R E A L I D A R I O (DCX)


De erratas y mutilaciones. El anterior Realidario (DCIX) salió publicado con más erratas de las habituales. Las amputaciones, errores y horrores debidos a otros pero a mí­ atribuibles me devuelven a cierta parvularia de la escritura. Son repetidas las veces en que no me reconozco en textos trastocados. Para mí­ resulta disparatado corregir un artí­culo impreso cuando el golpe, sin quite posible, está dado. Queda una sensación de derrota inmerecida. Se frustra la confianza debida.

René Leiva

Carezco de la tecnologí­a apropiada, de punta, como para ser yo el corrector de mis propios trabajos a imprimirse. Todaví­a transcribo en prehistórica mecanográfica. Tampoco tengo acceso a una «fe de erratas» o alguna especie de oportuna reparación.

No por semianónimos, los trabajos de levantado de texto y corrección son menos significativos y notables. Levantador y corrector de textos tienen, literalmente, la última palabra.

Las columnas de opinión son hierbezuelas -que no flores- de una pocas horas vespertinas (caso de La Hora), pasto de la noche. Pero la sección editorial y/o de opinión es el alma colectiva de un diario.

Tómense estas lí­neas templadas como un ruego de compañerismo para alcanzar la excelencia dentro de la compleja e intrincada elaboración de un diario.

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(La siguiente «pastilla» se publicó truncada el 2 de abril. Ahora, confí­o, saldrá completa).

Antes de ponerle tablas al diálogo. La mayorí­a de expertos y observadores concuerda en que antes de entablar el diálogo (lo cual no significa, nunca, ponerle tablas) es pertinente acudir donde el otorrinolaringólogo a examinarse los oí­dos, hacerse un lavado de ambas orejas, revisar el audí­fono en caso se usase, echarse gotas óticas, practicar unos sencillos ejercicios de audición, verificar la capacidad de atención hacia toda clase de sonidos, en especial los articulados, salidos de boca humana, en fin, sin olvidarse, por supuesto, de aceitar y afinar la muy venida a menos voluntad polí­tica, sin la cual el diálogo es tierra árida. Y es que los oí­dos, en sus partes externa, media e interna y su conexión con cierta parte del cerebro, vienen a ser algo así­ como la infraestructura y estructura, a la vez, del famoso diálogo, incluso más que la propia lengua, la cual suele soltarse innecesariamente, cuan larga es, además de cierta ponzoña que puede destilar en algún momento del diálogo, en clara desconexión no únicamente con el mencionado cerebro sino con los intereses nacionales. En resumen, no puede existir un diálogo constructivo sin previo acondicionamiento técnico y cientí­fico de ambos oí­dos, pero siempre mucho más allá de lo puramente anatómico.

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Escenarios. El predominio de lo audiovisual electrónico ha generado que casi cualquier hecho sea reducido a mero espectáculo para consumo de masas acrí­ticas. Así­ se han multiplicado los escenarios, al extremo de que hoy en dí­a todo es o se desarrolla en un lugar o un local propicio para una función o entretenimiento públicos, desde la creación bí­blica hasta las guerras de «prevención» o la agoní­a planetaria. Las tablas, los sets, platós o sitios dispuestos para representaciones ya no son los únicos ambientes posibles para una puesta en escena, sea programada o improvisada. De hecho, tal como se presenta al público un suceso real o hipotético, lleva ya todo incluido: guión, actores, utilerí­a, vestuario, fondo musical, maquillaje, montaje, productores, director general… Además de las respectivas crónicas y reportajes. Incluso puede hablarse de tres o cuatro escenarios diferentes u opuestos para la misma «obra».