Políticos que aman demasiado. Resulta obvio que ese sentimiento de afecto, cariño y solidaridad, más allá de los límites de lo ordinario y lo debido, que los políticos sienten hacia Guatemala ?su gente, su suelo, su historia, sus necesidades y expectativas? es el incentivo, irracional muchas veces, para que abandonen familia, profesión, superación personal, y se decidan a hacer el sacrificio de entregarse en cuerpo y alma para rescatar y redimir, desde la actividad científica, doctrinaria y conceptual inherente al gobierno de los asuntos públicos o estatales, a esta tierra en la que han nacido y a la que se sienten ligados por vínculos jurídicos, históricos y afectivos, por lo menos. Un excesivo, desbordante amor que a los ciudadanos ordinarios ?no necesariamente apolíticos? nos está vedado, a Dios gracias, alcanzar y manifestar. Estos excepcionales patriotas son amantes natos, sin importarles si son correspondidos. Como en ciertos estados místicos, dichos políticos sufren un vaciado de todo deseo o interés por conseguir beneficio o provecho personales. Los políticos que aman demasiado (a su patria), cada cierto tiempo compiten entre sí para demostrarle a la ciudadanía empadronada quién la ama más que los demás; quién es el primero, el as, el campeón indiscutible en esa lid de ciego, obcecado, desinteresado amor, que a los demás se nos presenta incomprensible, enigmático, misterioso.
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Lejanas metas del milenio. Si somos realistas, objetivos y pragmáticos ?aunque nos cueste?, el cumplimiento razonable de las publicitadas Metas del Milenio (sic) apadrinadas por la Organización de Naciones Unidas para, entre otros fines, reducir el hambre, la pobreza, el analfabetismo y la enfermedad en países del último mundo, debería estirarse lo más posible y trasladarse generosamente hasta por lo menos el año 2997 (dos mil novecientos noventa y siete), año más, año menos, debido no solo a la naturaleza, magnitud y complejidad de las diferentes problemáticas multidimensionales que impiden o atrasan por tiempo indefinido el progreso social del país de la eterna, toda vez que se han propuesto objetivos iniciales, intermedios, para mientras, para seguir deteniendo la peña, para taparle el ojo a mi amigo el macho, para dorar la píldora, en fin, ya que son los gobiernos, pasajeros o de transición, los que se han comprometido a alcanzar tales metas, y da la casualidad de que quienes dirigen esos gobiernos son políticos oportunistas e improvisados ?valga la redundancia?, además de sacrificados empresarios, que sólo velan por sus propias metas del cuatrienio, y para sus correligionarios, parientes y amigos. O sea que tenemos, todavía, algo así como 992 años para recorrer el largo trecho que nos separa de unas metas que se alejan a medida que un gobierno envejece y es reemplazado por otro igual o peor, como será el caso del próximo enero catorce a las catorce. Mientras las ambiciones metas del milenio están al otro lado del mundo y han de pasar por el firmamento todos los cometas conocidos, nuestros gobiernos se conformarán con sus tradicionales llamaraditas de tusas.
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La ley de la selva. Mis amigos el león, la hiena, el leopardo, y compañeros, desean aclarar que, contra irresponsables especulaciones, en la venerable ley de la selva no se contempla y ni siquiera se hace alusión alguna al linchamiento, esa aberrante muerte con la que un grupo heterogéneo de animales, fuesen depredadores o no, castigaría a otro animal sospechoso sin ningún juicio previo, hecho que jamás ha ocurrido en la jungla, ni siquiera cuando el anglosajón Tarzán de los Monos se la llevaba de líder revoltoso y agitador, en calidad de ex patrullero civil o ex comisionado militar. La ley de la selva ?agregan? no permite el libertinaje, ni el caos social, ni la ingobernabilidad; más bien promueve el equilibrio entre la diversidad de especies animales para su propia conservación. La ley de la selva, según mis buenos amigos, no es producto de una asamblea constituyente con intereses bastardos y sectoriales, llena de vacíos, lagunas, trampas y candados oxidados, manipulable, retorcible y violable. Por el contrario, dicha ley es milenaria e inexorable, emanada de la voluntad de Dios y de la naturaleza, constante e invariable, contenida en los genes de todas las criaturas salvajes, desde mi amiga la mosca tsé tsé hasta mi amigo el gorila, mi amigo el chimpancé y mi amigo el orangután. Y para terminar, mis amigos salvajes recomendarían a los humanos, tan civilizados que se creen hechos a imagen y semejanza del propio Dios, adoptar la ley de la selva para su convivencia pacífica.