El vaso vacío. Lo que sí se puede asegurar es que el vaso nunca ha estado lleno, jamás. A veces se ha visto medio lleno, y entonces la gente, el gobierno, la embajada, etcétera, parecen sentirse satisfechos, o por lo menos tranquilos y hasta optimistas. Y cuando el vaso se aprecia medio vacío, entonces la cosa indica dificultades, problemas mayores, complicaciones sociales, económicas y políticas, escepticismo. Pero ahora, en estos momentos precisos, puede decirse con toda propiedad que el referido recipiente de vidrio y en forma cilíndrica que se suele usar para beber está desprovisto de contenido, nada lo ocupa, carece o le hace falta cualquier líquido, sólido o gaseoso. O sea que urge volver a medio llenarlo, pues todos, individuos y sociedad tenemos horror al vacío. No importa en estos momentos que el vaso esté medio vacío o medio lleno; lo que necesitamos de forma perentoria e impostergable es que contenga algo, por lo menos. Siquiera para seguir en lo que somos y estamos. A medias, siempre.
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Agua azucarada. Una recomendación especial, de la mayor importancia, hacia los compañeros candidatos a la más alta magistratura de la Nación es que por favor no vayan a inventar el agua azucarada, y ni siquiera a descubrirla, pues en primer lugar hace mucho tiempo que se inventó y descubrió a la vez, y aunque no se sabe con exactitud el nombre y la nacionalidad del inventor, aunque no seguro es que no fue un político, todo el mundo disfruta de ella, del agua azucarada, a la que se le puede agregar cualquier otro ingrediente para obtener una bebida deliciosa, sea fría o caliente. No sólo resulta de mal gusto, también indica ignorancia e incapacidad eso de intentar, ante los electores, el probable invento del agua en mención. Habiendo tantas cosas que no se han inventado ni descubierto todavía, ¿por qué un candidato habría de pretender crear o descubrir, como si fuese algo nuevo o desconocido, el agua azucarada precisamente? ¿No sería tal propósito un signo inequívoco de escaso raciocinio y falta de elemental sentido común, además de un claro insulto a la inteligencia de los sufragantes? Yo, por ejemplo, nunca daría mi voto a aquel presidenciable que me trate de convencer que él es el inventor del agua azucarada, nada menos.
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Legalizar las campañas negras. No son pocos los políticos activos consultados para quienes las campañas negras deberían legalizarse dentro del libre juego democrático y la libre expresión de ideas y de pensamientos; eso sí, campañas negras de altura y óptima calidad, remarcan nuestros entrevistados, que sean ejemplo y modelo para las futuras generaciones. Todos, sin excepción, coinciden en que las campañas negras mantienen la tradición, fomentan la creatividad, afianzan la adhesión y fidelidad de las diversas facciones y tendencias políticas, refuerzan la ideología (de haberla), le agregan gracia y sabor a las competiciones, descubren fortalezas y debilidades, ponen en evidencia lo que por vergí¼enza se mantenía oculto, etcétera. Y mientras más negro y oscuro es el conjunto de actividades y esfuerzos organizados o improvisados para conseguir el fin propuesto, pero ya dentro de lo legal y lícito, como parte de todo ejercicio político partidista o que involucre a determinados sectores de poder, mayor será la ganancia para el estado de Derecho, la consolidación democrática y la propia gobernabilidad. Para nuestros políticos, lo de legalizar las campañas negras, o sea realizadas dentro de la ley respectiva a emitir y su correspondiente reglamento, sería un mero trámite, una simple formalidad o requisito más o menos indispensable, si se quieren hacer bien las cosas, o sea dentro de un marco civilizado y responsable.
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La nobleza del gorila. En dos versos de Arthur Lundkvist que Otto Raúl González pone como epígrafe a su poema Acoso de acacias, dice el bardo sueco: «No creo en la nobleza de los gorilas ni siquiera cuando se visten de uniforme y son provistos de armas de fuego». Ingratos, Lundkvist y González. «Ni siquiera». Cada quien, dentro de su universo, denota un desconocimiento total del temperamento de mi amigo el gorila, bestia noble por naturaleza, que detesta los uniformes y siente pánico ante un arma de fuego, así se halle en ífrica ecuatorial o enjaulado en un zoológico. (El homo sapiens, rencoroso y vengativo, cada vez que algo le impide consumar su rencor y su venganza, uniforma al noble gorila y le pone un arma de fuego en la mano, signos inequívocos de un patalógica envidia).