Cuando alguien decide que debe realizarse una limpieza social, es obligado que nos preguntemos quién jocotes define cuál es la basura o la suciedad social que hay que limpiar porque obviamente de esa tipificación dependerá la vida o muerte de muchas personas. Para algunos la basura social está representada por los miembros de las pandillas, los mareros que se dan color con sus tatuajes y que al deambular por las calles de las llamadas zonas rojas se exponen a que pasen los tripulantes de un automóvil y los acribillen a tiros. Sería, seguramente, el caso más obvio de lo que para un buen número de personas constituye la basura que, según esos criterios tan radicales, debe ser eliminada.
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Pero qué pensarían los promotores de esas políticas de limpieza si de repente los que se atribuyen la tarea de hacer la limpieza variaran los criterios y empezaran a considerar como basura social a otros engendros que le hacen daño a la colectividad. Y no hablemos sólo de los ladronzuelos y carteristas, sino de aquellos que con cuello blanco se pasean ufanos por las más altas esferas haciendo de las suyas gracias a que ellos también gozan de ese régimen de eterna impunidad que caracteriza a nuestro país. O los políticos corruptos que tras mentir y engañar a la gente, llegan a los puestos públicos a llenarse los bolsillos a costillas de un pueblo cada vez más empobrecido porque los recursos para los programas sociales se diluyen en manos de tanto pícaro.
Quienes hoy aplauden la limpieza social sin duda lo pensarían dos veces si de repente alguien dispusiera que los que giran cheques sin fondos son también una basura social, no digamos quienes se apropian del dinero ajeno usando a los bancos para darse préstamos vinculados.
Y es que para todo ello tiene que existir un régimen de justicia en el que culpables e inocentes tengan garantía de que pueden utilizar todos los mecanismos de defensa que la ley les garantiza para tratar de desvirtuar los cargos en su contra. La limpieza social tiene la característica de que, a diferencia de la justicia bien entendida, es totalmente inapelable y los errores simplemente se entierran, literalmente hablando, sin que exista jamás la oportunidad de rectificarlos.
Toda sociedad en el mundo tiene sus particulares suciedades y basuras pero la forma de limpiar a la sociedad no es aumentando la mancha mediante la creación de escuadrones de esbirros que matan por placer. Al contrario, para que una sociedad sea realmente limpia tiene que prevalecer la ley, deben fortalecerse los mecanismos idóneos para que la justicia se aplique a todos, sin distingo, y que quienes cometen un delito tengan la certeza de que tendrán que purgar una pena. Si acaso algún día los escuadrones pudieran decir que terminaron con su limpieza social y eliminaron a toda la basura, cosa imposible por supuesto, tendrían que dedicarse a seguir haciendo lo que saben hacer, lo que gozan haciendo y sacarle provecho a la garantía de que han gozado para asegurarles impunidad.
Yo creo que limpiar a la sociedad guatemalteca es una necesidad, pero la limpieza social tiene que hacerse desde el Ministerio Público y los tribunales y dirigida a todos, no sólo a los mareritos, carteristas y ladronzuelos. Que si hablamos de basura social, la lista es demasiado grande e indudablemente alcanza niveles que dentro del parámetro actualmente en vigor quedan inmunes. La limpieza social debe ser objeto de la ley y la justicia y nunca de escuadrones de la muerte.