R E A L I D A R I O (DXLI)


«CAMBIO CLIMíTICO» (sic) Frase -no más- hipócrita, eufemí­stica, convencional, un tanto furtiva, inofensiva, ecoterrorí­sticamente correcta, escamoteadora de la realidad, descafeinada, baja en colesterol y en lactosa, aplicada previa anestesia general, que evita mencionar a los verdaderos culpables del desastre global. El colapso planetario la ha vaciado de contenido y de sentido.

René Leiva

El «cambio climático» no es como pasar de Xela a Tiquisate, o de Totonicapán a La Fragua. NO es un cambio (reemplazo o sustitución) ni es referido sólo al clima (temperatura o condiciones atmosféricas). No es que el mundo se cambie de calzoncillos.

El «cambio climático», tragedia en varios actos, culmina cuando los hombres inmolan a la madre naturaleza en una cruz del mercado y de la sociedad opulenta, muerta de sed, a su vez. ¿Por qué no llamar al «cambio climático» por su nombre horrendo?

Alguna vez perdimos el paraí­so; a nuestros nietos heredaremos el infierno.

Todas las utopí­as tuvieron siempre como telón de fondo a la naturaleza, más allá de lo polí­tico. Y naturaleza es, también, nuestro sistema linfático, nuestras neuronas, nuestro esqueleto, nuestra saliva, nuestras lágrimas. El hombre está transformando el planeta Tierra en un lugar sin lugar para las utopí­as. (Con información del eminente climatólogo de fama internacional, doctor Romualdo Biatoro Tishudo.)

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Sapos bajo las piedras. Cualquiera creerí­a que si mi amigo el sapo está bajo una piedra ello se debe a una especie de maldición divina, seguramente inmerecida, como la mayorí­a de condenaciones atribuidas al Creador, pero está claro que si mi amigo el sapo se mantiene bajo las piedras eso sólo puede atribuirse a su libre albedrí­o, por voluntad propia y luego de millones de años de experiencia a base del infalible método de prueba y error. Basta ver la anatomí­a de este excepcional batracio, su temperamento y costumbres para notar que Dios, con tantas ocupaciones trascendentales como también se le imputan, no podrí­a haber intervenido de forma directa e incluso personal para que mi amigo el sapo no tuviese otra opción, podrí­a decirse, que vivir bajo las piedras. Y nótese, por otra parte, que piedra sapo o sapo y piedra forma un todo armónico y complementario. (El viejo dicho de que Dios sabe por qué tiene a los sapos bajo las piedras nunca ha sido fuente o motivo de discusión entre los teólogos, y ni siquiera se aludió dentro del movimiento católico conocido como teologí­a de la liberación).

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Icono polí­tico. Consultados varios destacados analistas y observadores del acontecer nacional, todos sin excepción coinciden en considerar la posibilidad de instituir, de manera no oficial, al mí­tico arco del triunfo como el icono, por antonomasia, de la actividad polí­tica; toda vez que, como ha sido señalado hasta la repleción, dicho lugar de la humana anatomí­a es ví­a obligada e insustituible de todo cuanto preceptúa, en el papel, las sagradas actividades polí­ticas.

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Me consta que tengo, al menos, un lector. Que no soy yo.