En horas extraviadas de la noche hacía zapping hasta detenerme en el telenoticiero Cuestión de Minutos. Gracias al insomnio, conocí los pormenores del acto de otorgamiento del doctorado honorífico a Marco Augusto Quiroa. El Salón General Mayor de la Universidad estaba a dos que tres de su capacidad. El rector Estuardo Gálvez saludó al cuerpo diplomático, pero sólo destacaban el embajador de Chile y la agregada cultural de Cuba. Hubo saludos para el ex presidente Vinicio Cerezo, pero la ocasión no la aprovecharon los directivos del Congreso -del cual formó parte Marco Augusto-, para esmaltar un poco su habitual desdoro. Tampoco hicieron acto de presencia los y las congresistas de izquierda.
En primera fila estaba María Reinhardt, quien, acostumbrada a engañarse a sí misma, se prestó a ser el instrumento de odios ajenos. En contraste, la ausencia significativa fue la de un hombre honrado, Alfonso Bauer Paiz, por estar en desacuerdo con la marginación que ha sufrido Elsamiriam Solís, la compañera de hogar de Marco Augusto.
Quiroa deseaba, para quienes amaba, pan y no piedra. No se honraron sus palabras, al no convocar a dos mujeres que siempre estuvieron en su entraña enamorada. Una es Elsamiriam, quien compartió lo tupido y lo llano, las penumbras y las claridades, el canto y el grito. Otra desterrada de la latitud marcoaugustiniana es Claudia Quiroa, con iguales derechos que sus hermanas, quienes calcinaron la sentencia bíblica: «en tus hijos vivirás?» Ignorar estos hechos es condenarse a que los sobrevivientes no vean de dónde vienen ni concederles la facultad de decidir hacia dónde quieren dirigirse.
Mis palabras son para quienes conocen más y odian menos. La historia se interpreta, se recrea para aprender de ella y la invocamos para conocernos mejor. De lo contrario, se comete el peor delito cultural, el memoricidio. Así como recuerdan, una y otra vez que Marco Augusto Quiroa conformó el grupo «Vértebra», no cabría mencionar esa adscripción si se repara en su distanciamiento de Roberto Cabrera, lo que no deslegitima esa propuesta colectiva. De igual manera, por prejuicios inconfesados, no es justo callar la importancia del grupo literario La rial academia1, tanto en la vida de Marco Augusto y como uno de los intensos momentos de la Literatura guatemalteca.
Estas omisiones tal vez ratifican que todos y todas no hemos leído nada, no sabemos nada, no hemos escrito nada y nada hemos entendido. Nada se ha publicado y nada se ha leído. En el siglo pasado y durante el nuevo milenio hemos visto mucho y hemos sentido más. Y quizá no nos hemos comprendido. Un poco de eso atisbamos en La rial academia, para mantener la soberanía de nuestra lengua y de nuestra cultura mestiza. Somos los sobrevivientes del amor y nadamos en intangibles esperanzas. Otros son los náufragos del odio y habrán de hundirse en su propio infierno.
Sin embargo, algún día, todos nosotros, contemporáneos, fuentes de amor y de odio, nos iremos también a la mar del olvido… o a la mar de la lengua eterna, en el lugar donde, de algún modo, se vive.
1 Nota para los correctores: se escribe «rial» y no «real». Gracias.