«Fío». Un día de estos, debido a quién sabe qué asociaciones mentales, la figura, la voz, el modo de «Fío» me asaltó de pronto, semejante a un rasguño leve en esa pátina que recubre ciertos rincones de la memoria, porque según yo –es decir, el olvido– nunca había existido, ninguna huella habría dejado por esas calles que recorrió de arriba para abajo, como arraigado habitante del pasado. ¿Qué sería de «Fío»? Mejor dicho, durante los años siguientes desde la última vez que nos vimos, hace como tres décadas. No sé cómo nos hicimos amigos, pero ambos estábamos adscritos a cierta bohemia informal. «Fío» era lustrador, vendedor de periódicos y en su caja de lustre, más grande que las corrientes, llevaba envueltos en papel manila tres o cuatro volúmenes de ediciones antiguas que mercaba con seriedad profesional. Nunca le pregunté su nombre de bautismo, ni hacía falta, porque en su sombrero de palma, con las alas gachas, calado hasta las orejas, en letras con tinta negra, se leía el mote de «Fío», con clara tilde en la í. ¿Puedo decirle «Fío»? Hágame el favor. Me confió que era maestro de educación primaria, del tiempo de Arévalo («nunca pelié por una plaza»), que dormía en un mesón por la avenida Bolívar («creo que soy más anarquista que socialista») y estaba estragado por amores mal correspondidos. Nuestros encuentros fueron callejeros y casuales, por común afición a departir y compartir nociones literarias humedecidas en el primer mostrador propicio que nos saliera al paso. No recuerdo cuándo empezó «Fío» a evadirse de mi memoria, junto a otros mil aparecidos.
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El dueño de la situación. Con esto del fanatismo individualista, la vigencia de la voluntad de poderío y el neoliberalismo privatizador, es difícil tener claro quién es el dueño de la situación; es decir, aparte del hecho insólito de que la situación sea posesión de alguien en particular, no resulta fácil identificar al presunto propietario, incluso si se toma en cuenta que por su propia naturaleza la situación es más bien cambiante y va de un lugar a otro, pues si ayer se la podía situar o colocar en determinado sitio e incluso percibir en ella ciertas características, ya hoy, sin dejar de ser la misma, ha adoptado una apariencia diferente y se la encuentra en otro punto de su propio espacio. Y a pesar de todo eso más de alguno resulta ser dueño de la situación, y con seguridad un cierto provecho le saca, porque si no para qué se apoderaría de ella. ¿Qué poderes extraordinarios son esos como para llegar a ostentar la propiedad o el dominio nada menos que de la situación -así sea de forma anónima o secreta-, cuando en términos prácticos todo cabe en sus dominios, no obstante las transformaciones que sufre con el paso del tiempo? ¿Cuáles son esos métodos sutiles de apropiación de la situación, al extremo de que nadie pueda compartirla, participar de su posesión o ser utilizada en común, por todos? ¿Hay una alternancia razonable de pretendidos dueños de la situación? Se puede ser dueño de un latifundio, un edificio de apartamentos, una cadena de supermercados, pero ¿de la situación?
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Mal de colchón. Como para eso es precisamente que estamos, ustedes para saberlo y yo para contarlo, procedo a referirles que habiendo retirado todos mis fondos de depósito, ahorro e inversión en varios bancos (del sistema, claro), debido a cierta desconfianza no de todo clara que me ha invadido en los últimos días, he procedido a guardar la billetiza abajo de los colchones (6) que hay en la casa donde habito, es decir, entre colchón y cama propiamente dicha, pero son tantos los billetes, de diferente denominación, que nadie en mi familia, incluida mi mujer, la Chayo, ha podido dormir desde entonces con alguna calma, sosiego y tranquilidad, debido precisamente a que los lechos quedaron demasiado en alto y uno siente que, ya acostado, entre la espalda y el suelo media una distancia desacostumbrada y más que peligrosa, aparte del mal olor que despide tal cantidad de billetes, pero así seguiremos, qué remedio, pues por ahora lo más importante es la seguridad de tener uno su tesoro lo más cerca posible del corazón.