R E A L I D A R I O (DCLVII)


René Leiva

GUARDAR RENCOR: La vez pasada, durante una tediosa reunión, ante la mirada furtiva, inquisitiva y un tanto preocupada de cierto derogado amigo mí­o hacia mí­, empecé a decirle de manera un tanto atropellada, que no tuviera pena, que yo no le guardo ningún rencor, que esas cosas, aunque traigan fecha de vencimiento a largo plazo -si bien la mayorí­a carecen de tal dato-, en mi caso caducan a los pocos dí­as de su producción; que a mí­ no me gusta guardar ningún tipo de rencores, por grandes y merecidos que sean, o por pequeños e insignificantes, pues me falta lugar para ellos, no sé dónde ponerlos a manera de que no estorben e incomoden; que tengo mejores y valiosas recordaciones para guardar, reliquias antiguas o tesoros sentimentales que apenas ocupan espacio. Le rememoraba a este revocado camarada que suele decirse guardar rencor, pero entonces uno lo está sintiendo a cada rato, al encono, lo tiene enfrente y hasta sueña con él. Un rencor guardado te envenena, te enferma, te suicida, te muestra tus debilidades, es mala compañí­a como para tenerla guardada; es un matrimonio desigual. ¿Por qué, entonces, conservar esa escoria, esa basura, ese virus, esa polilla que te carcome nervios y espí­ritu, ese cuchillo clavado en tu memoria? No debe guardarse aquello que se desprecia ni se posee -más bien es posesivo y poseedor de uno-, que más bien aniquila. Aunque merecés o merecí­as rencor, mi rencor no te guardo nada. Cabrón.

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NO TODO ESTí PODRIDO. Hace poco regresé de un viaje relámpago al viejo continente (?), o sea a Europa, y de visita un par de dí­as en Dinamarca pude comprobar con mis propios ojos, pero sobre todo con mis propias narices, que, efectivamente, no todo está podrido en aquel pulcro y ordenado paí­s. Y es que durante muchos años, desde que yo era un chirí­s he venido oyendo eso de que no todo está podrido en Dinamarca, pero con el paso de los años supuse que a ese poco sano y puro le llegarí­a el momento fatal de podrirse, precisamente por ser sólo una parte mí­nima del todo, pero hete aquí­ que hoy por hoy puedo asegurar que sucede al revés: lo que tal vez esté podrido en Dinamarca es una minucia, una porción insignificante, ya que apenas si existen basureros (mucho menos clandestinos), a muchos muertos los incineran, nadie atropella a un perro o gato en la calle, el sistema de drenajes es excelente, en fin. De tal manera, a mi regreso al paí­s de la eterna, yo propondrí­a cambiar la frase por «no todo está podrido en Guatemala», pues algo debe quedar libre y al margen, todaví­a, de la putrefacción, sobre todo moral

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¿EL HUEVO O LA GALLINA? En el milenario pero siempre vigente y apasionante debate acerca de qué fue primero, si el huevo o la gallina, nunca jamás en la vida ha tenido voz ni mucho menos voto mi amiga la hembra del gallo, lo cual no sólo es una imperdonable desconsideración sexista y falta de respeto, sino una flagrante violación a sus derechos humanos, maternales e intelectuales. En efecto, ¿quién posee mejores elementos de juicio, experiencia comprobada, sólidos argumentos y a la vez es depositaria de la memoria colectiva de su raza, de su historia, ritos, costumbres y tradiciones de mayor ancestro? Pero el interés actual de mi amiga la gallina se restringe a que en la próxima controversia cientí­fico-filosófica sobre qué fue primero, la discusión se enfoque en su mercadológica condición de madre frustrada. ¿Es mucho pedir?