R E A L I D A R I O (DCXVII)


Una cabeza de a ochenta y dos millones. En el supuesto de que la oxidada y sin filo cuchilla de la guillotina caiga de manera limpia y tajante, apenas con un ligero rumor, sobre el honorable cuello de don Meyer Maldonado, y su patricia cabeza de médico, ex rector(no tan magní­fico) sancarlista y presidente del deshonorable ruede sobre el tablado con saltos siniestros, como si fuese oní­rica pelota de balompié, a tiempo que la plebe -Hombres, mujeres, niños y ancianos- aplauda y lance gritos de regocijo mientras a lo lejos se escucha La Marsellesa, perdón, el Himno Nacional del paí­s de la eterna, pues ante tal hipotético conjunto de excepcionales circunstancias cabe preguntarse qué harán con la para entonces venerable testa de don Eduardo. ¿La conservarán en formol? ¿La donaran para su estudio a su alma máter (de él)? ¿La expondrán en exhibición dentro de amplia urna en un lugar bien visible del palacio legislativo a manera de disuasivo para los dignos legisladores y sus avorazados asesores? ¿Qué destino le darí­an al resto, tronco y extremidades, por tradición consideradas partes innobles respecto a la codiciada y a la vez vituperable cabeza?

René Leiva

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De la chamarra y la loma. En opinión de los expertos, la misma chamarra no es igual que la misma loma, pues mientras cualquiera puede llegar a taparse con la misma chamarra, toda vez haya o esté pasando por ciertos callejones de la administración pública, por el contrario, para pertenecer a la misma loma es condición indispensable ser miembro de cierta familia de mamí­feros carní­voros de menor tamaño que el lobo, color gris amarillento, mejor conocido en el bajo mundo como coyote vulgar. En otras palabras, los coyotes de la misma loma no necesitan, a la vez, taparse con la misma chamarra, y por otro lado nunca se ha sabido que quienes se tapan con la misma chamarra sean, a la vez, coyotes de la misma loma. Pero por supuesto que estas sutilezas de comportamiento polí­tico en general pasan desapercibidas para los electores y para el grueso de la población honrada y trabajadora. (Sin embargo, no faltará el caso excepcional de un coyote gordo y mañoso, de la misma loma, que a la vez se tape con la misma chamarra. Doble blindaje).

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Dos Israeles. Más debido a desconocimiento y a fanatismo que por buena fe, los miembros de muchas sectas creen que el actual Estado de Israel es lo mismo que el pueblo bí­blico. Ignoran o no les importa que Israel sea un estado fundado por el judí­o internacional, ateo y profano, por el sionismo, el guerrerismo, el armamentismo nuclear, el gran capital transnacional que el terrorismo y el despojo, el holocausto palestino y la colonización sean sus polí­ticas estructurales; que la inmensa mayorí­a de israelí­es ya no sean semitas o semí­ticos sino producto de milenario mestizaje con etnias europeas principalmente. El Israel bí­blico -los hombres, no la tierra- se diluyó en la historia y es hoy un nebuloso friso de espectros.

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Juan José Saavedra. Por ser miembro activo del reducido pero selecto cí­rculo de lectores de Uaio Biatoro, me he enterado del fallecimiento de don Juan José Saavedra (amigo común, por lo visto), un señor de los que ya quedan muy pocos o ninguno, con quien compartí­ esporádicos pero gratos, intensos y nutricios coloquios sobre libros, polí­tica, personajes públicos o anónimos, acodados ambos en el mostrador de su modestí­simo changarro mercadito de la Asunción, zona 5, donde allá cada dos horas despachaba algún cuaderno de 40 hojas, algún librito de segunda mano, alguna Selecciones usada. (Creo que don Juan José nunca supo mi nombre; ni hizo falta).

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Me vendieron la idea. O sea que yo la compré, en mi calidad de consumidor irreflexivo de ideas, pero ahora no sé para qué sirve, no encuentro dónde ponerla, ¿la tiro a la basura?