R E A L I D A R I O (DCXXIII)


Lluvia reflexiva. La lluvia no lava pecados ni crí­menes. Un diluvio universal no bastó para que los seres humanos aprendieran del castigo bí­blico. Tras la tormenta nunca ha vuelto la calma a las conciencias. El agua que cae de las nubes con rayos y truenos no es tregua de dolores e injusticias. Tras estas negaciones que envuelven a los muchos, se esconden unas pocas afirmaciones aisladas cuando la lluvia suena sobre los techos, sobre las hojas de los árboles y en los caminos si es capaz de tañer cuerdas de reflexión y de arrepentimiento. Alguna vez una humilde llovizna apagó a tiempo el incendio de un hombre e hizo el milagro de nuevos brotes en los huesos calcinados.

René Leiva

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Vana filosofí­a Muchas «cosas» -palabra vaga pero muy cómoda- inventada o descubierta por el hombre ha permanecido al margen de la realidad cotidiana de la existencia, de la vida misma. Esto no es un secreto y muchos lo saben aunque haya una tenaz resistencia a aceptarlo del todo. Algo particularmente cierto le corresponde a la filosofí­a de los últimos tiempos; a esos enormes y complejos sistemas filosóficos que pretenden descuartizar todo lo que existe y volver a unir los pedazos con el fácil expediente de enlazar palabras. Al curiosear en catálogos de libros, en anaqueles de bibliotecas y en textos diversos que tratan sobre el quehacer filosófico, me doy cuenta que todo el intrincado juego de palabras, autores, corrientes y contracorrientes no me dicen nada a mí­ ni a nadie. Todo eso es un atroz laberinto; un laberinto de piedra pulida y marchita donde la verdad mendiga y la sabidurí­a es una sombra. Si ya está dicho que Vana es la palabra del filósofo que no mitiga los sufrimientos del hombre, ¿para qué seguir?

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EL Lugar de la conciencia Aunque me consta que tengo conciencia -lo que se conoce y entiende como tal-, he hecho concienzudos esfuerzos por poner la mano -cualquiera, la derecha o la izquierda- en ella, o sobre ella, por mera curiosidad pueril, pero no logro ubicarla a lo largo y ancho de mi nada relevante anatomí­a, ni mucho menos consigo saber qué tamaño, forma, textura y peso especí­fico puede tener, ya que en mi ignorancia sobre la materia, doy por hecho que es localizable y tangible, incluso más allá y acá de la teorí­a, según se deduce de infinidad de aseveraciones por honrados ciudadanos que se ven en situaciones de apremio cuando necesitan apelar al recto criterio de personajes que ostentan poderes más o menos omní­moros para resolver dificultades sociales de diverso orden e importancia. Pero esta intrascendente duda no me quita el sueño ni el apetito: en alguna parte ha de estar la mentada conciencia mí­a. En el momento menos pensado se asomará por donde menos lo imagino, y pondré al fin mi mano en ella, y de ser posible trataré de asirla y ya no soltarla jamás. Con tal que no tenga forma de cola o de cuerno.

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J.F.A. Sin muchas expectativas, hago un recordatorio a los ex compañeros de Julio Fausto Aguilera y a instituciones oficiales o autónomas afectadas por la literatura, que en este mes (¿18?) el poeta cumple 80 años, que está enfermo y vive olvidado en algún asilo, según se ha sabido. Ignoro qué tipo de modesto homenaje podrí­a hacerse a Julio Fausto, en el que yo no tendrí­a por qué estar de cuerpo presente.

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Una luz al final del túnel puede ser efecto del fósforo de las osamentas.