¿Quién sigue?


Pareciera que todo hubiese acabado. Las fanfarrias de quienes, como aquí­ en nuestra tierra, han detentado el poder por centurias, aclaman al «triunfador» de las elecciones hondureñas. í‰l, convoca a un diálogo en el que estarán supuestamente incluidos los personajes que fueran centro de la crisis polí­tica de ese hermano paí­s. Pretende que con él, pueda pacificarse un paí­s que ha estado en crisis por meses. La «voluntad» expresada en las urnas de los hondureños, dice el «presidente electo», debe ser respetada por la comunidad internacional, a quien pide comprensión.

Carlos E. Wer

Mientras tanto en el propio corazón del gran ganador de esta crisis, el pueblo hondureño, que se negara a asistir al show instrumentalizado por los intereses de Washington, demostró con un masivo rechazo a la farsa montada desde este paí­s, el que pareciera seguir absolutamente ignorante de las realidades que se viven en los paí­ses de la América Latina, alejándose de las urnas. El abstencionismo a pesar de los esfuerzos de un sistema también en bancarrota, que asegura que los hondureños respondieron a la mascarada, ha sido evidente.

Los resultados logrados a través de estos meses, han dejado claro a la comunidad internacional que los hilos que se manejan desde el centro de poder en los Estados Unidos, se encargó de entrampar y manipular la situación hondureña, para evitar el que este paí­s centroamericano se uniera al ALBA, creando así­ en la región centroamericana una presencia de mayor influencia del movimiento bolivariano, el que ha despertado en la población mayoritaria, las esperanzas de cambios sociales en la agenda de sus gobiernos. Ha dejado claro, también, que como siempre Washington asume posiciones en las que la diferencia entre lo que dice y lo que hace es por más evidente.

«Consumatum est» festejan quienes tratan de impedir que en sus paí­ses un movimiento popular cada vez más agresivo y consciente de su propio poder, se ubique en posiciones que los acercan a la toma del poder. Ello espanta a Washington y lo empuja a asumir posiciones duras «bajo el agua» para tratar de impedirlo.

La influencia de la crisis hondureña en Guatemala también es evidente, ya que en ella un movimiento popular cada vez más presente y cada vez con mayor fuerza exige los cambios sociales que lleven hacia los menos favorecidos la tan anhelada justicia social que los cubra. Ello por un lado y por el otro una derecha cada vez más intransigente. Cada vez más alejada de la realidad de un paí­s que se debate en la pobreza y en la ignorancia.

Los tsunamis polí­ticos que se ciernen, no solo sobre la región sino sobre el mundo, agudizan esta confrontación. Aún en los propios Estados Unidos, en los que a pesar de que se trata de ocultar, al expresar que no se trata de una «lucha de clases» una cada vez más gruesa oposición a las polí­ticas del gobierno del presidente  Obama, a quien acusan de proteger a los grandes capitales, los que han manejado la polí­tica estadounidense, en contra de los intereses del pueblo de esa nación. Es una huelga de masas, expresan al optar la cada vez más numerosa población que se une a las protestas. La población de Estados Unidos, en lo principal, se ha vuelto en contra de las instituciones de gobierno, en un fenómeno que se conoce históricamente como huelga de masas».

 

En todos lados se nota como se van desenmascarando el como las polí­ticas domésticas de poderosos paí­ses, como está pasando en Inglaterra, ( en donde se ventila el caso Blair-Afganistán), han protegido los intereses de las grandes oligarquí­as internacionales en contra de los intereses de sus propias poblaciones Y ello no tiene más camino que el que estas poblaciones se opongan con cada vez mayor fuerza a dichos dictados, produciendo un enfrentamiento, el que añadido a la crisis económico-financiera, llevará a los poderosos a asumir posiciones de fuerza, la que abierta o encubierta pretenden detener el impulso de las poblaciones al cambio.

 

Esos sí­ntomas, empiezan a sentirse aquí­ en nuestra tierra, en la que las grandes diferencias en lo económico, en lo polí­tico y en lo social ameritan cambios profundos. Cambios que son negados y opuestos por las fuerzas que han mantenido el control polí­tico y económico del paí­s. Que lo han explotado, que lo han vendido, pero que niegan a su población el derecho a decidir su propio rumbo.