lo acostumbrado o habitual, y como a las autoridades respectivas parece no importarles semejante práctica singular, lo mejor es que el ciudadano común y más o menos corriente adopte ciertas precauciones en tal sentido, y la principal y más obvia serí­a el cuidado y manejo de los desechos sólidos que brotan de cada casa particular, pero también de negocios, almacenes, restaurantes, talleres, fábricas, etcétera, y ya no digamos los mal llamados basureros clandestinos o anónimos, sin paternidad responsable, los cuales son favoritos por los señores occisos para el acarreo, ya que están a la vuelta de cada esquina en nuestra tacita de plata y carecen de vigilancia; pero también las dependencias públicas, el honorable, cuarteles, sedes de partidos polí­ticos, cámaras empresariales, bancos (del sistema), son lugares apetecidos y preferidos de donde sale basura acarreable por difuntos. Y está de más advertir que convendrí­a custodiar las puertas de salida en cementerios, camposantos y necrópolis, pues se supone que es de tales lugares, principalmente, en un alto porcentaje, de donde son originarios, por decirlo así­, los acarreadores de basura, y no por fuerza sólo de noche o en horas inhábiles, sino a toda hora, incluidos dí­as festivos.

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Los detractores de Santa. Como ya es tradicional por estas fechas del más lindo, bonito y primoroso mes del año, los acérrimos enemigos del glorioso mercado y del gringuian gí¼ei of laif echan a rodar, con fines aviesos, la resobada bola de que Santa no existe, que sólo es un invento comercial más y estimulante, si cabe, del ansia de consumo masivo para aprovechar el aguinaldo, y un personaje más de la aculturación y la alienación, etcétera, o sea los trillados argumentos de siempre incubados por mentes calenturientas; pero para quienes en nuestro corazón de niño hay siempre un holgado y espacioso lugar para el rechoncho cuerpo de Santa, no podemos hacer caso de esos resentidos sociales, amargados y aguafiestas, porque si no, ¿quién nos alegrarí­a con su mofletudo rostro y caracterí­stica carcajada, nos abrumarí­a de regalos a todos sin excepción, desde Ixcán a Camotán y Jocotán, y además nos bañarí­a de nieve made in Taiguán o Japán a todos los hombres y mujeres de buena voluntad?

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La dequefobia. A la bien fundada mala fama del dequeí­smo sobrevino la dequefobia, no menos indebida y dañina para la gramática, la sintaxis, la semántica y otras encopetadas y tufosas damas del buen decir y el mejor escribir. Casi sin meditarlo ni menos estudiarlo, los enemigos jurados del dequeí­smo engendraron otro monstruo igual o peor, por esa tendencia ciega e insensata a eliminar o suprimir, de tajo, en textos y contextos, a la primigenia, inocente e insustituible preposición «de» en algunas locuciones y expresiones. Ejemplos de inclusión correcta en algunos casos. «Me di cuenta de que estaba ahí­.» «A pesar de que lo intentó, no pudo.» «Ya era hora de que llegara». «Se enteró de que todaví­a era hora». «Me alegro de que vengas». «Estoy seguro de que la quiero». «Da la impresión de que tiene miedo». «Se enteró de que era sordo». «No cabe duda de que tengo razón». (Con la colaboración de los colegas y amigos Concepción Maldonado, Juan Antonio de las Heras Fernández, Manuel Rodrí­guez Alonso y Nieves Almarza Acedo, que conste).

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¿Guerra interbancaria? De última hora, se vislumbra en lontananza una supuesta guerra frí­a, de baja intensidad, o talvez una guerra sucia entre capitalistas, en el glorioso campo bancario, algo nunca visto en el paí­s de la eterna, sin antes haber agotado las negociaciones en el campo diplomático, aunque todos esperamos la intervención de la OEA y la ONU, previo a una lucha fratricida.