«CAMBIO CLIMíTICO» (sic) Frase -no más- hipócrita, eufemística, convencional, un tanto furtiva, inofensiva, ecoterrorísticamente correcta, escamoteadora de la realidad, descafeinada, baja en colesterol y en lactosa, aplicada previa anestesia general, que evita mencionar a los verdaderos culpables del desastre global. El colapso planetario la ha vaciado de contenido y de sentido.
El «cambio climático» no es como pasar de Xela a Tiquisate, o de Totonicapán a La Fragua. NO es un cambio (reemplazo o sustitución) ni es referido sólo al clima (temperatura o condiciones atmosféricas). No es que el mundo se cambie de calzoncillos.
El «cambio climático», tragedia en varios actos, culmina cuando los hombres inmolan a la madre naturaleza en una cruz del mercado y de la sociedad opulenta, muerta de sed, a su vez. ¿Por qué no llamar al «cambio climático» por su nombre horrendo?
Alguna vez perdimos el paraíso; a nuestros nietos heredaremos el infierno.
Todas las utopías tuvieron siempre como telón de fondo a la naturaleza, más allá de lo político. Y naturaleza es, también, nuestro sistema linfático, nuestras neuronas, nuestro esqueleto, nuestra saliva, nuestras lágrimas. El hombre está transformando el planeta Tierra en un lugar sin lugar para las utopías. (Con información del eminente climatólogo de fama internacional, doctor Romualdo Biatoro Tishudo.)
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Sapos bajo las piedras. Cualquiera creería que si mi amigo el sapo está bajo una piedra ello se debe a una especie de maldición divina, seguramente inmerecida, como la mayoría de condenaciones atribuidas al Creador, pero está claro que si mi amigo el sapo se mantiene bajo las piedras eso sólo puede atribuirse a su libre albedrío, por voluntad propia y luego de millones de años de experiencia a base del infalible método de prueba y error. Basta ver la anatomía de este excepcional batracio, su temperamento y costumbres para notar que Dios, con tantas ocupaciones trascendentales como también se le imputan, no podría haber intervenido de forma directa e incluso personal para que mi amigo el sapo no tuviese otra opción, podría decirse, que vivir bajo las piedras. Y nótese, por otra parte, que piedra sapo o sapo y piedra forma un todo armónico y complementario. (El viejo dicho de que Dios sabe por qué tiene a los sapos bajo las piedras nunca ha sido fuente o motivo de discusión entre los teólogos, y ni siquiera se aludió dentro del movimiento católico conocido como teología de la liberación).
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Icono político. Consultados varios destacados analistas y observadores del acontecer nacional, todos sin excepción coinciden en considerar la posibilidad de instituir, de manera no oficial, al mítico arco del triunfo como el icono, por antonomasia, de la actividad política; toda vez que, como ha sido señalado hasta la repleción, dicho lugar de la humana anatomía es vía obligada e insustituible de todo cuanto preceptúa, en el papel, las sagradas actividades políticas.
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Me consta que tengo, al menos, un lector. Que no soy yo.