Sangre descafeinada. Con el tamiz de la hoja de periódico o de la pantalla, previa edición de la crudeza, los voluntarios o involuntarios consumidores del horror nos hemos habituado a realizar exhumaciones y autopsias virtuales, a cercenar cadáveres o hacerlas de cirujanos empíricos, casi carniceros.
De repetida la experiencia, hemos encallecido el corazón, estómago y otras entrañas, capaces de digerir la atrocidad de cada día, sin por ello sucumbir o desertar de esta batalla inmerecida.
Hemos devenido un poco bomberos, policías, socorristas, empleados de empresas funéreas, reporteros curtidos en la desdicha. Somos ya habituales del tiro de gracia, las cuchilladas, las señales de violación sexual, ataduras con alambre, bolsas de nailon con miembros humanos, veladoras y vasos con agua sobre el asfalto polvoriento.
Tal vez pasamos impasibles entre los restos esparcidos de un cadáver, sorteando un pie mutilado, un tórax, una cabeza, una mano, sordos a los gritos estrangulados, porque vamos tarde al trabajo o a la tienda de la esquina. (Es nuestra la resaca de la droga, el rock y la pólvora que los adictos al demonio consumen en la oscuridad de sus cavernas.)
Antes, nuestra sensibilidad oscilaba, enganchada a una cruz, entre la esperanza y la justicia. Ahora ya no necesitamos anestesia para que nos implanten el espanto o nos extirpen la compasión. Empezamos el día, o lo terminamos, ante una humeante taza de sangre descafeinada, pero siempre tragamos con temblor el sabor de la impotencia.
(En otras hostilidades, la guerra sucia, de diferente signo colectivo, con el terror de Estado y las masacres, la sangre parecíanos ajena y lejana, menos plural, apenas conjugada en el nosotros, pero eternamente nuestra, sustento de la memoria que nos ata.)
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Con otra piedra. Hay una piedra con la que el pueblo se ha tropezado mucho más de dos veces. Obstáculo en el camino que va de pedrusco a megalito, de monolito a grano de arena, según sean las consecuencias del traspiés. Pero es la misma piedra, puesta en la ruta de nuestra historia; reconocible a la vuelta de un cierto período, recordable a cada nuevo ciclo. Lo que no obsta para repetir el choque, en lugar de evadirlo, y volver a caer, medio levantarnos y lamentarnos entre impotentes y avergonzados. Porque al fin y al cabo, a estas alturas, nadie emboza o enmascara a la misma piedra; ella siempre aparece tal cual es, a mediodía, sin más sombras. Habiendo tantas piedras en nuestro viaje como pueblo trastabillador, ¿por qué no tropezar con algún otro guijarro, para variar, pero por solo una vez?
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Anécdotas y frases célebres. Según ha trascendido en medios políticos, diplomáticos y académicos, en este precioso momento un selecto grupo de historiadores, periodistas y escritores profesionales se encuentra afanado en la elaboración de una selección antológica de las mejores anécdotas y las frases más célebres perpetradas por «Instrumento» Bershé en el ejercicio de su alto cargo e investidura, trabajo bibliográfico que abarcará desde el 14 de enero de 2004 a las catorce, hasta el 15 de julio en curso, aunque las anécdotas y frases célebres que se le ocurran al hombre de aquí al 14 de enero de 2008, siempre a las catorce, servirán para una separata con las mismas características de la obra magna, cuyas dimensiones todavía se ignoran, por razones obvias, aunque se prevé que será en un solo volumen, en ediciones de lujo y en rústica. Por supuesto, también se sabe que el prólogo o prefacio estará encomendado a Edi Estéin, como no, quien ha sido un discreto y fiel apachador de clavos bersheanos durante los últimos tres años y medio, hasta donde eso ha sido posible. Parte de la obra, cuyo tiraje está en discusión, se destinará a bibliotecas públicas y universitarias, institutos y escuelas primarias, sedes diplomáticas, y donde quiera que el pueblo esté urgido de ilustrarse en forma amena. En resumen, una especie de homenaje de alta cultura, literario y pedagógico a la vez, del noble pueblo del país de la eterna a «Instrumento» Bershé.