R E A L I D A R I O (DLIV)


René Leiva

Ni personajes ni autor. Acaso la principal razón de que yo nunca haya escrito una novela, o siquiera haber hecho un tí­mido intento, siempre postergado, se debe, según creo, a que ningún personaje, de novela precisamente, ha venido a buscarme para que por mis modestos medios le dé vida en el siempre difí­cil y azaroso campo de la ficción literaria. Tengo entendido que si los personajes son quienes escogen a sus respectivos novelistas, en un acto de creación a la inversa de como se habí­a creí­do durante mucho tiempo, el potencial autor debe mantenerse a la disposición o en disponibilidad, para que a la hora de que un cierto personaje llame a su puerta, pues entonces entren en pláticas, se pongan de acuerdo, e incluso firmen un contrato de trabajo, si fuera el caso.

Se supone que el personaje es quien dicta en vivo y en directo al autor no sólo sus pensamientos, el monólogo interior, sino su origen, relaciones con la sociedad y otros personajes, conducta, actitudes, e incluso cuándo y de qué manera quiere morir o simplemente desvanecerse u olvidarse en medio de la trama. En fin, a mí­ me consuela, ante lo complejo e intrincado que puede ser la narración de una historia más o menos ficticia, con por lo menos dos o tres protagonistas, el que hasta ahora ningún personaje haya requerido mis servicios (no profesionales) para intentar hacerlo inmortal mediante mi persuasiva prosa, porque la verdad es que no me siento muy capaz que digamos, según mis propias certidumbres. Y no cabe duda de que mis potenciales personajes ?de haberlos? son muy inteligentes, me conocen bien, han sabido emplear la forma sutil y prudente de prescindir de mí­, sin que por eso me sienta ofendido o frustrado. Gracias, muchá, me han evitado un fracaso más.

Lo cierto es que mis potenciales personajes, precisamente por ser mí­os, o atribuibles a mí­, inexpertos ellos y neófito yo mismo, nunca desearí­a que cayeran en mis manos, aunque con el tiempo, como suele ocurrir, escaparan de ellas, de mis manos, una vez logrado su inconfesable propósito de inmortalizarse. (Con la colaboración de Aristóteles, Luigi Pirandello y Augusto Monterroso, entre otros.)

*****

Cuero de dipudanta. Mi amiga la danta, también conocida como tapir, ve con sumo desagrado cuando lee u oye eso de que los señores diputados al honorable tienen un cuero parecido, similar e incluso igual al suyo, aseveración que le pone en pésimo predicamento, rayano en el insulto, la desacredita ante el resto de la fauna, le baja la moral y es una clara violación a sus derechos humanos, pues de forma poco seria se le compara o iguala con sujetos, en su gran mayorí­a, dañinos a la sociedad, incapaces, desvergonzados, corruptos, tránsfugas, arribistas y vendidos al mejor o al peor postor sólo por levantar el brazo en la señal acostumbrada. Mi amiga la danta reconoce que su cuero es de los más gruesos y resistentes dentro del reino animal, al menos en América, producto de millones de años de evolución y adaptación, pero de eso a que por algún milagro de la madre naturaleza los diputados y diputadas adquieran en pocos meses un pellejo con iguales caracterí­sticas, señores, la cosa no es tan sencilla y simple. Mi amiga la danta propone, en un acto de desesperación, que se saquen varias muestras de cuero de diputado de las diferentes bancadas para su análisis quí­mico-biológico y así­ salir de dudas; y si cabalmente el cuero de diputado es igual al suyo en grosor y resistencia, ella será la primera en reconocerlo y tomar las medidas polí­tico-sanitarias que considere convenientes.

*****

Inautocondecorado. Hasta donde se sabe y es dable especular, Edi Shtáin, en tres años de gobierno ganoso no ha procedido a autocondecorarse a granel, o sea a colocar en su vicepresidencial pecho y parte del vientre todas o la mayorí­a de concesiones de honores o de distinciones, a manera de insignias o cruces, que otorga el Estado a personajes y personalidades destacados y con los méritos indispensables, por decisión y consenso de las instituciones donantes, lo cual debe interpretarse como que no se ha establecido en tal sentido una especie de costumbre o hábito, según se temí­a en medios diplomáticos, polí­ticos y académicos del paí­s de la eterna, lo cual es sano, ético y loable, pero claro que Edi es una persona respetuosa y modesta (hasta cierto punto), que no cayó en la cómoda tentación de ser un autocondecorado por autorreceta de galardones en dosis prohibidas, lo cual es ciertamente merecedor de aplauso e incluso agradecimiento, en alguna medida.