Atajos a la ley. Se supone que la ley, cualquier ley, toda ley, es una suerte de calle pavimentada, no muy larga ni demasiado ancha, cabal a la medida del ciudadano, por la que debe transitarse según lo demande la necesidad o las circunstancias. Un medio civilizado para un fin de convivencia pacífica. Y no se deja de ser un buen ciudadano por nunca hacer uso de tal calle, necesariamente; ni se es el mejor por vivir en ella, así esté bien trazada y ubicada, sea en el corazón o en la periferia de nuestra urbe jurídica. Hasta aquí la lírica teoría, un tanto metafórica, digamos. Porque a muchos no les gusta, les incomoda o no les conviene transitar por aquella bien delineada y soleada calle que dijimos. Y entonces le buscan atajos, desvíos, recovecos, bifurcaciones; o se la brincan o la atraviesan en helicóptero, o dan un enorme y accidentado rodeo para alcanzar sus inconfesables fines. La ley establecida por una autoridad es para los hombres y mujeres civilizados, adscritos al contrato social y el pacífico convivir. Quienes intentan encontrarle atajos, como ciertos políticos, funcionarios públicos y los propios diputados, son los oscurantistas topos que odian la luz y el aire libre de esa calle confeccionada para el andar de todos.
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La CHUCHOS. La Coordinadora Nacional de Colas Machucadas, Cuetes Quemados, Chuchos Apaleados y Similares de Guatemala (que se abrevia CHUCHOS), por este medio y por el respeto que le merece la opinión pública se permite aclarar que no todos los presidenciables, vicepresidenciables, alcaldeables y diputeables pertenecen o han pertenecido a sus dignas filas; en pocas palabras, no están todos los que deberían ser ni son todos los que deberían estar. La CHUCHOS ha observado que existe más ignorancia que mala fe en eso de suponer que todo candidato o precandidato, sólo por el hecho de serlo, va a ser o es integrante de dicha institución. Colas machucadas, chuchos apaleados, cuetes quemados, y similares, pueden haber muchos, miles, sólo aquí en el país de la eterna, pero no cualquiera puede ostentar membresía de la CHUCHOS, toda vez que se necesita de recomendaciones, apadrinamiento, un currículum impecable pero impresionante, tener la cola machucada, estar quemado o apaleado (y mejor si se cubren las tres áreas), en fin. De tal manera, la CHUCHOS insiste en que no autoriza, avala ni se responsabiliza por el uso indebido que un mal candidato a algo haga del buen nombre de la entidad, haciéndose pasar como asociado, pues nunca se sabe.
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Agótanse manchas al tigre. Por este medio, mi amigo el tigre se permite recordarle a las autoridades, partidos políticos, empresarios y público en general, que su piel no es juguete de nadie ni un espacio donde cualquiera puede ponerle las manchas de su preferencia, como si de graffiti callejeros se tratase; que la naturaleza le dotó a su cuero de un número determinado de manchas, distribuidas con un cierto orden y armonía con fines de adaptación a su medio natural, a manera de mimetismo. Se pregunta mi amigo el tigre cuántas más y demás están los humanos dispuestos a colocarle, porque así llegará el momento que en su piel no quedará lugar disponible, a menos que se ponga una sobre otra, pero entonces ya no serán manchas propiamente dichas, pues no podrán identificarse o diferenciarse, precisamente por no quedar más espacio en su piel, sobre todo en esta época de elecciones generales y coroneles.
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Doña Laura, Uaio y el petate. Tal vez no es tan tarde para aclarar ciertos rumores. Tres motivos diferentes tuve para abstenerme de obsequiarle a la Laura Bush, esposa del innombrable, un petate, o mejor dicho el petate por excelencia. Primero, la imposibilidad de traspasar el espeso valladar, prepotente y brutal, montado por la mara del Servicio Secreto (sic) entre esa dama y yo. Segundo, no sé qué hubiera pasado o cuál interpretación le daría doña Laura al hecho de que un desconocido le regalara precisamente un petate, ya que a este se le pueden dar otros usos además de caer tieso o tiesa en él, según sea la circunstancia o urgencia del caso, aunque mi acto obsequioso jamás tendría una segunda o tercera intención. Respeto ante todo. Y tercero ?acaso la razón más importante?, el petate que ostento, made un mi lindo Tejutla, me fue donado nada menos que por Uaio Romualdo Biatoro Gayoso, en un gesto espontáneo, generoso, desinteresado, previsor (aunque un tanto sibilino), que agradezco y no puedo defraudar. (Si a Uaio Biatoro le sobran los petates y se codea con la aristocracia gringa, ¿qué le costaba regalarle uno o dos a la Laurita Bush, así fuera por interpósita mano?).