Efraín, el verdadero Anticristo. Fuentes cercanas a Efraín el Anticristo, que pidieron reserva de su identidad, desean aclarar que por estos tiempos aparecerán muchos falsos anticristos, como cierto pastor puertorriqueño de nombre José Luis Miranda, pero que el único, el verdadero, el genuino Anticristo (con inicial mayúscula) sólo puede ser Efraín, su indiscutible líder, cacique y dueño del partido, a quien sus seguidores reconocen una imponente trayectoria en el país de la eterna, como la apostasía, el transfuguismo, la felonía, el golpe de Estado, el genocidio, la tierra arrasada, el terrorismo de Estado, el fariseísmo, la politicaquería más barata, la cobardía, la traición, la hipocresía, la alcahuetería (por no mencionar sus taras y vicios más secretos, practicados en el armario, lugar poblado de esqueletos, momias y otros seres de su liturgia privada). Ante esa impresionante trayectoria -añaden las fuentes-, en ridículo queda cualquier aspirante a ostentar el sobrenombre de Anticristo, tal como bien mer
ecido lo tiene Efraín, quien lleva en su pútrido corazón el signo de la bestia.
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Damocles. En entrevista exclusiva con este reportero, Damocles pidió aclarar algunos puntos muy importantes respecto a él y a la famosa espada. Primero, que dicha arma blanca no es suya o de su propiedad, como creen algunos. Segundo, que, por el contrario, esa espada estaba suspendida de una cuerda sobre su cabeza el día que el rey Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa, le cedió el puesto, para sí comprendiera lo efímero y peligroso del poder. Tercero, que él nunca pondría aquella espada sobre la cabeza del pacífico, honrado y trabajador pueblo guatemalteco, jamás, ya que éste más bien vive entre el machete y la pared, entre dos fuegos, con el temor de cualquier bala perdida, a merced de las delincuencias común, política y económica. Y cuarto, Damocles asegura haber entendido que la espada suspendida es sólo para los mandamases más transitorios y solitarios.
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Molinos sin agua. Inconfundibles signos de gran preocupación se hacen visibles entre quienes están acostumbrados a llevar agua a su molino, ante la escasez del vital líquido (o líquido vital) que se avecina, sin el cual nada se mueve ni se muele en esta vida. Como es sabido, llevar agua a su molino es una arraigada práctica entre políticos, funcionarios y empresarios sobre todo, así sea de forma subrepticia o clandestina, no obstante que dicho fluido donado por la naturaleza es de todos y para todos, pero con la sequía, la desertización, el calentamiento global, los fenómenos del Niño y de la Niña, el agotamiento de los mantos acuíferos, la feroz pavimentación, etcétera, su carestía y racionamiento es cuestión de unos pocos años, por lo que será imposible que un diputado, por ejemplo, o un candidato cualquiera, venga y abra un canal hasta su molino, o acarree hasta él cubetadas de agua en horas de la noche. ¿Y qué es o para qué sirve a determinado personaje un molino sin el líquido de la vida? Y son muchos quienes se han pasado toda su existencia en la construcción de su respectivo molino, en la creencia de que siempre, por cualquier medio, le pese a quien le pese, podrán llevar agua hasta él, toda la que les dé la gana. De ahí, entonces, la gran preocupación que flota en ciertos insanos ambientes.
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Modos americanos. El concepto «modo de vida americano» es sin duda uno de los más abstractos y desdibujados al uso, en el que se pretenden sintetizar o resumir una inmensa variedad de particularidades e idiosincrasias, aplicado a un conjunto muy variado de países, América, lo que es propio de cada cual, o al revés, lo característico de uno solo aplicado a la totalidad. Algo así. A la vastedad, variedad y heterogeneidad del continente americano e islas vecinas jamás podría atribuírsele un único y particular modo o estilo de vida, de vivir, de mantenerse y conducirse a través del tiempo cambiante y de las vicisitudes. Resulta extravagante que se haya llegado a generalizar, a compendiar o sintetizar esta abigarrada multiplicidad de tierras, historias particulares, etnias, lenguas, tradiciones y costumbres que llevan el nombre continental de América, en una manera, modo, estilo o aspecto definido. Incluso dentro de cada país americano hay grupos muy diversos entre sí por su cultura. Caso Guatemala, por ejemplo. Mejor usar el plural: modos de vida americanos, pues son miles y delimitados, todos valiosos. (Una alienante aberración conceptual: «ciudadanía americana»).