R E A L I D A R I O (DCC)


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ENTRE LOS HIERROS RETORCIDOS. Los hierros son piezas irreconocibles de un automóvil destruido en accidente, algunos con raspones de pintura, que se doblan o encorvan más de una vez por el encuentro violento contra otro vehí­culo o contra un muro, o por caí­da a profundo barranco. Los hierros retorcidos ejercen durante un tiempo tenso como máquinas de tortura o a manera de dagas mortales que atraviesan la carne inerte o todaví­a palpitante. Los hierros retorcidos, de formas lacerantes, chorreantes de sangre, ignoran su protagonismo en la crónica lineal de la tragedia cotidiana. A algunos hierros retorcidos, frí­os al dolor, no los endereza nadie y yacen bajo la Luna en mudo remedo de espasmos y estertores.

René Leiva

 


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RECORDACIí“N PERDIDA. A uno le gusta creer (un gusto abatido) que con otros polí­ticos, con los que fueron desaparecidos, asesinados o ejecutados de forma extrajudicial durante los gobiernos paramilitares como parte del hostigamiento institucional contra la dignidad, la idoneidad y la inteligencia, con esos hombres y mujeres, si los hubiesen dejado vivir, seguramente nuestra historia reciente serí­a otra muy distinta.  Es decir, esa reiterada perogrullada implica que los últimos ocho gobiernos no habrí­an sido virtuales basureros continuadores de los fraudulentos y represivos.  Claro, ahora uno se da cuenta que aquellos dirigentes ejemplares  –polí­ticos profesionales, sindicalistas, campesinos, estudiantes, escritores—tení­an que ser eliminados como parte del secuestro de la democracia, del terrorismo de Estado y de la defensa de los privilegios ancestrales, porque eran una anomalí­a y una excentricidad dentro del viejo (actual) sistema.

Pero recordarlos es solo parte de la memoria histórica, un exorcizar el acechante olvido, sobre todo cuando seguimos contemplando impotentes e inermes la basura entronizada a lo largo de más de dos décadas, usurpando calidades democráticas porque supieron cómo allanarse el camino.  Más el desaliento de reconocer que aquellos ciudadanos “antisistema” no dejaron semilla ni raí­ces visibles, que nadie ha seguido su ejemplo (salvo dos o tres excepciones esforzadas), que con ellos murió algo más, mucho más.
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Hay males que duran quinientos años y pueblo que los aguanta porque ese pueblo es la materia prima para la duración de dichos males.
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La esperanza es lo último que muere porque antes nos moriremos todos. (Benzoato de Antimonio, siglo IV a. C.)