R E A L I D A R I O (DLXV)


El vaso vací­o. Lo que sí­ se puede asegurar es que el vaso nunca ha estado lleno, jamás. A veces se ha visto medio lleno, y entonces la gente, el gobierno, la embajada, etcétera, parecen sentirse satisfechos, o por lo menos tranquilos y hasta optimistas. Y cuando el vaso se aprecia medio vací­o, entonces la cosa indica dificultades, problemas mayores, complicaciones sociales, económicas y polí­ticas, escepticismo. Pero ahora, en estos momentos precisos, puede decirse con toda propiedad que el referido recipiente de vidrio y en forma cilí­ndrica que se suele usar para beber está desprovisto de contenido, nada lo ocupa, carece o le hace falta cualquier lí­quido, sólido o gaseoso. O sea que urge volver a medio llenarlo, pues todos, individuos y sociedad tenemos horror al vací­o. No importa en estos momentos que el vaso esté medio vací­o o medio lleno; lo que necesitamos de forma perentoria e impostergable es que contenga algo, por lo menos. Siquiera para seguir en lo que somos y estamos. A medias, siempre.

René Leiva

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Agua azucarada. Una recomendación especial, de la mayor importancia, hacia los compañeros candidatos a la más alta magistratura de la Nación es que por favor no vayan a inventar el agua azucarada, y ni siquiera a descubrirla, pues en primer lugar hace mucho tiempo que se inventó y descubrió a la vez, y aunque no se sabe con exactitud el nombre y la nacionalidad del inventor, aunque no seguro es que no fue un polí­tico, todo el mundo disfruta de ella, del agua azucarada, a la que se le puede agregar cualquier otro ingrediente para obtener una bebida deliciosa, sea frí­a o caliente. No sólo resulta de mal gusto, también indica ignorancia e incapacidad eso de intentar, ante los electores, el probable invento del agua en mención. Habiendo tantas cosas que no se han inventado ni descubierto todaví­a, ¿por qué un candidato habrí­a de pretender crear o descubrir, como si fuese algo nuevo o desconocido, el agua azucarada precisamente? ¿No serí­a tal propósito un signo inequí­voco de escaso raciocinio y falta de elemental sentido común, además de un claro insulto a la inteligencia de los sufragantes? Yo, por ejemplo, nunca darí­a mi voto a aquel presidenciable que me trate de convencer que él es el inventor del agua azucarada, nada menos.

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Legalizar las campañas negras. No son pocos los polí­ticos activos consultados para quienes las campañas negras deberí­an legalizarse dentro del libre juego democrático y la libre expresión de ideas y de pensamientos; eso sí­, campañas negras de altura y óptima calidad, remarcan nuestros entrevistados, que sean ejemplo y modelo para las futuras generaciones. Todos, sin excepción, coinciden en que las campañas negras mantienen la tradición, fomentan la creatividad, afianzan la adhesión y fidelidad de las diversas facciones y tendencias polí­ticas, refuerzan la ideologí­a (de haberla), le agregan gracia y sabor a las competiciones, descubren fortalezas y debilidades, ponen en evidencia lo que por vergí¼enza se mantení­a oculto, etcétera. Y mientras más negro y oscuro es el conjunto de actividades y esfuerzos organizados o improvisados para conseguir el fin propuesto, pero ya dentro de lo legal y lí­cito, como parte de todo ejercicio polí­tico partidista o que involucre a determinados sectores de poder, mayor será la ganancia para el estado de Derecho, la consolidación democrática y la propia gobernabilidad. Para nuestros polí­ticos, lo de legalizar las campañas negras, o sea realizadas dentro de la ley respectiva a emitir y su correspondiente reglamento, serí­a un mero trámite, una simple formalidad o requisito más o menos indispensable, si se quieren hacer bien las cosas, o sea dentro de un marco civilizado y responsable.

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La nobleza del gorila. En dos versos de Arthur Lundkvist que Otto Raúl González pone como epí­grafe a su poema Acoso de acacias, dice el bardo sueco: «No creo en la nobleza de los gorilas ni siquiera cuando se visten de uniforme y son provistos de armas de fuego». Ingratos, Lundkvist y González. «Ni siquiera». Cada quien, dentro de su universo, denota un desconocimiento total del temperamento de mi amigo el gorila, bestia noble por naturaleza, que detesta los uniformes y siente pánico ante un arma de fuego, así­ se halle en ífrica ecuatorial o enjaulado en un zoológico. (El homo sapiens, rencoroso y vengativo, cada vez que algo le impide consumar su rencor y su venganza, uniforma al noble gorila y le pone un arma de fuego en la mano, signos inequí­vocos de un patalógica envidia).