R E A L I D A R I O (DLXXIV)


Parodia polí­tica. Pesimista es quien cree que el próximo gobierno no puede ser peor. Optimista es el que piensa que sí­.

René Leiva

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Nos ven la cara. Yo pienso, creo y confí­o en que debe haber, por fuerza, una manera infalible de que no nos vean la cara de babosos, a todos nosotros, tanto por parte de los polí­ticos locales como de lí­deres de otros paí­ses, burócratas internacionales y mandamases de corporaciones o empresas transnacionales. Es cierto que desgraciadamente sí­ tenemos cara de pendejos, sin ninguna duda, todos nosotros, periodistas y analistas independientes incluidos, pero con seguridad debe existir por ahí­ un cierto procedimiento ?sea natural o artificial? para evitar o eludir que nos la vean así­ como la poseemos, de zopencos, porque las consecuencias inquietantes, vergonzosas e incluso desastrosas de tal percepción, no equivocada, han sido evidentes a lo largo de los años, las décadas y los siglos. (Aquello de tener cara de mexicano ha perdido mucha validez.) Incluso podrí­a decirse que por tener cara de babosos, pero sobre todo que nos la vean, nuestra historia patria ha sido de despojo, servidumbre, ofensas y humillaciones. De lo que se trata, por lo visto, no serí­a simplemente de cambiarnos la cara, si eso fuese posible; lo urgente es que no nos la vean.

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Robo de aguacates. Siempre ha habido robo de aguacates, por la facilidad que hay y la impunidad. Incluso antes se decí­a que los querí­an para hacer jabón, lo cual nunca se comprobó. En los últimos años la adopción de tales frutos se ha convertido en pingí¼e negocio para ciertos abogángsters de abyecta desvergí¼enza, conocidos como abogados aguacateros, no obstante que son más baratos por docena, dichos aguacates. Los aguacates preferidos por los consumidores ?intermediarios y mayoristas? proceden de las comunidades rurales, áreas marginales de la gran ciudad, mercados cantonales, asentamientos, tortillerí­as; ya que los producidos en La Cañada, en condominios, apartamentos y áreas residenciales de las zonas 9, 10, 13, 14 y 15, aunque también de buena calidad, son inaccesibles para los robaguacates, pues viven rodeados de garitas, talanqueras, de cuidadores y guardaespaldas que se movilizan en carros con vidrios polarizados. No olvidemos que Guatemala es un paí­s primer productor de aguacates de exportación, lo cual facilita el contrabando. En fin, cualquier semejanza entre aguacates y niños desamparados, por ejemplo, no es ninguna coincidencia.

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Motivos abstencionistas. (Más de lo mismo). A los abstencionistas anónimos (y cabe repetir, reiterar e insistir en que no somos indiferentes, ni apáticos, ni dubitativos, ni veleidosos, ni indecisos, sino todo lo contrario) no nos harí­an votar en las elecciones generales y coroneles aunque nos ofrecieran las mayores facilidades de pago, perdón, de acceso a las benditas urnas, como que pudiera uno sufragar en la sala (si la hubiera) de la casa donde vive, o en su habitación, sin levantarse de la cama, y que además le llevaran un sabroso y nutritivo refrigerio, en bandeja, por gentil cortesí­a del Te Ese E, ya que nuestra inclaudicable y bien meditada postura nada tiene que ver con la haraganerí­a ni con la dejadez. Si en los cartones de la loterí­a para presidente, diputados y alcalde figuraran seres más o menos humanos, civilizados, cultos, patriotas, sensibles, escrupulosos, razonables, dignos, honorables, í­ntegros, de probada y comprobada idoneidad y probidad, los abstencionistas no existirí­amos; es más, nos aventurarí­amos a acudir a votar al mismo averno, al lugar más inhóspito e inaccesible, lleno de peligros y de fieras salvajes, así­ dejáramos el pellejo en el camino. Pero…

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Cartas en el asunto. Son más bien pocos quienes toman cartas en el asunto, ya que la mayorí­a, silenciosa o no, prefiere ser testigo mudo de la partida, cualquier tipo de partida, llamada así­ para no complicar más las cosas. Y ya se sabe que es imperativo respetar las reglas del juego ?si las hubiere?, y lo más importante: en los asuntos donde existe la opción de tomar cartas, éstas suelen estar marcadas, o por lo menos abunda el riesgo de que dichas cartas no sirvan para nada, y entonces todo arrepentimiento será tardí­o. Claro que en una sociedad justa, allí­ sí­, todos pueden e incluso deben, están obligados a tomar cartas en el asunto, con toda confianza. Y entonces tienen la libertad de intercambiarlas o cambiarlas entre sí­, coleccionarlas y llevárselas a su casa como recuerdo.