En estos tiempos de reflexión espiritual, es casi inútil intentar hablar de política, porque nuestra atención está dirigida hacia otros temas. Es por ello que me enfocaré en un tema estrictamente ad hoc a esta época.
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En «Â¿Quo vadis?» (1896), la novela del polaco Henryk Sienkiewicz (1846-1916), y que posteriormente se hiciera película, el clímax de la narración expone a Pedro, el entonces líder de la Iglesia Católica en tiempos del emperador Nerón, huyendo de la cacería de cristianos.
Según Pedro, él era imprescindible para la Iglesia Católica que recién empezaba a crecer, por lo que consideró que salvar su vida era muy importante para la continuación del proyecto que fundara Jesús.
En las afueras de la ciudad, se le apareció el mismísimo Jesús (como se le seguía apareciendo a Pedro desde la Resurrección), y el denominado Primer Papa le preguntó: «Â¿Quo vadis, domine?», que en latín significa «Â¿A dónde vas, maestro?».
Jesús le respondió que regresaba a Roma para tomar el lugar del que Pedro estaba huyendo. Es decir, el lugar de Pedro era estar con los cristianos perseguidos, y no huir para seguir con vida.
Pedro, avergonzado, le dice a sus acompañantes que sigan huyendo, ya que él regresaba a Roma. Estaba tan avergonzado que, cuando se entregó ante los legionarios romanos, pidió que lo crucificaran al revés, porque no era digno de morir igual que su maestro.
El mensaje es muy poderoso. Muchas veces nos consideramos indispensables para los proyectos en los que participamos. Nuestra vida -y con mucha razón- es considerada como importantísima, y por ello confundimos el conformismo y la mediocridad con la falsa protección de nuestra propia vida.
Allá, afuera de estas líneas y palabras, hay un pueblo que sufre, un mundo que sufre; tal parece que nada ha cambiado desde los tiempos de Jesús, en que el pueblo era perseguido o era el conejillo de Indias de un proyecto político. El mundo sufre y nosotros muchas veces huimos. Nos alejamos de nuestra responsabilidad diaria.
Tal parece, decía, que nada ha cambiado desde los tiempos de Jesús. Lo que pasa es que ahora son otros los perseguidos. A otro grupo es el que se le culpa de los problemas de Roma, el Imperio o, simplemente, del Gobierno de turno. Y mientras la masacre diaria, la corrupción, las amenazas de muerte, las ejecuciones extrajudiciales, la violencia, la trata de personas, el engaño, la muerte y, en fin, todos los vicios del mundo y un largo etcétera, continúan asediándonos, nuestra postura es mucho más cómoda y simplemente cerramos los ojos y huimos de Roma.
Y mientras huimos de todo este país y mundo feo que nos ha tocado vivir, alguien debe ocupar nuestro lugar en la denuncia, en la lucha diaria, y nos pregunta: «Â¿Quo vadis, Guatemala?».
El compromiso espiritual va mucho más allá de participar en nuestros ritos religiosos, en ver procesiones, en asistir a los servicios o en ver por televisión al pastor más hábil para hablar. Hay que recordar que el mismo Jesús decía: «Dad al César lo que es del César, y al Pueblo de Dios lo que es del Pueblo de Dios», en traducción de Isaac Asimov, que significa que no hay que dejar de compenetrarse en lo político (propiamente dicho) y lo espiritual.
Espero que esta reflexión espiritual, que se desvió un poquito hacia la política, nos sirva para la meditación en este período de descanso. (http://diarioparanoico.blogspot.com)