R E A L I D A R I O (DLIII)


René Leiva

La (su) patria es un asilo. Julio Fausto Aguilera tiéneme inquieto, preocupado, algo nostálgico, exacerbado mi sentido de impotencia, con vagos remordimientos por deberes fraternales incumplidos o postergados, porque mi memoria tení­a que desvelarse en su existencia sólo cuando alguien más descubrió su desamparo vital, de siempre, cuando el hombre mí­nimo eclipsa al prominente poeta antifascista y revolucionario. Ahora Julio Fausto habita en un asilo antigí¼eño ?metáfora de su ansiada patria?, en compañí­a de su entrañable soledad y nuestra buena amiga muerte, nuestra sombra compartida. Me persuado de que es de los últimos románticos, si no el postrero, a su manera, de obra comprometida con la vida y con el hombre de carne y hueso.

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¿Sangre u horchata? Por lo regular, usual o general, la sangre de los humanos, así­ se trate de asiáticos, africanos, europeos o americanos de América, está compuesta por variados elementos nutritivos muy apreciados, pero en el caso de los habitantes del paí­s de la eterna, a lo largo de los últimos cincuenta años se ha notado que por sus venas y arterias circularí­a un tipo de lí­quido muy diferente a la roja sangre propiamente dicha, y ya realizados los respectivos exámenes de laboratorio biológico a mil (1000) guatemaltecos donadores voluntarios de diferentes edades, etnias y estratos sociales, en efecto, se comprueba que dicho lí­quido vital es más bien de color blanco lechoso, compuesto por harina de arroz, leche, azúcar y canela en polvo, conocido como horchata. Dicha prueba de laboratorio, que no deja lugar a dudas, explicarí­a, según los entendidos, la peculiar conducta tanto individual como colectiva de la inmensa mayorí­a de ciudadanos, hombres y mujeres, sobre todo ante los grandes y seculares desafí­os polí­ticos, económicos y sociales a que nos vemos enfrentados y que nunca o rara vez asumimos y solucionamos para beneficio común. ¿Y quiénes fueron los primeros en tomar, de forma secreta, muestra del lí­quido que corre por nuestra venas para así­ conocer la causa de nuestras maneras de comportarnos como sociedad, y a la vez utilizar el dato en su propio, particular beneficio? Ajá, así­ es. Los polí­ticos, los empresarios y los militares, no por fuerza en ese orden. ¿Y cómo lograr que por nuestras venas y arterias vuelva a correr sangre común y corriente, libre y nutriente, caliente o frí­a según las circunstancias, en lugar de horchata, por sabrosa y refrescante que ésta sea?

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La «Unión Americana» (sic). Curioso que uno pueda ser, e intrigado que pueda estar, en aras de la verdad histórica y geopolí­tica, llevo al menos una década tratando de identificar y ubicar a la famosa «Unión Americana», que vive mencionándose en noticias internacionales, artí­culos periodí­sticos, pláticas callejeras, etcétera, pero habiendo consultado enciclopedias, mapamundis, tratados de historia y de geografí­a, fotografí­as satelitales, entrevistado a verdaderos especialistas europeos, estadounidenses y latinoamericanos, en fin, he llegado a la conclusión, provisional, de que la mencionada «Unión Americana» no existe y nunca ha existido en concreto y delimitado, aunque cabe en lo posible el ideal americanista de que algún dí­a pueda ser una realidad real una América unida, toda vez que desde los tiempos de Bolí­var y de las sucesivas independencias de los distintos territorios americanos respecto a España y Portugal principalmente, siempre se ha hablado de un continente federado, aliado o integrado en lo polí­tico, lo económico e incluso lo social, con las naturales reservas hacia Estados Unidos, Canadá y el Caribe. Pero tal utopí­a no será en este siglo XXI, eso es seguro. ¿Se podrí­a incluir una «Unión Americana», de Alaska a la Patagonia, entre las metas del milenio?

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Tela que cortar. Un simple vistazo al acontecer nacional nos muestra que hay muchí­sima tela que cortar, pero nadie tiene la voluntad polí­tica para tomar unas tijeras bien filudas, grandes, y proceder a tajar y sajar la enorme tela que nos tapa hasta la luz del astro rey. Y a medida que pasan los dí­as, con el año electorero encima, con las cortinas de humo y los globitos que se lanzan desde distintos puntos del territorio nacional, la tela crece en proporciones geométricas (ya que se trata de un organismo vivo, alimentado por la corrupción, el nepotismo, la impunidad, la asesocracia, la monarquí­a virtual), pero las tijeras se hacen perdedizas, se escamotean, y ningún lí­der o dirigente de la llamada oposición tiene la valentí­a y la capacidad para cortar la infame tela aunque sea con sus propios dientes. Y es que toda la vida ha habido tela que cortar, desde tiempos de Pedro de Alvarado, pero nunca habí­a llegado a las insolentes proporciones actuales, sin corte visible alguno.