Quienes manchan pared y mesa…


Cada vez más nos convencemos de que muchas cosas andan mal, muy mal, en nuestra Arcadia.

Marco Tulio Trejo Paiz

Si nos desplazamos en calles y avenidas y en otros sitios de la ví­a pública, notamos que hay gente que con cada cosa provoca problemas de todo calibre…

Al movilizarnos por aquí­ y por allá en diversos lugares del ambiente capitalino, nos damos cuenta que muchas personas no se respetan ni a sí­ mismas, mucho menos a las demás.

En el tránsito vehicular y peatonal vemos todo un pandemónium. Conductores de automotores de todo tipo no respetan las disposiciones de las autoridades del ramo. Muchos corren en las ví­as zigzagueando que da horror y coraje. Los autobuseros o los choferes de otros pesados «trastes» rodantes son campeones de los abusos y de las imprudencias. Pueden destripar o dejar «wash and wear» a cualquier mortal en el frí­o y duro pavimento que, como nos encontramos bajo las sombras negras (valga el epí­teto) de la impunidad, todo se puede, como dicen entre risotadas los politiqueros del partidismo…

Hay peatones, asimismo, que no se quedan atrás de los demonios del volante respecto de la imprudencia y, si se les bocina, topa o roza siquiera con los patas de hule, chillan y pretenden sacar hasta los ojos de la cara a los conductores cuando ellos han sido los que han toreado y colisionado, pero eso no lo entienden los jueces, quienes suelen tirar como de las orejas el manido «derecho del peatón». ¡Que tal!

Y paseando la mirada hacia un lado y otro, nos ha causado una mixtión de repudio, de decepción, de tristeza y de «furia» el hecho de ver pintarrajeadas hasta con expresiones soeces, ofensivas, las paredes de muchas casas, de muchos edificios públicos (incluidos algunos planteles educativos de los diferentes niveles) y, asómbrese el lector, ¡también de templos religiosos!

Los docentes de antes decí­an, en el marco de la paremiologí­a, que los individuos que manchan pared y mesa dan a conocer su bajeza…

Sin que quepa la menor duda, en Guatemala anda arrastrándose por los suelos la educación y la cultura más elementales. Están haciendo falta las clases de moral y urbanidad en las escuelas de primaria y secundaria y, aun, en los establecimientos de estudios superiores. ¡Hay que ver los muros del complejo de edificios de la Universidad de San Carlos de Guatemala! ¡Muy mal ejemplo de los que aspiran al profesionalismo universitario!

En los hogares deben cultivarse bien la mente y el corazón de los niños y también de los adolescentes para que aprendan a tener buen comportamiento dentro y fuera de ellos, porque de no ser así­, su vida, su futuro, podrá ser nada afortunado o promisorio, sino más bien cerrado, oscuro, sin buena relación con sus congéneres en general.

Los bochincheros de los grupos sociales organizados y no organizados que vienen dándose a la tarea de asediar edificios públicos, de provocar caos en calles y carreteras, etcétera; los anarquistas de la politiquerí­a partidista, incluidos los que ufanamente se autocalifican de «internacionalistas», son culpables de la degradación educativa y cultural en sus diversos aspectos que, desgraciadamente, se observa en casi todos los ámbitos urbanos y rurales de nuestra pobre Guatemala.

Es hora ?¡todaví­a es hora!?… de que dediquemos í­mprobos esfuerzos para rescatar los preciados valores que rápida y progresivamente se han perdido durante las últimas décadas en esta patria nuestra que parece no estar en condiciones de caminar hacia adelante, sino más bien ha sido condenada por la indolencia y la desatención de sus hijos, especialmente de los gobernantes, a no salir de los eriales del atraso.

¡Comencemos como de cero la patriótica gran cruzada!