¿Quién es el más peor?


DESDE LA REDACCIí“N

En Guatemala (o Guatebolas, como le llaman algunos), no nos gusta tanto mostrar nuestros avances, no porque no pueda gustarnos, sino que éstos difí­cilmente se pueden observar si no los comparamos con los otros.


Por ello, no nos esforzamos por ser los mejores, sino por no ser los menos peores (perdón por la incorrección, válida únicamente en Guatemala).

En consecuencia, ya se ha convertido en discurso común para los nuevos gobernantes el lavarse las manos en el anterior gobierno, tal como lo hizo el presidente Colom en los últimos dí­as, al asegurar y reiterar que su antecesor, í“scar Berger, lideró un gobierno nefasto.

Lo curioso es que el gobierno de la Gran Alianza Nacional (Gana) se habí­a pronunciado igual que Colom en los primeros meses, asegurando que no se podí­a hacer mucho en el primer año, porque primero habí­a que arreglar el desorden dejado por su predecesor Alfonso Portillo.

Y si vamos para atrás, tal vez encontremos una serie de justificaciones, que más bien son acusaciones, en contra del que estaba antes; en lí­nea reversible, podrí­amos encontrar ese discurso, quizá, hasta llegar a Gabino Gaí­nza (si se quisiera hacerlo).

Pero concentrémosnos en los últimos años.

La diferencia, dice Colom, con las acusaciones de Berger, era que ya existen denuncias formales ante el Ministerio Público por funcionarios de la gestión de la Gana; sin embargo, Berger, al igual, persiguió a altos mandos del gobierno del Frente Republicano Guatemalteco.

Total, se le fue el gobierno a Berger y no logró dar la campanada en el sistema de justicia para ofrecer una ejemplar lección ante todos los guatemaltecos, quienes estamos acostumbrados a la impunidad reinante, especialmente de parte de los «representantes del pueblo».

¿Podrí­amos cambiar nuestro punto de vista? ¿Será que siempre que pensamos en la fábula de los cangrejos, pensamos en nosotros como guatemaltecos?

Es claro que, cada vez que ha llegado un gobierno ha encontrado un desastre, provocado especialmente por los obvios desfalcos, que no necesitamos que el Ministerio Público nos diga que pasaron; simplemente lo sabemos.

Y aunque encontraran todo en orden, los gobiernos entrantes querrán hacer las cosas a su manera, y está bien.

Y eso que para esta transición de gobierno hubo reuniones entre el saliente y el entrante, para enterarse de qué estaba haciendo el anterior.

Necesitamos, pues, una visión de paí­s, que no nos permita tener visiones individuales (o individualistas) o sólo de cierto partido polí­tico que ganó a la loterí­a de las elección. Necesitamos una agenda nacional conjunta, que todos sabemos cuál es y qué queremos; lo que pasa es que a algunas personas no nos convienen ciertos temas y por eso los desviamos.

Si no llega esa agenda nacional, entonces seguirán pasando los gobiernos y los gobiernos, el que llega culpando al anterior, y después olvida de que el siguiente lo medirá con la misma vara, tirándose la chibolita de quién es el menos peor o el «más nefasto» (aunque ésta palabra es un adjetivo calificativo que no admite «cuantificación»).

Y en ese ir y venir de gobiernos y de acusaciones, de presidentes prófugos y de mandatarios que prefieren ya no presentarse ante los medios de comunicación, u otros que simplemente ya descansan en paz, seguimos siendo testigos de primera fila ante esta telenovela que se desarrolla cada cuatro años en el Palacio Nacional de la Cultura, cual si fuera un buen culebrón brasileño o una teleserie estadounidense al estilo «The sex and the city».