R E A L I D A R I O (DLXIV)


Efraí­n, el verdadero Anticristo. Fuentes cercanas a Efraí­n el Anticristo, que pidieron reserva de su identidad, desean aclarar que por estos tiempos aparecerán muchos falsos anticristos, como cierto pastor puertorriqueño de nombre José Luis Miranda, pero que el único, el verdadero, el genuino Anticristo (con inicial mayúscula) sólo puede ser Efraí­n, su indiscutible lí­der, cacique y dueño del partido, a quien sus seguidores reconocen una imponente trayectoria en el paí­s de la eterna, como la apostasí­a, el transfuguismo, la feloní­a, el golpe de Estado, el genocidio, la tierra arrasada, el terrorismo de Estado, el fariseí­smo, la politicaquerí­a más barata, la cobardí­a, la traición, la hipocresí­a, la alcahueterí­a (por no mencionar sus taras y vicios más secretos, practicados en el armario, lugar poblado de esqueletos, momias y otros seres de su liturgia privada). Ante esa impresionante trayectoria -añaden las fuentes-, en ridí­culo queda cualquier aspirante a ostentar el sobrenombre de Anticristo, tal como bien mer

René Leiva

ecido lo tiene Efraí­n, quien lleva en su pútrido corazón el signo de la bestia.

***

Damocles. En entrevista exclusiva con este reportero, Damocles pidió aclarar algunos puntos muy importantes respecto a él y a la famosa espada. Primero, que dicha arma blanca no es suya o de su propiedad, como creen algunos. Segundo, que, por el contrario, esa espada estaba suspendida de una cuerda sobre su cabeza el dí­a que el rey Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa, le cedió el puesto, para sí­ comprendiera lo efí­mero y peligroso del poder. Tercero, que él nunca pondrí­a aquella espada sobre la cabeza del pací­fico, honrado y trabajador pueblo guatemalteco, jamás, ya que éste más bien vive entre el machete y la pared, entre dos fuegos, con el temor de cualquier bala perdida, a merced de las delincuencias común, polí­tica y económica. Y cuarto, Damocles asegura haber entendido que la espada suspendida es sólo para los mandamases más transitorios y solitarios.

***

Molinos sin agua. Inconfundibles signos de gran preocupación se hacen visibles entre quienes están acostumbrados a llevar agua a su molino, ante la escasez del vital lí­quido (o lí­quido vital) que se avecina, sin el cual nada se mueve ni se muele en esta vida. Como es sabido, llevar agua a su molino es una arraigada práctica entre polí­ticos, funcionarios y empresarios sobre todo, así­ sea de forma subrepticia o clandestina, no obstante que dicho fluido donado por la naturaleza es de todos y para todos, pero con la sequí­a, la desertización, el calentamiento global, los fenómenos del Niño y de la Niña, el agotamiento de los mantos acuí­feros, la feroz pavimentación, etcétera, su carestí­a y racionamiento es cuestión de unos pocos años, por lo que será imposible que un diputado, por ejemplo, o un candidato cualquiera, venga y abra un canal hasta su molino, o acarree hasta él cubetadas de agua en horas de la noche. ¿Y qué es o para qué sirve a determinado personaje un molino sin el lí­quido de la vida? Y son muchos quienes se han pasado toda su existencia en la construcción de su respectivo molino, en la creencia de que siempre, por cualquier medio, le pese a quien le pese, podrán llevar agua hasta él, toda la que les dé la gana. De ahí­, entonces, la gran preocupación que flota en ciertos insanos ambientes.

***

Modos americanos. El concepto «modo de vida americano» es sin duda uno de los más abstractos y desdibujados al uso, en el que se pretenden sintetizar o resumir una inmensa variedad de particularidades e idiosincrasias, aplicado a un conjunto muy variado de paí­ses, América, lo que es propio de cada cual, o al revés, lo caracterí­stico de uno solo aplicado a la totalidad. Algo así­. A la vastedad, variedad y heterogeneidad del continente americano e islas vecinas jamás podrí­a atribuí­rsele un único y particular modo o estilo de vida, de vivir, de mantenerse y conducirse a través del tiempo cambiante y de las vicisitudes. Resulta extravagante que se haya llegado a generalizar, a compendiar o sintetizar esta abigarrada multiplicidad de tierras, historias particulares, etnias, lenguas, tradiciones y costumbres que llevan el nombre continental de América, en una manera, modo, estilo o aspecto definido. Incluso dentro de cada paí­s americano hay grupos muy diversos entre sí­ por su cultura. Caso Guatemala, por ejemplo. Mejor usar el plural: modos de vida americanos, pues son miles y delimitados, todos valiosos. (Una alienante aberración conceptual: «ciudadaní­a americana»).