R E A L I D A R I O (DCLXVI)


ILUSIONES PERDIDAS. Según ha trascendido, en ciertos exclusivos cí­rculos sociales se contempla la posibilidad de presentar una demanda, a donde corresponda, contra la CICIG y en especial contra el doctor Castresana, porque sin ninguna consideración y ningún miramiento, en cosa de dos horas, hicieron añicos sus más caras ilusiones, creadas por el legendario abogado Rosenberg en el mí­tico video que le dio la vuelta a la Ví­a Láctea. Los hoy demandantes vivieron durante ocho meses con la esperanza de que las acusaciones contra don Colom, esposa y secretario fuesen ciertas, verí­dicas y exactas, por lo menos. Pero vienen unos investigadores internacionales, de óptimo profesionalismo, a aguarles la fiesta con pruebas cientí­ficas que no admiten duda sobre la falsedad propalada, que más parece una trama urdida por agentes de la CIA. ¿Quién les devolverá las ilusiones perdidas a esos exclusivos cí­rculos sociales que incluye a cierta prensa más o menos independiente? Que la acción judicial a donde corresponde prospere, eso es otro cantar. (La credulidad es discriminadora y selectiva, como la memoria, y suele tener manifestaciones circunstanciales, pero está condicionada por una ideologí­a bien estructurada, enraizada en la cultura y la historia, desea añadir mi compadre Perogrullo, en el mismo desorden de ideas).

René Leiva

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CANTAR VICTORIA. A criterio de los expertos, en el paí­s de la eterna nunca se debe cantar victoria, en ningún caso, mucho menos por destacados tenores, sopranos, barí­tonos y contraltos, ya que dicho canto podrí­a traspasar fronteras e interrumpir el concierto de las naciones. Si acaso, aconsejan los conocedores, se podrí­a hablar de victoria, y mejor aún musitar victoria, aunque lo más aconsejable serí­a sólo pensar victoria, pero siempre tras un riguroso análisis de la situación, ya que victoria es, más que una elegante y estimulante palabra, es el éxito en un enfrentamiento, o la superioridad demostrada al vencer a un rival, lo cual resulta excesivo en nuestro medio, a escala colectiva y plural, como para cantarlo, así­ sea canto gregoriano o con acompañamiento instrumental, en forma de bolero o balada, y mucho menos rock, rap marero ni narcocorrido, señalan los entendidos en cantos victoriosos.

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¿QUí‰ MUEVE LA HOJA DEL íRBOL? En declaraciones exclusivas, mi amigo el árbol asegura no tener ningún tipo de ví­nculo, nexo, enlace, relación o trato con el señor Gustavo Alejos, como para necesitar de él la venia o autorización para que una de sus hojas, que son miles, se mueva, se mece o agite, ya que tal función la madre naturaleza tuvo a bien encomendarla a Céfiro, el viento. Mi amigo el árbol dice ignorar o carecer de la menor idea de cómo el señor Alejos podrí­a intervenir, sea de forma directa o indirecta, para mover aunque fuera una sola de sus verdes hojas que desde tiempos inmemoriales, reitera, ha sido el viento, principalmente, el encargado de agitar, y también algún pájaro, o el paso de una culebra arbórea; aparte de cuando una hoja se le cae debido a la edad. Pero nada que ver con ninguna intervención del señor Alejos, a quien no tiene el gusto de conocer ni haber oí­do de él, nunca.