Lluvia reflexiva. La lluvia no lava pecados ni crímenes. Un diluvio universal no bastó para que los seres humanos aprendieran del castigo bíblico. Tras la tormenta nunca ha vuelto la calma a las conciencias. El agua que cae de las nubes con rayos y truenos no es tregua de dolores e injusticias. Tras estas negaciones que envuelven a los muchos, se esconden unas pocas afirmaciones aisladas cuando la lluvia suena sobre los techos, sobre las hojas de los árboles y en los caminos si es capaz de tañer cuerdas de reflexión y de arrepentimiento. Alguna vez una humilde llovizna apagó a tiempo el incendio de un hombre e hizo el milagro de nuevos brotes en los huesos calcinados.
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Vana filosofía Muchas «cosas» -palabra vaga pero muy cómoda- inventada o descubierta por el hombre ha permanecido al margen de la realidad cotidiana de la existencia, de la vida misma. Esto no es un secreto y muchos lo saben aunque haya una tenaz resistencia a aceptarlo del todo. Algo particularmente cierto le corresponde a la filosofía de los últimos tiempos; a esos enormes y complejos sistemas filosóficos que pretenden descuartizar todo lo que existe y volver a unir los pedazos con el fácil expediente de enlazar palabras. Al curiosear en catálogos de libros, en anaqueles de bibliotecas y en textos diversos que tratan sobre el quehacer filosófico, me doy cuenta que todo el intrincado juego de palabras, autores, corrientes y contracorrientes no me dicen nada a mí ni a nadie. Todo eso es un atroz laberinto; un laberinto de piedra pulida y marchita donde la verdad mendiga y la sabiduría es una sombra. Si ya está dicho que Vana es la palabra del filósofo que no mitiga los sufrimientos del hombre, ¿para qué seguir?
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EL Lugar de la conciencia Aunque me consta que tengo conciencia -lo que se conoce y entiende como tal-, he hecho concienzudos esfuerzos por poner la mano -cualquiera, la derecha o la izquierda- en ella, o sobre ella, por mera curiosidad pueril, pero no logro ubicarla a lo largo y ancho de mi nada relevante anatomía, ni mucho menos consigo saber qué tamaño, forma, textura y peso específico puede tener, ya que en mi ignorancia sobre la materia, doy por hecho que es localizable y tangible, incluso más allá y acá de la teoría, según se deduce de infinidad de aseveraciones por honrados ciudadanos que se ven en situaciones de apremio cuando necesitan apelar al recto criterio de personajes que ostentan poderes más o menos omnímoros para resolver dificultades sociales de diverso orden e importancia. Pero esta intrascendente duda no me quita el sueño ni el apetito: en alguna parte ha de estar la mentada conciencia mía. En el momento menos pensado se asomará por donde menos lo imagino, y pondré al fin mi mano en ella, y de ser posible trataré de asirla y ya no soltarla jamás. Con tal que no tenga forma de cola o de cuerno.
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J.F.A. Sin muchas expectativas, hago un recordatorio a los ex compañeros de Julio Fausto Aguilera y a instituciones oficiales o autónomas afectadas por la literatura, que en este mes (¿18?) el poeta cumple 80 años, que está enfermo y vive olvidado en algún asilo, según se ha sabido. Ignoro qué tipo de modesto homenaje podría hacerse a Julio Fausto, en el que yo no tendría por qué estar de cuerpo presente.
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Una luz al final del túnel puede ser efecto del fósforo de las osamentas.